domingo, 21 de julio de 2013

Capítulo 6 — Una Oportunidad.


«¡La muerte es tan... definitiva!, mientras que la vida está llena de posibilidades.
—Tyrion Lannister.»


Había cadáveres por todas partes. 
La nieve estaba teñida en tonos rosas y rojos. Encima de ella había cuerpos de hombres y caballos, echados en el suelo con un último grito en sus labios y una súplica silenciosa en sus ojos, elevados hacia el cielo. Los caballos tenían las patas torcidas y echadas en el suelo en posiciones grotescas y antinaturales. Más de la mitad tenía las entrañas fuera del vientre, y estaban enterrados en grandes acumulaciones de nieve, pero estaban muertos. Asesinados, podía verse. Los estómagos e intestinos de los animales caían hacia afuera. A través de los caballos se podían ver las costillas, los pulmones y el corazón muerto. Con los hombres no era mejor. Tenían las cabezas arrancadas, manos dispersas por el suelo y uno o dos tenían incluso sólo la mitad de su cuerpo, de cintura para arriba. Desde un gran montón de nieve sobresalía un brazo con una mano en posición abierta, como si intentase agarrar algo, y había un cadáver solitario en el que se veía claramente cómo alguien había metido la mano y sacado el corazón, creando un agujero negro en su pecho. Ygritte sintió un escalofrío al verlo. Los cuerpos estaban tumbados en charcos de sangre semicongelados. La muerte rodeaba el lugar en una intensa agonía, y susurraba a las personas allí presentes al oído. 'Están aquí', decía. 'Están aquí, y vienen a por vosotros'.

La cara de Jon sangraba mucho. Cabalgaron hacia el Puño de los Primeros Hombres durante media hora, en silencio. Ella, Jon y Casaca de Matraca. Tromund Matagiganes se unió a ellos a mitad del camino.
—Jon, chico —dijo—. ¿Qué ha pasado con tu cara?
—Orell le atacó —replicó Ygritte, mientras rodeaban otro cadáver al que le faltaba la mitad de la cabeza—. Asqueroso pájaro.
—¡Ja! El águila ataca al cuervo. ¿No sois amigos, los pájaros?
Ella levantó una mano, furiosa. «Cállate». Jon simplemente miró hacia otro lado.
—No es un cuervo. Es un salvaje. ¡Se rindió, y está con nosotros!
—Eso ya lo veremos, chica. Un salvaje… —Interfirió Casaca de Matraca. Ygritte no consiguió entender a qué se refería, pero supuso que lo averiguaría pronto. «Mance llamó a Jon, ahora sabré por qué». Tormund siguió hablando—. Das asco. Quítate la sangre de la cara. ¿Sabías que Orell es el cuervo de Tabit, el chico al que has matado en el Paso Aullante? Ahora tiene su pequeña venganza. ¡Ja!
Ygritte le lanzó una mirada hostil y él dejó de hablar, susurrando por lo bajo, algo como 'Mujeres…'.
La verdad era que Tormund tenía razón, la cara de Jon no era agradable. Orell atacó a Jon mientras estaban cabalgando hacia el Puño, desfigurándole la cara completamente. El águila aterrizó de pleno sobre su cara, intentando sacarle un ojo. El chico tenía arañazos con marcas de las garras del pájaro por las mejillas, y tenía cortado el labio, que se había hinchado. Después era peor. Tenía la piel desgarrada debajo de los ojos y en la nariz. En la frente tenía moretones por los golpes de las alas. La cara de Jon estaba llena de sangre. Orell desistió cuando Jon se cayó finalmente del caballo, golpeándose en la cara. De milagro, no se rompió la nariz. Al final el chico atractivo con el que había estado sentada al lado de la hoguera sonriendo la noche anterior parecía tan solo un fantasma.
A Ygritte no le importaba el aspecto físico ante todo, claro. En el mes (o tal vez menos de un mes, pero a Ygritte se le hizo eterno por la impasibilidad de Jon hacia ella) que llevaban juntos, ella descubrió muchas cosas acerca de él. Por ejemplo, el cariño especial que sentía hacia Fantasma. El lobo huargo era más que una mascota para Jon, era su mejor amigo. Se notaba en cómo le acariciaba cuando venía. También se había fijado en que a veces el pelo de Jon se metía en sus ojos, como el de ella. Se fijó sus manos, ni grandes ni pequeñas, tampoco con los dedos muy largos, pero firmes, estables. Parecían listos para atrapar algo o coger su espada, Garra, a la menor alarma. Varias semanas después de cabalgar con él, también empezó a apreciar la manera en la que sonreía cuando ella le decía algo gracioso, o, a veces, simplemente al verla acercarse a él; y cómo se sonrojaba lentamente cuando ella decía alguna insinuación. Un par de veces incluso le pilló mirándola sonriendo con cariño cuando ella se acurrucaba muy al lado del fuego, abrazando sus rodillas con sus pequeñas manos. Todos esos pequeños detalles que construían a una persona. «¿Él se fijará en mi del mismo modo?», se preguntó. 

A su lado había una pierna enterrada, pero Ygritte no le hizo caso. Seguía enfadada con Tormund, y Jon, pero aún así eso no le impidió querer acompañarle a junto de Mance. Recordó la canción que había entonado su grupo con Tormund hace menos de una hora, aún.

«Oooh, yo soy el último de los gigantes y los míos han desaparecido de la tierra. 
El último de los grandes gigantes de la montaña que el mundo gobernaban cuando nací…» 

Esa parte deprimía mucho a Ygritte. Los gigantes eran una raza noble, dentro de lo que cabía, y desaparecían día a día. Les admiraba por su fuerza, pero también eran muy inteligentes. A su modo, claro.
La última parte de la canción decía:

«Ooooh, yo soy el último de los gigantes, aprende de memoria lo que yo cante.
  Pues cuando me vaya y mi canto se hiele, un silencio muy largo será lo que quede.
»

Siempre que cantaba eso los ojos de Ygritte se llenaban de lágrimas. Muchos hombres, aún dentro de los salvajes , no entendían la importancia de esa raza, y eso la enfurecía y la deprimía al mismo tiempo.  «Porque quien es pequeño teme a los altos». Era una estrofa de la canción.
—¿Por qué lloras? Aún hay cientos —había preguntado Jon Nieve.
—Bah, cientos. No sabes nada, Jon Nieve —respondó ella—. ¡No...!
Entonces fue cuando Orell atacó.
 'El último de los gigantes' era una canción hermosa que ella había decidido cantar para Jon, aunque se necesitaba una voz más grave que la de ella. Ygritte, como todos los salvajes, amaba cantar con todo el grupo junto a la hoguera. Habitualmente era 'Cazando al conejo', 'La luz de la roja Luna' o 'Los niños del Bosque' (aunque esa canción era para niños pequeños). A muchos salvajes le gustaba 'La Doncella y el Oso', una canción del sur que Mance les había enseñado, le gustaba mucho a la mayoría, y por las noches se cantaba por lo menos una vez. Lanzalarga solía cantarla en voz baja. También estaba 'La mujer del Dorniense', que era la que Mance cantaba en la tienda cuando entraron con Jon la anterior vez. «¿Qué querrá ahora?».

Casaca de Matraca les había llamado justo después del ataque de Orell para ir a junto de Mance.
—Vamos, cuervo, te llama Mance —había dicho, cuando Jon aún se estaba recuperando de su caída de la silla del caballo. Orell se sentó en su hombro, complacido.
—¿Mance?
—Sí, ya me has oído.
Comenzaron a cabalgar cuando Ygritte se unió a ellos.
—Voy con vosotros.
—Lárgate. Me han mandado a por un cuervo, no a por niñas entrometidas.
—Soy una mujer del pueblo libre, y voy a donde quiero —dijo. Y al final fue con ellos.
 La enorme tienda de Mance estaba situada casi en medio del sangriento campo de batalla que estaban presenciando. Según lo que parecía, los Otros, los Caminantes Blancos, habían atacado el campamento de la Guardia de la Noche. «Jon no le dijo a Mance que había un campamento aquí. Es eso. Por eso le llamó. ¿Y si no lo sabía?» La razón de la mentira de Jon se escapaba de su mente. «No», pensó. «Es uno de nosotros». Mientras caminaban rodeando los cadáveres, el pueblo libre se encargaba de saquear y quitar los objetos del valor de los hombres y caballos. Capas, espadas, anillos, herraduras, monturas, bolsas… En total no habría más de doscientos jinetes y sus respectivos caballos. Jon miraba hacia la nieve con amargura. «Eran sus hermanos», comprendió. «Eran…».
Entraron en la tienda de Mance dejando atrás la visión de los cuerpos muertos. El Rey Más Allá del Muro estaba hecho una furia, pero su voz sonó tranquila cuando habló.
—¿Cuántos eran, Jon?
—Mi señor… ¿Qué…?
—No soy tu señor. ¿Qué ha pasado? Tus hermanos han muerto. Eso ha pasado. Ahora me vas a decir cuántos eran.
La cara de Jon estaba tremendamente roja. Junto a Mance estaban Styr y Varamyr, el cambiapieles. Todos le miraban con odio. Jon abrió la boca y respondió cinco segundos después.
—Éramos trescientos —«Trescientos», pensó. «¿Y el resto? Ahí sólo había doscientos como mucho…». Se estremeció en el sitio con la idea de lo que pudo haber pasado.
—¿Éramos? —la voz de Mance implicaba una amenaza directa.
—Eran —corrigió—. Eran trescientos.
Mance se acercó un paso. Luego otro.
—¿Quién estaba al mando?
—¿Habéis encontrado su cadáver? —preguntó el medio salvaje medio cuervo. «¡No sabes nada, Jon Nieve!» pensó Ygritte.
«¿Qué está haciendo?», pensó Ygritte. «¿Por qué no responde? ¡Le van a matar!». Mance repitió la pregunta, casi gritando.
—Vamos, díselo. No importa, ya está muerto —le apremió Ygritte. «No puede negarse. No puede hacer esto. No puede HACERME esto.»
Jon parpadeó dos veces.
—El Viejo Oso —dijo. Mance se rió con satisfacción. Después de eso, las siguientes respuestas de Jon salían más fluidas. Ygritte estaba muy rígida. No sabía qué hacer. Salvar a Jon. Cueste lo que cueste. «¡No sabe nada! ¿Cómo voy a ayudarle?»

 La expresión de Casaca de Matraca empeoraba cada vez que Jon hablaba. Al final, casi gritó:
—Mance, quiero un par de huesos de Cuervo —El corazón de Ygritte palpitó una vez, pero eso ya era demasiado.
—No se puede matar a un hombre por proteger a quienes fueron sus hermanos —dijo atropelladamente mientras daba un paso hacia delante. Sujetó a Jon del brazo.
—No —dijo Styr—. Pero todavía son hermanos.
Ante esa respuesta se oyeron unos cuantos murmullos de aprobación. Mance seguía mirando a Jon, enfadado. «Si esto sigue así van a matarle».
—Es mentira. Él… Tenía que matarme, y no me mató, y a Qhorin sí. Le mató. Lo vimos todos. No es un cuervo, él… —ya no sabía que decir. «Pero si hace falta, mentiré por él.» Aún no había soltado el brazo de Jon.  Él miró a Mance Rayder directamente a los ojos.
—Tengo la capa que me disteis vos, Alteza.
Mance abrió levemente la boca, y parecía que iba a sonreír, pero si lo hiciese, sería una sonrisa malvada. Esa sonrisa que tiene un hombre antes de matar a otro. No podía permitirlo. «No es suficiente. No lo es. Tengo que decirlo. Para salvar a Jon.»
—¡Una capa de Piel de Oveja! —gritó—. ¡Y más de una noche bailamos debajo de ella!
Las carcajadas estallaron antes de que nadie pudiese responder o replicar. Hasta Mance sonrió, pero esta vez era una sonrisa tranquilizadora.
—¿Así estamos, Jon Nieve? Con que… Tú y ella... —dijo, divertido.
Jon no hizo muestra de sorprenderse. «Bien», pensó. «Ahora tiene que responder. Por favor, dioses, por favor…»
—Sí —dijo.
«No sabes nada, Jon Nieve. Aún no sabes.»
—Entonces partiréis los dos con Styr hacia el Muro, entonces. No se me ocurriría separar dos corazones que laten como uno.
'Dos corazones que laten como uno'. «Me gusta como suena eso…»
Después, se fueron.

Jon camino y luego cabalgó a su lado durante un cuarto de hora, en silencio. Volvieron a cruzar el campo plagado de cadáveres. Aquella vez había menos, Mance se había encargado de que se organizase una hoguera para quemarlos a todos. «Nadie quiere que los muertos revivan y nos ataquen por la espalda», pensó. 
Observó el enorme fuego durante mucho tiempo. El pueblo libre se encargaba de levantar a los muertos y llevarlos ahí. Era una escena horrible. En el centro, la enorme hoguera con personas muertas ardiendo, y al rededor restos de cadáveres, como una mano o un estómago. No había casi nadie, la mayoría del pueblo libre había preferido evitar ver la escena. La nieve era roja alrededor, pero no era por el fuego, si no que por la sangre. «Sangre y fuego. No son tan distintos, a pesar de todo.»
Se dio cuenta de que estaba parada en el sitio observando cuando Jon gritó su nombre cincuenta pasos más allá, le dio una pequeña patada a su caballo y avanzó al galope hacia él, aliviada.
Llegaron rápidamente a Agualechosa, y Jon se giró hacia ella.
—No te he pedido que mintieras por mi. —«¿Y así es cómo me agradeces que no haya dejado que te maten, Jon Nieve?»
—No he mentido. He omitido algunas cosas, nada más —dijo, con una sonrisa. Ya había pensado en la explicación que le iba a dar a Jon, y también en la oportunidad que acababa de adquirir. 
—Pero has dicho…
Ygritte sonrió, y casi consiguió evitar sonrojarse.
—Que más de una noche follamos como locos debajo de tu capa —puntualizó—. Pero no he dicho cuándo empezamos. Basta de palabras, Jon Nieve. Dile a Fantasma que se vaya a dormir a otro sitio hoy... —le acarició levemente la mejilla en un lugar donde Orell le había arañado—, pasemos a la acción.
Él asintió con la cabeza sin sonreír.

Aquella noche Ygritte se acercó lentamente a las capas de Jon. El lobo huargo no estaba allí.
Suspiró y comenzó a andar hacia él.

miércoles, 10 de julio de 2013

Capítulo 5 — El Cuervo.


«Nunca olvides qué eres, porque desde luego el mundo no lo va a olvidar. Conviértelo en tu mejor arma, así nunca será tu punto débil. Úsalo como armadura y nadie podrá utilizarlo para herirte.

—Tyrion Lannister.»


Ygritte recordaría muchas veces durante el resto de su vida las palabras que salieron por la boca de Jon en aquel momento.
—¡No! Nos rendimos —había dicho. Pero no era 'nos' porque Qhorin Mediamano no se rindió.
Casaca de Matraca no le creyó. 'El pueblo libre no necesita cobardes', dijo, sin saber que él mismo era uno. Ygritte no pudo mantener la boca cerrada.
—No es ningún cobarde —protestó —. Me salvó la vida. Es el Bastardo de Invernalia. Déjalo vivir.
Mientras hablaba se quitó el yelmo y sacudió la cabeza mostrando su hermoso cabello rojo. Jon la reconoció. Le miró a los ojos, lentamente y con sorpresa, pero no habló. Casi parecía tan desesperado como ella, pero por motivos distintos. «No me has salvado en vano, Jon Nieve», consideró. «Ahora te voy a salvar yo a ti.»
Casaca de Matraca  se volvió hacia Jon, de nuevo. 'Mata a Mediamano', dijo. Ygritte asintió para sus adentros y se preparó para ver la muerte de Qhorin. «De Qhorin, no de Jon. Recuerda.» 

La rapidez y eficacia de Jon fueron probablemente la única salvación que tenía luchando contra Mediamano, que peleaba con maestría y experiencia. Se movían muy rápido, pero con seguridad. El espadón de Qhorin parecía estar en todas partes, reduciendo las escasas posibilidades que Jon tenía de ganar, mientras que la espada del otro atacaba puntos concretos que parecían estar mal defendidos.  Por supuesto, nada estaba más lejos de la realidad. Ambos cruzaban su mirada en una confusa y estratégica danza, basada en sangre. El pueblo salvaje apreciaría eso. Jon luchaba bien. Si conseguía ganar... En un momento consiguió ver su cara, decidida en una parte, confusa en otra, y cansada; llena de contradicción. A su alrededor, los salvajes gritaban frases sueltas, sobre todo gritos de ánimo. Ygritte no decía nada. 
Cuando al fin una de las estocadas arañó a Jon en el hombro izquierdo, cerca del corazón, Ygritte supo que le quería. 
La pelirroja no utilizaba las palabras 'amar' o 'querer' con facilidad. Podía decir 'desear', pero era algo completamente distinto. Ygritte era lo suficientemente inteligente para ver la diferencia. «Deseaba a Tabit, pero quiero a Jon. Le quiero conmigo.» En cambio, no le amaba. Cuando veía al cuervo, si podía llamarle así después de su rendición, observaba algo más que a un chico deseable y a la vez impasivo a todo lo que sucedía a su alrededor. En Jon veía una calma y seguridad que ella no tenía ni tendría nunca. Le quería. Quería tenerle cerca. Hablar con él. Sentirle. Tal vez besarle. Tal vez algo más. Pero no le amaba. No podía amarle porque no le conocía, sólo lo suficientemente para quererle, pero eso eran cosas distintas también. Ygritte lo sabía. 'Las personas inteligentes, son inteligentes hasta que aman', eran palabras que la madre de Ygritte solía decir. Por eso ella no amaba, sólo quería.
Aún así, cuando vio la muerte de Jon tan cerca que podría susurrarle al oído, rezó. Rezó en su mente, bajito, a todos los dioses de los que había oído hablar, con tal de que le dejasen a Jon. Al Dios Ahogado y a los que seguían vivos. Quería a Jon, vivo, y con ella. ¿Acaso había algo más necesario que eso? «Por favor.»
Entonces el lobo blanco de Jon saltó, y consiguió introducirse entre su amo y Qhorin mordiendo a este en la pierna. La cara del lobo se llenó inmediatamente de sangre, que destacaba sobre su pelaje blanco. Era una imagen viva y aterradora. Qhorin consiguió mantenerse en pié durante varios segundos, desconcertado, pero Jon no compartió su duda. Levantó su espada e hizo un gesto rápido y piadoso sobre la garganta de su enemigo. Mediamano cayó de rodillas mientras la sangre comenzaba a brotar de su cuello. Un mar de sangre roja, como el fuego. O como el pelo de Ygritte. «¿Y si mi pelo es sangre y no fuego? La sangre sólo trae muerte. Como la nieve.». La idea no le hacía mucha gracia. «Jon Nieve y la Chica besada por el Fuego» sonrió. «Sería digno de ver.»
Mientras tanto, Jon se apartó del cadáver de Qhorin, asombrado, mirando la punta de su espada. Se giró lentamente hacia ellos. Casaca de Matraca asintió en silencio. A lo lejos, escuchó a un cuervo gritar 'Bastardo', como en su sueño; pero Ygritte sabía que no era real.

Quemaron a Qhorin Mediamano en el sitio, en una hoguera humeante, dejando de él sólo los huesos que Casaca no se quiso llevar. Ygritte se había quedado con su capa. Una buena capa negra que la protegía del frío en su camino.
Tras la muerte de Qhorin, Jon pudo vivir.

El mundo estaba lleno de sombras frías y llenas de odio, rodeándoles a su paso. La Luna era Un Cuarto de Luna, y los escasos árboles altos a los que a Tabit le habría gustado subirse para observar la tierra a su alrededor estaban completamente congelados, casi muertos.
Habían pasado once días desde que Jon traicionó a los cuervos y se unió a los salvajes. Caminaron justos no de vuelta por el Paso Aullante, como había creído Jon, si no que por un camino alternativo. hacia Agualechosa. Mance viajaba hacia el Muro, y ellos iban a alcanzarle. Ygritte y Ryk Lanzalarga fueron los vigilantes de Jon durante todo el camino. Ryk, al contrario de lo que ella había esperado, hablaba con Jon con total naturalidad, incluso haciendo bromas que podían llegar a ser obscenas. A Ygritte eso no la incomodaba ni la intimidaba, pero se esperaba otra reacción por parte de Lanza. 'Prométeme que le matarás', había dicho. Pero él, en vez de convencer a Ygritte a matar a Jon actuaba como si fuese un salvaje más. «¿Es porque se rindió? ¿Confía en él?». Nunca le preguntó, y él no le dijo nada al respecto. 

Ygritte iba cabalgando justo detrás de Jon durante todo el camino, mirándole la espalda y trazando preguntas en su mente que no acababa de atreverse a preguntarle. Cuando no cabalgaban, acampaban y dormían. Ella llevó puesta la capa de Qhorin Mediamano durante todo el camino. En el poco tiempo que su grupo pasaba cenando frente a una hoguera, unos días grande y caliente y otros pequeña, húmeda y fría, Ygritte se sentaba al lado de Jon, pero él no se sentaba al lado de Ygritte. Eran cosas muy distintas para alguien que tenía la paciencia suficiente para ponerse a pensar en ello. También traía sus pieles para dormir cerca de él, pero si a veces conseguía mantener una conversación con el cuervo, nunca podía acercarse ni sentarse completamente a su lado por la presencia de su lobo huargo. Fantasma, Jon había dicho que se llamaba. Era un nombre adecuado teniendo en cuenta su pelaje completamente blanco y sus ojos rojos y enfurecidos, como los de un alma muerta y sedienta de venganza.
Su grupo tenía muchas personas. Demasiadas, pensaba. Había muchos hombres, y mujeres. Era un pequeño gran clan lleno de personas del pueblo libre. Más que un clan que viajaba dentro de otro, como era en realidad, parecía un pueblo nómada separado. Tenían caballos y perros. Cazaban. En cierto modo se notaba que no estaban solos, si no que dirigiéndose a otro lugar con población mayor, pero Ygritte no lo notaba. Sin embargo, como pueblo libre que eran, se imaginaba que mantenían un comportamiento y actitud bastante distinto al que Jon estaba acostumbrado. Ygritte quería, en el fondo, que Jon tuviese ese mismo comportamiento. «Sigue siendo un cuervo, aún», se daba cuenta cada día, cuando el muchacho la rechazaba con la mirada. «Hemos vivido en lados opuestos durante toda nuestra vida. Ahora que estamos en el mismo, no hay un muro material que nos separe. Sólo nuestra conciencia.»
Muchas veces, cuando era completamente de noche y la gente se iba a dormir, estando sentada junto a Jon cerca de la hoguera, si miraba hacia los lados, fijándose, podía ver varias capas, a veces muy cerca del fuego y de ellos. Estaban en constante movimiento, que se percibía claramente, aunque estuviesen completamente tapadas. A veces se podía escuchar algún susurro o gemido proveniente de ellas.. Ygritte, al igual que Jon, entendían perfectamente lo que pasaba debajo. El pueblo libre no tenía prejuicios al respecto, pero tal vez Jon Nieve sí. En esos casos el silencio incómodo trazaba un gran muro entre ellos. «Más grande que el otro Muro. Mucho más grande». Ygritte encontraba la situación desesperante. «Ojalá estuviese yo debajo de una de esas capas», pensaba a menudo, pero nunca encontraba el coraje suficiente para hacerlo. Al menos sin que Jon fuese el que estuviese ahí con ella. Llegando a un punto, la situación se volvía tan incómoda que uno de los dos acababa por levantarse e irse. Normalmente Jon. «Cuervo, cuervo, cuervo. Maldito cuervo.», pensaba con enfado. Pero al final ella también se cansaba de los pequeños gritos  provenientes de debajo de las capas y se iba. 
De todos modos, Ygritte no dudaba de que Jon se daba cuenta de sus insinuaciones, pero seguía rechazándola. «Nadie deja de lado a la chica besada por el fuego. Nadie.» Ygritte no había dejado de lado su forma de ser por Jon. Nunca lo habría hecho, pero, más que por otra cosa, nunca nadie se lo había exigido. Muchas veces el orgullo de ella salía herido en estas incómodas situaciones. «¿No quiere tomarme porque sigue pensando en cumplir su deber de cuervo, o es porque no me encuentra atractiva?». Pasase lo que pasase, la muchacha siempre se declinaba por la primera opción. 

Era la chica besada por el fuego. «¿Sangre o fuego?», recordó. «Puedo ser fuego, o puedo ser sangre. Pero, las dos juntas, nunca. Una mala combinación.» 'Sangre y Fuego' era el lema de alguna de las casas del sur, le sonaba, pero a Ygritte no le importaba en absoluto. Era otra razón para suponer que era una mala frase. «'Se acerca el invierno', es la única verdad de todo lo que piensan Más Allá del Muro.» El invierno se acercaba por las noches, lentamente, llevando consigo el frío y la muerte. Los caminantes blancos. «Se acerca el invierno» pensaba. Ya se había acercado demasiado. 
Y ni siquiera esa frase era del todo verdadera. «El invierno está siempre entre nosotros.», razonó, pero con 'nosotros' no sabía si se refería a los norteños, los salvajes, el clan de Casaca de Matraca o bien a ella y Jon.

Llegaron a Agualechosa varios días después. Con cada día que había pasado desde que Jon se rindió y se unió a ellos, Ygritte aprendía cosas nuevas sobre él, y procuraba asegurar que él aprendiese muchas de ella. Parecía que Jon no tenía ni el más mínimo interés en ella. Ni en nadie. A pesar de ser un hombre con… ¿Dieciséis, había dicho? ¿Quince? El chico no estaba interesado en las mujeres. O parecía no estarlo. «En todo caso, si segué llevando esos pantalones tan gruesos cuando estoy cerca suya, seguiré sin saberlo durante mucho tiempo.», razonó.
—¿Eres un Cuervo o eres un salvaje, Jon Nieve? —se moría de ganas de preguntarle.
A veces, cuando caminaban por terrenos pantanosos (cosa que no pasaba tan a menudo como a Ygritte le gustaría), tenía una excusa para acercarse a Jon, diciendo que sería mejor ir en compañía. Al menos en esas ocasiones le hacía más caso, pesando que estaba asustada por el pantano y la niebla. Una vez, Jon había mencionado algo acerca de tener un baño.
—Hay un río en Agualechosa, te lo enseño si quieres. Puedes ir a bañarte.
—Ni hablar, me congelaría —protestó Jon, riéndose. Su risa era agradable, baja y melodiosa. Ygritte sonrió al escucharla.
—Si tienes miedo de un poco de frío puedo bañarme contigo, ¿sabes?
La cara de Jon se mantuvo todo lo seria y dudosa que era posible mientras replicaba.
—¿Y luego iríamos con la ropa mojada durante todo el camino?
Ygritte se rió, y su risa hizo un pequeño hueco de luz en el día.
—Qué tonterías dices, Jon Nieve. Nadie se baña con ropa.
Sólo entonces Jon comprendió lo que ella estaba insinuando. 'Yo no me baño y punto', dijo. No volvieron a hablar durante todo el día.

Por la tarde ya habían llegado al lugar de su destino, un buen lugar donde situar su hoguera para poner sus cosas antes de que Jon fuese a junto de Mance Rayder.
—Cuando Mance se entere de lo que le hiciste a Qhorin Mediamano te tomará de inmediato.
—¿Me tomará? —Jon se rió.
—Te tomará entre los nuestros.
—¿Seré libre de irme, entonces? —la actitud de Jon no indicaba que tuviese planes de irse en serio, pero la pelirroja quiso asegurarse de que esa posibilidad se extinguía. Formó una media sonrisa antes de responder.
—Y nosotros seremos libres de matarte. —«Jon Nieve», añadió en su mente—. Te gustará esto.

Cabalgaron junto a Casaca de Matraca hacia la gran y majestuosa tienda de Mance, durante más de media hora. Hacía un día frío, pero no tan frío como algunos, ni tan caliente como otros. Cuando llegaron Casaca fue el primero en entrar. En una esquina, Mance estaba tocando el laúd junto al fuego. Cantaba 'La mujer del Dorniense'. Ygritte inclinó levemente la cabeza en señal de aprobación Le gustaba esa canción. La mirada de Jon estaba fija, sin embargo, en Styr, Magnar de Thenn. A su lado estaba Tormund Matagigantes. Tormund era de los pocos salvajes con alto mando e importancia que le caían bien a Ygritte.
—Su Alteza —dijo Jon, cuando Mance acabó la canción, pero mirando hacia Styr.
Éste, en cambio, comenzó a reír.
—Fíjate, me toma por un Rey.
—¡Un rey sin orejas! —se rió Tormund—. Se le caería la corona, chico. Aquí tienes al verdadero Rey —concluyó, señalado al Bardo.
—Soy Mance Rayder —confirmó el otro —, Jon Nieve. Has matado a Qhorin Mediamano, según dicen.
—Así es —replicó Jon.
«Fue Fantasma», habría querido decir Ygritte. Pero no habló.
—Qhorin era mi enemigo, pero también mi hermano. Antes. ¿Debería agradecértelo o maldecirte?
Por la cara de Jon, Ygritte pudo intuir que se esperaba cualquier cosa menos eso. «El Rey salvaje se burla del cuervo.» 
Después, siguieron hablando mucho rato, hasta que Tormund hizo una introducción inoportuna y Mance mandó salir a todos menos a Jon.
Ygritte se quedó afuera, esperando. Pasó mucha gente a su lado, todos mirando con disgusto, admiración o interrogación a la tienda donde estaba 'El Cambiacapas'. Así le llamaban. 
Nunca sabría lo que pasó en aquel largo momento en el que estuvo firme esperando a Jon, pero cuando el chico volvió a salir, era un salvaje del pueblo libre, y no llevaba una capa negra. Sonreía.