«¡La muerte es tan... definitiva!, mientras que la vida está llena de posibilidades.
—Tyrion Lannister.»
Había cadáveres por todas partes.
La nieve estaba teñida en tonos rosas y rojos. Encima de ella había cuerpos de hombres y caballos, echados en el suelo con un último grito en sus labios y una súplica silenciosa en sus ojos, elevados hacia el cielo. Los caballos tenían las patas torcidas y echadas en el suelo en posiciones grotescas y antinaturales. Más de la mitad tenía las entrañas fuera del vientre, y estaban enterrados en grandes acumulaciones de nieve, pero estaban muertos. Asesinados, podía verse. Los estómagos e intestinos de los animales caían hacia afuera. A través de los caballos se podían ver las costillas, los pulmones y el corazón muerto. Con los hombres no era mejor. Tenían las cabezas arrancadas, manos dispersas por el suelo y uno o dos tenían incluso sólo la mitad de su cuerpo, de cintura para arriba. Desde un gran montón de nieve sobresalía un brazo con una mano en posición abierta, como si intentase agarrar algo, y había un cadáver solitario en el que se veía claramente cómo alguien había metido la mano y sacado el corazón, creando un agujero negro en su pecho. Ygritte sintió un escalofrío al verlo. Los cuerpos estaban tumbados en charcos de sangre semicongelados. La muerte rodeaba el lugar en una intensa agonía, y susurraba a las personas allí presentes al oído. 'Están aquí', decía. 'Están aquí, y vienen a por vosotros'.
La cara de Jon sangraba mucho. Cabalgaron hacia el Puño de los Primeros Hombres durante media hora, en silencio. Ella, Jon y Casaca de Matraca. Tromund Matagiganes se unió a ellos a mitad del camino.
—Jon, chico —dijo—. ¿Qué ha pasado con tu cara?
—Orell le atacó —replicó Ygritte, mientras rodeaban otro cadáver al que le faltaba la mitad de la cabeza—. Asqueroso pájaro.
—¡Ja! El águila ataca al cuervo. ¿No sois amigos, los pájaros?
Ella levantó una mano, furiosa. «Cállate». Jon simplemente miró hacia otro lado.
—No es un cuervo. Es un salvaje. ¡Se rindió, y está con nosotros!
—Eso ya lo veremos, chica. Un salvaje… —Interfirió Casaca de Matraca. Ygritte no consiguió entender a qué se refería, pero supuso que lo averiguaría pronto. «Mance llamó a Jon, ahora sabré por qué». Tormund siguió hablando—. Das asco. Quítate la sangre de la cara. ¿Sabías que Orell es el cuervo de Tabit, el chico al que has matado en el Paso Aullante? Ahora tiene su pequeña venganza. ¡Ja!
Ygritte le lanzó una mirada hostil y él dejó de hablar, susurrando por lo bajo, algo como 'Mujeres…'.
La verdad era que Tormund tenía razón, la cara de Jon no era agradable. Orell atacó a Jon mientras estaban cabalgando hacia el Puño, desfigurándole la cara completamente. El águila aterrizó de pleno sobre su cara, intentando sacarle un ojo. El chico tenía arañazos con marcas de las garras del pájaro por las mejillas, y tenía cortado el labio, que se había hinchado. Después era peor. Tenía la piel desgarrada debajo de los ojos y en la nariz. En la frente tenía moretones por los golpes de las alas. La cara de Jon estaba llena de sangre. Orell desistió cuando Jon se cayó finalmente del caballo, golpeándose en la cara. De milagro, no se rompió la nariz. Al final el chico atractivo con el que había estado sentada al lado de la hoguera sonriendo la noche anterior parecía tan solo un fantasma.
A Ygritte no le importaba el aspecto físico ante todo, claro. En el mes (o tal vez menos de un mes, pero a Ygritte se le hizo eterno por la impasibilidad de Jon hacia ella) que llevaban juntos, ella descubrió muchas cosas acerca de él. Por ejemplo, el cariño especial que sentía hacia Fantasma. El lobo huargo era más que una mascota para Jon, era su mejor amigo. Se notaba en cómo le acariciaba cuando venía. También se había fijado en que a veces el pelo de Jon se metía en sus ojos, como el de ella. Se fijó sus manos, ni grandes ni pequeñas, tampoco con los dedos muy largos, pero firmes, estables. Parecían listos para atrapar algo o coger su espada, Garra, a la menor alarma. Varias semanas después de cabalgar con él, también empezó a apreciar la manera en la que sonreía cuando ella le decía algo gracioso, o, a veces, simplemente al verla acercarse a él; y cómo se sonrojaba lentamente cuando ella decía alguna insinuación. Un par de veces incluso le pilló mirándola sonriendo con cariño cuando ella se acurrucaba muy al lado del fuego, abrazando sus rodillas con sus pequeñas manos. Todos esos pequeños detalles que construían a una persona. «¿Él se fijará en mi del mismo modo?», se preguntó.
A su lado había una pierna enterrada, pero Ygritte no le hizo caso. Seguía enfadada con Tormund, y Jon, pero aún así eso no le impidió querer acompañarle a junto de Mance. Recordó la canción que había entonado su grupo con Tormund hace menos de una hora, aún.
«Oooh, yo soy el último de los gigantes y los míos han desaparecido de la tierra.
El último de los grandes gigantes de la montaña que el mundo gobernaban cuando nací…»
Esa parte deprimía mucho a Ygritte. Los gigantes eran una raza noble, dentro de lo que cabía, y desaparecían día a día. Les admiraba por su fuerza, pero también eran muy inteligentes. A su modo, claro.
La última parte de la canción decía:
«Ooooh, yo soy el último de los gigantes, aprende de memoria lo que yo cante.
Pues cuando me vaya y mi canto se hiele, un silencio muy largo será lo que quede.»
Pues cuando me vaya y mi canto se hiele, un silencio muy largo será lo que quede.»
Siempre que cantaba eso los ojos de Ygritte se llenaban de lágrimas. Muchos hombres, aún dentro de los salvajes , no entendían la importancia de esa raza, y eso la enfurecía y la deprimía al mismo tiempo. «Porque quien es pequeño teme a los altos». Era una estrofa de la canción.
—¿Por qué lloras? Aún hay cientos —había preguntado Jon Nieve.
—Bah, cientos. No sabes nada, Jon Nieve —respondó ella—. ¡No...!
Entonces fue cuando Orell atacó.
'El último de los gigantes' era una canción hermosa que ella había decidido cantar para Jon, aunque se necesitaba una voz más grave que la de ella. Ygritte, como todos los salvajes, amaba cantar con todo el grupo junto a la hoguera. Habitualmente era 'Cazando al conejo', 'La luz de la roja Luna' o 'Los niños del Bosque' (aunque esa canción era para niños pequeños). A muchos salvajes le gustaba 'La Doncella y el Oso', una canción del sur que Mance les había enseñado, le gustaba mucho a la mayoría, y por las noches se cantaba por lo menos una vez. Lanzalarga solía cantarla en voz baja. También estaba 'La mujer del Dorniense', que era la que Mance cantaba en la tienda cuando entraron con Jon la anterior vez. «¿Qué querrá ahora?».
Casaca de Matraca les había llamado justo después del ataque de Orell para ir a junto de Mance.
—Vamos, cuervo, te llama Mance —había dicho, cuando Jon aún se estaba recuperando de su caída de la silla del caballo. Orell se sentó en su hombro, complacido.
—¿Mance?
—Sí, ya me has oído.
Comenzaron a cabalgar cuando Ygritte se unió a ellos.
—Voy con vosotros.
—Lárgate. Me han mandado a por un cuervo, no a por niñas entrometidas.
—Soy una mujer del pueblo libre, y voy a donde quiero —dijo. Y al final fue con ellos.
La enorme tienda de Mance estaba situada casi en medio del sangriento campo de batalla que estaban presenciando. Según lo que parecía, los Otros, los Caminantes Blancos, habían atacado el campamento de la Guardia de la Noche. «Jon no le dijo a Mance que había un campamento aquí. Es eso. Por eso le llamó. ¿Y si no lo sabía?» La razón de la mentira de Jon se escapaba de su mente. «No», pensó. «Es uno de nosotros». Mientras caminaban rodeando los cadáveres, el pueblo libre se encargaba de saquear y quitar los objetos del valor de los hombres y caballos. Capas, espadas, anillos, herraduras, monturas, bolsas… En total no habría más de doscientos jinetes y sus respectivos caballos. Jon miraba hacia la nieve con amargura. «Eran sus hermanos», comprendió. «Eran…».
Entraron en la tienda de Mance dejando atrás la visión de los cuerpos muertos. El Rey Más Allá del Muro estaba hecho una furia, pero su voz sonó tranquila cuando habló.
—¿Cuántos eran, Jon?
—Mi señor… ¿Qué…?
—No soy tu señor. ¿Qué ha pasado? Tus hermanos han muerto. Eso ha pasado. Ahora me vas a decir cuántos eran.
La cara de Jon estaba tremendamente roja. Junto a Mance estaban Styr y Varamyr, el cambiapieles. Todos le miraban con odio. Jon abrió la boca y respondió cinco segundos después.
—Éramos trescientos —«Trescientos», pensó. «¿Y el resto? Ahí sólo había doscientos como mucho…». Se estremeció en el sitio con la idea de lo que pudo haber pasado.
—¿Éramos? —la voz de Mance implicaba una amenaza directa.
—Eran —corrigió—. Eran trescientos.
Mance se acercó un paso. Luego otro.
—¿Quién estaba al mando?
—¿Habéis encontrado su cadáver? —preguntó el medio salvaje medio cuervo. «¡No sabes nada, Jon Nieve!» pensó Ygritte.
«¿Qué está haciendo?», pensó Ygritte. «¿Por qué no responde? ¡Le van a matar!». Mance repitió la pregunta, casi gritando.
—Vamos, díselo. No importa, ya está muerto —le apremió Ygritte. «No puede negarse. No puede hacer esto. No puede HACERME esto.»
Jon parpadeó dos veces.
—El Viejo Oso —dijo. Mance se rió con satisfacción. Después de eso, las siguientes respuestas de Jon salían más fluidas. Ygritte estaba muy rígida. No sabía qué hacer. Salvar a Jon. Cueste lo que cueste. «¡No sabe nada! ¿Cómo voy a ayudarle?»
La expresión de Casaca de Matraca empeoraba cada vez que Jon hablaba. Al final, casi gritó:
—Mance, quiero un par de huesos de Cuervo —El corazón de Ygritte palpitó una vez, pero eso ya era demasiado.
—No se puede matar a un hombre por proteger a quienes fueron sus hermanos —dijo atropelladamente mientras daba un paso hacia delante. Sujetó a Jon del brazo.
—No —dijo Styr—. Pero todavía son hermanos.
Ante esa respuesta se oyeron unos cuantos murmullos de aprobación. Mance seguía mirando a Jon, enfadado. «Si esto sigue así van a matarle».
—Es mentira. Él… Tenía que matarme, y no me mató, y a Qhorin sí. Le mató. Lo vimos todos. No es un cuervo, él… —ya no sabía que decir. «Pero si hace falta, mentiré por él.» Aún no había soltado el brazo de Jon. Él miró a Mance Rayder directamente a los ojos.
—Tengo la capa que me disteis vos, Alteza.
Mance abrió levemente la boca, y parecía que iba a sonreír, pero si lo hiciese, sería una sonrisa malvada. Esa sonrisa que tiene un hombre antes de matar a otro. No podía permitirlo. «No es suficiente. No lo es. Tengo que decirlo. Para salvar a Jon.»
—¡Una capa de Piel de Oveja! —gritó—. ¡Y más de una noche bailamos debajo de ella!
Las carcajadas estallaron antes de que nadie pudiese responder o replicar. Hasta Mance sonrió, pero esta vez era una sonrisa tranquilizadora.
—¿Así estamos, Jon Nieve? Con que… Tú y ella... —dijo, divertido.
Jon no hizo muestra de sorprenderse. «Bien», pensó. «Ahora tiene que responder. Por favor, dioses, por favor…»
—Sí —dijo.
«No sabes nada, Jon Nieve. Aún no sabes.»
—Entonces partiréis los dos con Styr hacia el Muro, entonces. No se me ocurriría separar dos corazones que laten como uno.
'Dos corazones que laten como uno'. «Me gusta como suena eso…»
Después, se fueron.
Jon camino y luego cabalgó a su lado durante un cuarto de hora, en silencio. Volvieron a cruzar el campo plagado de cadáveres. Aquella vez había menos, Mance se había encargado de que se organizase una hoguera para quemarlos a todos. «Nadie quiere que los muertos revivan y nos ataquen por la espalda», pensó.
Observó el enorme fuego durante mucho tiempo. El pueblo libre se encargaba de levantar a los muertos y llevarlos ahí. Era una escena horrible. En el centro, la enorme hoguera con personas muertas ardiendo, y al rededor restos de cadáveres, como una mano o un estómago. No había casi nadie, la mayoría del pueblo libre había preferido evitar ver la escena. La nieve era roja alrededor, pero no era por el fuego, si no que por la sangre. «Sangre y fuego. No son tan distintos, a pesar de todo.»
Se dio cuenta de que estaba parada en el sitio observando cuando Jon gritó su nombre cincuenta pasos más allá, le dio una pequeña patada a su caballo y avanzó al galope hacia él, aliviada.
Llegaron rápidamente a Agualechosa, y Jon se giró hacia ella.
—No te he pedido que mintieras por mi. —«¿Y así es cómo me agradeces que no haya dejado que te maten, Jon Nieve?»
—No he mentido. He omitido algunas cosas, nada más —dijo, con una sonrisa. Ya había pensado en la explicación que le iba a dar a Jon, y también en la oportunidad que acababa de adquirir.
—Pero has dicho…
Ygritte sonrió, y casi consiguió evitar sonrojarse.
—Que más de una noche follamos como locos debajo de tu capa —puntualizó—. Pero no he dicho cuándo empezamos. Basta de palabras, Jon Nieve. Dile a Fantasma que se vaya a dormir a otro sitio hoy... —le acarició levemente la mejilla en un lugar donde Orell le había arañado—, pasemos a la acción.
Él asintió con la cabeza sin sonreír.
Aquella noche Ygritte se acercó lentamente a las capas de Jon. El lobo huargo no estaba allí.
Suspiró y comenzó a andar hacia él.