domingo, 30 de junio de 2013

Capítulo 4 — 'Corre'.


«El pueblo llano, cuando reza, pide lluvia, hijos sanos y un verano que no acabe jamás. No les importa que los grandes señores jueguen a su juego de tronos, mientras a ellos los dejen en paz. Pero nunca lo hacen. –  Ser Jorah


'Corre', le había dicho. Y ella corrió. Atravesó lo que le había parecido más de la mitad del bosque, con los susurros de los muertos persiguiéndola. El amanecer naranja entregaba un toque tétrico a las escasas hojas de los árboles, que intentaban caer sobre su cabeza y aún así no la alcanzaban, porque ella corría. «Me observan», pensó. «Los árboles tienen ojos, los muertos tienen vida y los lobos pueden ser domesticados.»
En el bosque reinaba un silencio que llenaba sus pulmones, salía por su nariz y después llenaba el mundo de angustia y agonía. Al principio el sonido de las palabras de Jon Nieve retumbaban violentamente en su oído. 'Corre. Antes de que recupere el juicio. Corre. Corre. ¡Corre!'. Pero después de repetir la palabra varias veces pareció que dejaba de tener sentido, y Ygritte se calmó. Siguió corriendo, y apreció que el susurro era el crujido que producían sus propios pies al romper ramitas finas tiradas en el suelo entre hojas desgastadas. Pero ahora había parado para tomar aire, apoyándose en un árbol cinco veces más viejo que ella misma. El silencio era enorme, y presionaba contra su alma. No sabía que ese era el mismo silencio que guardaba Jon Nieve, cabalgando a millas de distancia.


Había llegado al clan de Casaca de Matraca hacía siete días, sin sus acompañantes. Nadie preguntó. 'Cuervos' fue la única palabra que dijo como saludo, y el clan volvió a acogerla entre risas y susurros. Desde entonces, comenzaron a perseguir a Qhorin Mediamano, el cuervo grande y los otros dos que iban con ellos; pero a Ygritte sólo le preocupaba Jon. «¿Por qué?», quería preguntarle. Cada mañana y cada tarde mandaban a su águila al cielo a vigilarles, y Casaca hacía sonar su cuerno de huesos, parecido al que había tenido Rot.
Dos días atrás, habían cogido a uno de ellos. «Edd», recordó Ygritte. «Dijo que se llamaba Edd. Antes de morir». Ese Cuervo no había asesinado a sus amigos, pero de haberle sido posible lo habría hecho, y a ella también se la habría llevado por delante. Es más, cuando le acorralaron consiguió llevarse a Tom el Huesos y a Tasim consigo al otro lado. Finalmente fue Lanzalarga quién le atravesó el corazón con un puñal, y Ygritte se quedó sus guantes. Lo quemaron al anochecer e hicieron sonar el cuerno, sólo para avisar al resto de los cuervos que estaban perdidos. «Los mataremos a todos», pensaba. «Incluso a Jon. Si no está muerto ya».
Los días pasaban simultaneamente, sin reclamar atención sobre si mismos. Ahora Ygritte tenía tiempo de pensar en lo que había sucedido, y ni siquiera con diez días para pensar en ello consiguió verle alguna lógica. «Me dejó escapar. Sabiendo que yo iba a revelar su posición. Poniéndoles en peligro. Podría haberme matado con una sola palabra. Y no lo hizo.»
'Corre', le había dicho. Y ella corrió...


Cada día se despertaba dándole un empujón a Lanzalarga, que siempre se acostaba a su lado, que a su vez le daba un empujón a Ryk, que también quería acostarse al lado de Ygritte, pero Lanzalarga siempre llegaba antes.
Lanzalarga era más o menos un buen amigo de Ygritte y casi que el único que le caía bien del clan de Casaca, por lo tanto fue al primero al que le contó lo que hizo Jon Nieve, desde el principio hasta el final.
Él escuchó atentamente durante toda la historia, pero nada más terminar declaró:
—Prométeme que nada más veas a ese chicho lo matarás.
—¿Por qué? —Ygritte se podía esperar muchas cosas de su amigo, pero aquella no.
—Ha matado a Tabit, Ygritte. A Tabit. Era un buen guerrero. Luchaba conmigo, y yo salía perdiendo. Y sabes lo bien que sé pelear. 
La chica sabía que era verdad, Tabit era de los mejores guerreros del clan, y Jon lo mató en cuestión de escasos minutos. ¿Cuánta influencia habría tenido el hecho de que le atacase por sorpresa?
—Tú no estás muerta de milagro, pelirroja —continuó—. Se compadeció de ti, ¿no lo ves? Por ser una mujer. Y te dejó escapar. No sabe nada de nosotros. Le habrán echado una buena reprimenda por haberlo hecho, seguro que la próxima vez se lo piensa mejor. Te cortará la garganta en un segundo si tú dudas entre matarle y dejarle con vida por lo que ha hecho en vez de defenderte.
»Así que, Ygritte. Prométeme que le matarás la próxima vez que le veas.
Las palabras de su amigo le dolieron, pero una promesa no era eterna.
—Te lo prometo. —dijo, mientras sonreía inocentemente, como si le hiciese gracia que su amigo se preocupase tanto por ella.
—No. Júramelo.
«Esto ya es otra cosa.»
—Te lo juro —dijo, sin embargo—. Te lo juro por el Dios Ahogado.
Había escuchado mencionar a ese Dios en una conversación con Thorn, el jefe de otro clan. Tenía sangre de los hombres de hierro, que se inclinaban ante ese Dios. Para ella, en cambio, no significaba nada. Por eso lo dijo. Pero Lanzalarga la conocía, y ante su expresión de asombro, confusión e incredulidad Ygritte se rió levemente y arqueó una ceja. Ella no tenía en sus planes matar a Jon Nieve, aún que lo hubiese jurado por un dios. Un dios en el que ella no creía.
—Bastarda —masculló su amigo entre dientes—. No te creo.
—En ese caso, te lo juro por el Dios No Ahogado.
En ese momento ambos se rieron con fuerza del chiste sin gracia, y Lanzalarga se fue, casi decepcionado, sin hacerle jurar nada finalmente. «Pero una promesa es una promesa». Y Ygritte se juró a si misma que, si alguna vez Jon Nieve intentaba herirla o matarla, ella lo haría antes. Cumplió esa promesa. O, al menos, lo intentó.


Ygritte tuvo un sueño esa noche. No era una pesadilla, pero aún así ella temblaba al recordarlo por la mañana. Ella y Jon estaban encima de dos acantilados, cada uno en el suyo, separados por un inmenso vacío de color negro del que no alcanzaban a ver el fondo. Es más, era como si estuviese ellos solos en dos cimas de montañas consecutivas, sin poder bajar ni hacer nada más que mirarse el uno a otro.
'¡Ayúdame!', grito Ygritte, pero hasta Jon sólo llegó el eco.
«Údame… Dame… Ame…. Ame…»
Y el le despondió;
—¡No puedo! 
«Edo… Edo… edo…»
—¡Ven conmigo! 
«Conmigo… conmigo… conmigo…»
En cambio, Jon sacó su espada, y a su lado apareció su lobo blanco, difuminado en la niebla. Ygritte se apartó de nuevo, el pelo del cuello. «Seguiré siendo la chica besada por el fuego, quieras o no…»
Ua voz extraña la sorprendió, de pronto. Era más grave que la de Jon, pero increíblemente similar.
—Puedes hacerlo, Jon —dijo—. ¿Eres mi hijo o no? ¿Eres un Stark, o eres un Nieve?
Jon tiró la espada al vacío y grito. Ygritte escuchó claramente las palabras, como si se las estuviese susurrando al oído.
—¡Cállate, estas muerto! 
Y después la miró a ella.
—Corre. Antes de que recupere el juicio —las palabras de Jon salían entrecortadas. Cogía velocidad a medida que hablaba—. Corre. ¡Corre! ¡CORRE!
Y Ygritte corrió, pero no tenía a dónde y empezó a caer al mismo vacío al que se había precipitado hace varios segundos la espada de Jon. Encima de ella volaba un cuervo, gritando 'Bastardo, bastardo, bastardo', y la voz de Lanzalarga le decía 'Prométemelo', y Rot hacía sonar su cuerno, y Tabit miraba al horizonte desde donde ella había estado parada.
La figura de Jon se alzaba, majestuosa con su capa negra ondeando con el viento. Sobresalía entre la niebla junto a su lobo, que empezó a aullar una canción triste, el estribillo de 'La Rosa Invernal'.


Ya llevaban días y días persiguiendo a los cuervos, tantos que Ygritte dejó de contarlos, cuando consiguieron acorralarles en una pequeña cueva, dejando atrás el Paso Aullante.
Para entonces sólo quedaban dos cuervos, Jon y Qhorin Mediamano. Casaca de Matraca, o, El señor de los Huesos, dio la orden, y entre todos cogieron los arcos, lanzas, flechas y puñales; y con un inmenso barullo se encaminaron hacia donde ellos estaban situados.
—Casaca de Matraca —dijo Qhorin Mediamano, con un tono de voz que podía mostrar asco o respeto, pero nunca al mismo tiempo. Estaba claro cuál elegiría Casaca.
Jon seguía mirándoles sin creerse lo que estaba viendo, como si estuviese un un sueño. A su lado su lobo le miraba. Por un momento Ygritte pensó que la reconoció, pero se dió cuenta de que llevaba el yelmo de madera, como la mayoría de sus compañeros. Ygritte odiaba ponerse los yelmos, prefería que se viese su cara, y su pelo, pero se la puso aquella vez por precaución. Como dedujo, Jon no la reconoció en ella. Probablemente tampoco entendía por qué los llevaban. «No sabe nada de nosotros», pensó, recordando la frase de Lanzalarga.
Entonces él la miró a ella, y sólo a ella, pero sin saber quién era. Las manos de ambos se movieron inconscientemente hacia la espada y el arco, respectivamente. Jon no veía el pelo rojo, no veía los ojos grises y azules de ella. Tampoco veía a la chica menuda a la que salvó, días atrás. Veía a un enemigo del que tenía que deshacerse. Aún así ella podía ver la duda en su mirada, y también vio cómo su mano se cerraba, pero no alrededor de la espada, sino que en el aire. De pronto parecía un hombre decidido y fuerte, pero Ygritte sabía que en realidad no lo era.
«No sabes nada, Jon Nieve», pensó.
Entonces Jon habló. Ygritte no podía saber de qué modo cambiarían esas palabras su vida, pero lo hicieron. Y, si ella ahora pudiese volver a ese momento y actuar de otro modo, probablemente no lo haría.

lunes, 24 de junio de 2013

Capítulo 3 — Bael el Bardo y Brandon el Sin Hija.


«—Valar morghulis.
—Valar dohaeris.»

—Tendríais que haberlos quemado —dijo.
A pesar de ser sus compañeros y amigos, «Porque lo eran, ¿verdad?», muertos podrían volverse una amenaza. Ygritte lo había visto. Lo sabía. Y lo temía.
Sin embargo el otro Cuervo, el grande, le miró con desconfianza y negó con la cabeza. Tras discutirlo un poco, tiraron a Tabit y a Rot hacia el vacío que se extendía bajo ellos en el Paso Aullante, aunque a Rot tuvieron que levantarlo entre los dos. «Adiós» pensó la pelirroja. «Al menos yo no os olvidaré.»
«Ahora volveré yo sola al campamento de Craster —se imaginó—. O no volverá nadie.»
Los observaba sin decir nada, absorta en la acumulación de pensamientos que había en su mente. «¿Voy a morir? ¿De qué les serviré? ¿Y si me tiran a mi también? ¿Me salvaría el fuego?» No quería pensar en ello. Tenía miedo. A pesar de ser la chica besada por el fuego, tenía miedo. Miedo de la noche. Tenía tanto miedo que no se dio cuenta de que Jon Nieve la estaba observando, pequeña, acurrucada en una esquina.
Entonces empezó el interrogatorio, Ygritte sabía que no podría evitarlo.
¿Cuántos son? ¿Os enviaron a vigilar por si aparecíamos nosotros? ¿Qué nos aguarda más allá del paso? ¿Qué hacéis aquí? ¿Vais a atacar el Muro? ¿Qué busca Mance? ¿Lo ha encontrado? ¿Piensa que lo va a encontrar? ¿Lo tiene? ¿Qué es? ¿Cómo lo va a usar?
Intentó no taparse las orejas con las manos. Al principio respondía con respuestas cortantes y evasivas, pero al final se encogió más en su esquinita y miró al fuego fijamente. Sin responder. Sin hablar. Porque el fuego la salvaría. «¿Verdad?».
«Me besó. Me besó. El fuego me besó. No puede dejarme tirada ahora. Me besó. Y me salvará».
Pero el interrogatorio paró con la llegada de un gatosombra. Ygritte se imaginó a la bestia encima del cuerpo de Tabit, arrancándole el cuello, la garganta, el estómago...
«Para.» Tenía que parar. Tenía que ser la chica besada por el fuego. Tenía que ser el fuego. Durante todo el tiempo se había mostrado con una sonrisa negligente y distante, aparte de todo lo que sucedía. No podían saber que tenía miedo.
Pero Jon Nieve lo sabía. Por eso paró.
—Esos dos que matamos —dijo el asesino de sus amigos, en voz baja—. ¿Eran parientes tuyos?
—No más que tú.
—¿Yo? ¿Qué quieres decir?
«¿No lo sabe?»
—Dijiste que eras el bastardo de Invernalia. —«Un bastardo imponente, aún así.»— ¿Quién fue tu madre?
—Una mujer. Es lo más habitual.
Ygritte levantó una ceja. No veía a Jon Nieve adaptado al sarcasmo. En realidad nadie de los Cuervos debía hablar con sarcasmo, según ella. «Tal vez es porque Jon no es un Cuervo.» Ygritte no sabía por qué, pero la idea le puso extrañamente contenta.
—¿Y nunca te cantó la canción de la rosa invernal? —dijo, sonriendo sinceramente. Momentos antes sentía miedo. «¿Por qué?».
Entonces descubrió que Jon Nieve no conocía a su madre, ni conocía esa canción, ni conocía a Bael el Bardo, su compositor. Y, drásticamente, confirmó, que, como todos los Cuervos y sureños, pensaban que Invernalia era el Norte. Pero para ella no, porque en realidad todo lo que había Más Allá del Muro estaba al sur.
Pero parecía que Jon la entendía, porque dijo:
—Todo depende de dónde está cada uno.
—Sí, como siempre.
Y Ygritte le habló de la canción de la Rosa Invernal. Comenzó a narrar la aventura y triste historia de Bael, el Rey Más Allá del Muro y la hija de Lord Brandon Stark, que, por la incertidumbre de Jon fue llamado por Ygritte Brandon el Sin Hija. Habló de cómo fue secuestrada, y del hijo que tuvieron en común con el salvaje, pues, como todas las mujeres, se enamoró locamente de Bael, y de cómo vivieron durante un año bajo el mismo castillo, y de cómo una mañana la hija apareció en su lecho con un bebé, que años después mató a su padre, Bael el Bardo.
Ygritte terminó de hablar dejando un silencio desgarrador detrás de sí. Se sentía orgullosa, tal vez por contar narrando perfectamente la historia, o por acordarse tan bien de ella. En todo caso, su madre le cantaba esa canción cuando aún era un bebé de cuna. Una niña de ojos verdes y una mata de pelo rojizo. «Así era como me describía ella —recordó—. Antes de morir.»
—Ese Bael era un mentiroso —la voz de Jon interrumpió sus pensamientos.
—No —dijo Ygritte—, pero la verdad de un bardo no es igual que la tuya o la mía. Además, el que me pidió que contara la historia fuiste tú. —Le dio la espalda, cerró los ojos y fingió dormirse.
La verdad era que Jon tenía gran parte de la razón, ya que Ygritte había exagerado debidamente el final, donde le contó que el hijo de Bael mataba a su padre y traía su cabeza en una lanza para mostrársela a su madre, que se tiraba desde una torre; y el Joven Lord Stark moría poco después desollado por uno de sus señores. La verdad era más simple, ambos morían en la guerra. Al menos así decía la canción. Pero a pesar de haber mentido, a Ygritte no le gustaba que Jon Nieve cuestionase su historia.
Tumbada al lado de la hoguera bajo la luz de las estrellas y de la inexistente luna, decidió que no importaba lo que pasaría mañana, y se durmió, recordando a Tabit y a Rot en su último suspiro y, sobre todo, pensando en los ojos grises de Jon.


Se despertó con la primera luz del sol y esperó a que sucediese algo. Y lo que sucedió fue la llegada de un lobo. Un lobo huargo. Ygritte se quedó quieta en el sitio. «¿Qué hace ÉL en estos bosques?». Era un lobo hermoso, completamente blanco, pero amenazante. Temible. Peligroso. Vio con horror cómo se preparó y saltó directamente hacia Jon, que era su salvador, o el asesino de sus amigos; Ygritte aún no lo había decidido. Pero no podía dejarle morir. Iba a lanzar un grito para avisarle, cuando él también se lanzó hacia el huargo. Este empezó a morderle la mano. Pero, nada más lejos de gritar, Jon empezó a sonreír. La pelirroja observó cómo le susurraba algo al oído a la bestia. Si alguna vez había había visto algo más extraño, no lo recordaba, y los observaba con ojos como platos.
No le hizo gracia cuando Jon le miró con una sonrisa sarcástica. «Ya tendré tiempo para reírme de ti, Jon Nieve.» Fue entonces cuando vió a Qhorin Mediamano, y a otros dos cuervos. Nunca le había visto en persona, pero pudo intuir que era él con tan solo verle. Si él se había sorprendido al verla ahí, no dió muestras de ello. El Cuervo grande, el que no era Jon, saludó a su superior, por lo visto, con una inclinación de cabeza.
—Había tres —fue todo lo que expuso como explicación.
—Ya vimos a dos por el camino. O más bien lo que quedaba de ellos después de la visita de los gatos.
Ygritte se imaginó, por un fugaz momento, el cuerpo de sus acompañantes. Completamente destripado. Sintió cómo un escalofrío recorría todo su cuerpo.
«...y vió a aquel que la había amado. Ahora estaba muerto.»—recordó.
Qhorin se adelantó y se puso delante de ella.
—¿Sabes quién soy?
—Qhorin Mediamano —«Cualquier salvaje sabe quién eres». Pensó. Pero tuvo la prudencia de no decirlo en voz alta.
—Dime la verdad. Si yo cayera en manos de los tuyos y me rindiera, ¿qué conseguiría con eso?
—Una muerte más lenta que si no te hubieras rendido.
«Eso es la verdad. Él la pidió. Y yo se pa puedo dar.» Aún así, era una verdad que no le aseguraría la vida. Más bien lo contrario.
—No tenemos comida para ella. Ni nos sobran hombres para vigilarla.
—El camino que nos aguarda es muy peligroso, hijo. Un grito cuando haga falta silencio y todos estamos perdidos. 
—Un beso de acero la hará callar.
En todo ese tiempo Ygritte no comentó nada, porque, simplemente, sabía que tenían razón. Ella les habría matado a todos, de tener ocasión. Incluso a Jon. «O... a Jon no. A lo mejor le dejan quedarse con nosotros.»
—Se rindió a mí. —Jon lo había dicho con buena intención, pero a Ygritte le dolió, en el fondo. «Tiene razón. Me rendí.»
—Entonces tendrás que ser tú quien haga lo que haya que hacer. —Qhorin Mediamano lo dijo con compasión, pero decidido.
«¿Y qué hay que hacer? ¿Qué es lo correcto?» Ygritte sabía la respuesta. «Matarme.»


El lobo le miraba sin mostrar ninguna expresión. Podría haber intentado huir, pero el le habría alcanzado, lo sabía. Y ella habría muerto igualmente. «Esa sería una muerte aún más trágica, estúpida e irónica que una decapitación producida por mi salvador» —pensó. Y no le faltaba razón, al menos aquella vez.
Al fijarse más en el lobo y en su amo, pudo apreciar que tenían un color casi igual de ojos, pues bien los del lobo tenían una forma distinta, salvaje, y los de Jon eran humanos. Como los suyos. Aún así, ambos tenían la misma expresión de duda e indecisión en la cara. Ygritte intentó no esbozar una sonrisa y asintió levemente con la cabeza al darse cuenta del detalle.
—Nunca has matado a una mujer, ¿verdad? Pues morimos igual que los hombres —afirmó, al ver que el chico negaba con la cabeza. «Incluso las mujeres besadas por el fuego mueren igual»—. Pero no tienes que matarme. Mance te aceptará entre nosotros, estoy segura —Ygritte empezó a hablar antes de darse cuenta, y decidió no parar. Si había una mísera posibilidad...—. Hay caminos secretos. Esos cuervos nunca nos alcanzaran.
«Si Jon viniese con nosotros...» Su pensamiento se vio interrumpido por la respuesta de él.
—Soy tan cuervo como ellos.
«Tenía que intentarlo, al menos.» Entonces Ygritte meditó, lo aceptó, asintió y se preparó para morir. 
—¿Me quemarás luego?
—No puedo: verían el humo.
—Qué más da. —Se encogió de hombros—. En fin, se puede acabar en lugares peores que la barriga de un gatosombra.
«Tabit está ahí ahora mismo. No debe de ser tan malo, al fin y al cabo, estaré muerta. Me dará igual.»
—¿No estás asustada?
—Anoche sí —reconoció. No tenía sentido mentirle. «No ahora.»—. Pero ha salido el sol. 
El sol se estaba levantando lentamente. Ya se veían sus primeros rayos. La estrella en sí aparecería en cuestión de minutos, pero ya no había oscuridad alrededor suya. Eso le reconfortaba.
—Que sea un tajo certero, cuervo, o volveré de entre los muertos para perseguirte.
Se apartó el pelo de la cara y el cuello, una vez más. La última vez. «Puede cortarme la cabeza, pero no el pelo. Seguiré siendo la chica besada por el fuego, Cuervo, lo quieras o no.» Miró al suelo con impotencia, sabiendo que sería lo último que vería, pero cambió de opinión y giró su cabeza a la derecha para ver su último amanecer.
Sonaba irónico, pero era hermoso. Había rojo, naranja, amarillo y el típico azul claro del cielo. Casi no había nubes. Si miraba hacia el cielo en la dirección donde los rayos de luz aún no habían llegado del todo, vería un violeta o azul oscuro. Pero va no volvería a ver eso nunca más. No volvería a verlo porque Jon iba a matarla. «Ahora estaré con Tabit, a dondequiera que haya ido.»
Era extraño, pero la idea de morir ya no le asustaba tanto. No consideró si sería una buena idea hacer una cuenta atrás, así sabría el momento exacto de su muerte y no habría tantas sorpresas... «Pero tendría que haber muerto ya.» Jon no parecía estar dispuesto a bajar la espada sobre su cabeza.
—Hazlo ya. Bastardo. —lo dijo así porque quería herirle, y también porque si había algo peor que la certeza de que ibas a morir, era tener que esperar a que eso sucediese en cualquier momento.
Ygritte levantó la cabeza hacia su futuro asesino. Así fue como la pelirroja decidió llamarle a partir de ahora. «Mi futuro asesino.» Ygritte no sabía que esas tres palabras podían formar un mundo entero. Concretamente, el suyo. En todo caso, Jon tampoco. Y mientras tanto, ella seguía viva. «Sigue sin querer matarme» comprendió.
A pesar de que la salvaje no sabía mucho de Invernalia, sí conocía las costumbres de los Stark (o las costumbres del joven Nieve, en este caso). Tenían orgullo, honor, y cumplían su deber. 'Tendrás que ser tú el que haga lo que haya que hacer.' Le había dicho Qhorin Mediamano. Y, en ese caso, Jon iba a hacer lo que había que hacer. «Lo que tiene que hacer es matarme, ¿verdad? ¿Verdad?. A no ser...»
Jon le echó una mirada llena de desesperación y algo más que Ygritte había avistado la noche anterior, pero que seguía sin identificar.
—Vete. Corre. Antes de que recupere el juicio. Corre.
La chica besada por el fuego echó a correr, mientras los rayos amarillos de luz del Sol, que al fin se había dignado en salir, la perseguían. Así debía de correr un alma que mantenía la esperanza de reencontrarse con otra.



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Bueno... Creo que me ha quedado un poco dramático de más, ¿no? Y más largo que los otros. La parte del pelo de Ygritte me quedó demasiado a lo Catelyn. Shit. Bueno, de todas formas, espero que os haya gustado. Venía a agradeceros lo mucho que me habéis ayudado con todos vuestros comentarios. En serio, no llegué a pensar que le iba a gustar a tanta gente. Espero que sigáis leyendo y me dejéis un comentario de vez en cuando, y si me decís alguna cosa que tenga mal y pueda mejorar, también os lo agradecería mucho. Por ejemplo, que deje de dramatizar tanto.
Creo Jon y Ygritte son una buena forma de empezar a escribir un poco... Sí, tengo planeado escribir la historia entera, hasta el final. No creo que tenga fecha fija para publicar tampoco, pero iré avisando a medida que vaya escribiendo y publicando. No espero que llegue a la altura de George ni de coña, pero es de los escritores que más me llegaron, en todo, y quería hacer algo al respecto, so... Here I am. 
PD: Jon knows nothing.

sábado, 22 de junio de 2013

Capítulo 2 — No voy a morir.

«—¿Un hombre puede ser valiente cuando tiene miedo?
—Es el único momento en el que puede ser valiente.
Bran y Ned Stark.»

  Consiguió no gritar haciendo acoplo de todas sus fuerzas. Al principio se horrorizó, pero, tiempo después, recordando, pudo apreciar que de no ser por el golpe y ruido de la caída, no habría vuelto a despertarse nunca. Lo siguiente que escuchó fueron pasos, muchos pasos. Comenzó a moverse y pudo ver por el rabillo del ojo cómo un Cuervo atravesaba el pecho de Tabit con su espada, mientras sus ojos expresaban el horror más grande que Ygritte había visto en su vida. Por la boca de su compañero salió un susurro leve antes de caer al suelo y morir. Ygritte temblaba. «Soy la chica besada por el fuego. No voy a morir.»  Cerca de su cama improvisada había un hacha, sólo tenía que cogerla. Se levantó de un salto abalanzándose sobre él, pero el hombre vestido de negro la cogió por el pelo y...
No hizo nada. Ygritte abrió un ojo. Dos. A poca distancia de su cara había un chico, también de su edad. Ella estaba desarmada y a punto de morir, pero, en cambio, el más asustado de los dos parecía ser él. Le apretaba una daga contra el cuello.
—Es una chica.
«Eso... ¿Eso es todo lo que va a decir?» parecía nervioso. «No quiere matarme.»
—Es una vigía. Y una salvaje. Acaba con ella —esa era la voz de una persona a la que Ygritte no había visto. De cualquier modo, no le gustaba. Quería matarla.
Mientras tanto, el chico seguía mirándola sin decidirse. Tenía el pelo castaño muy oscuro, casi negro, como las plumas de algunos cuervos. Sus ojos seguían mirándola, nerviosos, sólo a 10 centímetros de los suyos. «¿Es que nunca ha matado a nadie? ¿Por qué no acaba con esto?». Su pelo oscuro se le metía en los ojos, como a ella. Era un par de palmos más alto. Pero Ygritte sólo podía fijarse en sus ojos grises. Abarcaban todo el universo, como los de Tabit, pero de un modo más tranquilo, más especial, más coherente. Serían esos ojos los que la matarían, no la daga. «¿Será capaz?». El Cuervo abrió la boca y la pelirroja se preparó para morir.
—¿Te rindes?
Las palabras resonaron en su oído 10 segundos antes de responder. «¿Y si digo que no?».
—Me rindo.
«¿Por qué no iba a hacerlo? Así no me matarán. No moriré. No moriré.»
—Entonces eres nuestra prisionera —dijo el Cuervo, apartando la daga de su cuello. Su respuesta pareció tranquilizarle.
Nunca lo admitiría, pero Ygritte suspiró, aliviada. No estaba muerta aún. A lo mejor era verdad, las personas besadas por el fuego tenían suerte. Aún se acordaba del hacha, escondida entre las mantas...
Se giró hacia el hombre de atrás, muchos años mayor que el otro. Empezó a hablar también:
—Qhorin no dijo nada de tomar prisioneros.
¿Qhorin? ¿Qhorin Mediamano? Tenía que huir de allí. Incluso los salvajes le conocían. Aniquilaba a los suyos, pensó, con rabia. Pero ahora ellos eran cientos. Miles. Millones. Y tenían gigantes.
—Tampoco dijo que no los tomáramos.
Ygritte empezó a alejarse lentamente mientras los hombres luchaban con la mirada, podía escapar, podía...
—Es una guerrera —concluyó el otro. «¿Tengo que darte las gracias por el cumplido, acaso?». Pero entonces el hombre señaló su hacha —. Eso es lo que buscaba cuando le agarraste. Si le das media ocasión te la clavará entre los ojos.
«¿De veras? Me daría pena destrozar una cara tan bonita... Tal vez le cortaría el cuello. Tel vez te lo cortaría a ti.» Pero en lugar de hablar se quedó mirando al otro con cara de interrogación. Debía de tener un aspecto muy asustado. 
—Entonces no le daré media ocasión —protestó el chico, y su hacha salió despedida hacia la otra punta del saliente, gracias a la patada del joven.
«Mierda. Ahora seguro que voy a morir.» Pensó.
—¿Cómo te llamas?
Le miró dentro de los ojos, mucho más allá de la pupila. Había luz... Y algo más. No se paró a averiguar lo que era. El muchacho no era como Tabit, ni como Rot. Era distinto. Honrado. Amable.  Tenía coraje. Prudencia. Confianza. Y... Era débil. No la había matado por ser una mujer. No sabía nada de los salvajes. «Yo le habría matado. Cortado la garganta. Asesinado. Pero... lo lamentaría después. Vaya si lo haría.» El muchacho poseía todos los adjetivos y cualidades que Ygritte despreciaba, y sin embargo... No podía dejar de mirarle a los ojos. «Tal vez no es tan malo morir si lo hace él. Tal vez, sólo tal vez... Me espera alguien. Después de...» Pero Ygritte recordó quién era, lo que era, y lo que significaba, y volvió a pensar. «No. No voy a morir». El pelo volvía a meterse en sus ojos. Maldijo por lo bajo, pero aprovechó el momento para desviar los ojos del asesino de sus amigos. «¿Eran mis amigos?». 
Recordó la pregunta del cuervo. Ahora debía decirle su nombre.
—Ygritte.
Sólo entonces se dió cuenta de que tenía el cuello lleno de sangre, por el puñal. Se miró a los dedos, desconcertada. «No voy a morir. No como Tabit. No como Rot.»
—Eres mi prisionera, Ygritte.
Lo dijo sin variar el tono de voz, tanto que podría parecer que estaban jugando a un juego de niños pequeños. Pero eso era la guerra.
—Yo te he dicho mi nombre.
Lo dijo sin levantar la mirada, aún mirando su sangre en los dedos. «No estoy muerta. Y Rot sí. Tabit sí. Están muertos.»
—Me llamo Jon Nieve.
Nieve. Aquella cosa blanca que descendía sobre su cabello casi cada día. No desprendía calor. La nieve traía frío, sólo frío. Y angustia. Y dolor. Y recuerdos. Y presagios. La nieve traía a los caminantes. La nieve traía la muerte.
—Es un nombre malvado.
Lo dijo así, porque lo pensaba. Ella siempre decía lo que pensaba. «Soy la chica besada por el fuego, tengo que hacerlo.» Pensó.
Y luego— «No voy a morir.»
—Es un nombre de bastardo —dijo él—. Mi padre era Lord Eddard Stark de Invernalia.
Ygritte entrecerró los ojos. Jon Nieve había pronunciado las palabras con orgullo, importancia. O, mejor, impotencia. Como si no fuese un Cuervo. Era verdad, no era un Cuervo. Peor. Era un bastardo.
El el pueblo libre no importaba de quién seas hijo. Importabas tú. Lo que eres. No lo que los demás suponen que serás sólo por tu apellido. Los del Sur nunca llegarían a entenderlo. En cambio, ahora estaban en el Norte. En el Norte de verdad. Ahí sólo había vida o muerte, y tu apellido no podía salvarte, nunca. ¿Creía que los Lords y los Señores importantes del Sur iban a ayudarle entonces? Los de Más Allá del Muro creían que ellos tenían el Norte y el Sur, todo en uno, pero no era verdad. Todos estaban al Sur... Y ellos al Norte. El Muro era la línea. La línea que marcaba el destino de cada uno. A un lado había vida, seguridad, calor. Salvación. No había ojos azules como el hielo, que veían a través de ti. Te devoraban. Y morías, por esos ojos. Ojos de muertos. En la parte del Norte, en su parte, sin embargo... 
Ygritte pensaba en la muerte muy a menudo. Y ahora que estaba en su lado, los Cuervos, incluyendo a Jon, también debían de pensar en ella. «Jon Nieve, ¿quieres morir?»
Pero en vez de responderle todo eso, la chica se mantuvo mirándole a la cara. Firmemente. Como habría hecho un soldado. Un salvaje. Como habría hecho Rot. Y Tabit...
No había notado que el otro hombre había empezado a hablar, y comenzó a prestar atención.
  —...visto a salvajes cortarse la lengua a mordiscos antes de contar nada. —dijo, aunque Ygritte escuchó sólo media frase.
   «Como el viejo Tom.» Pensó. Era uno de los salvajes que más había durado con vida de todos los que ella conocía, pero también el más loco de todos ellos. A veces él y Tabit hablaban, pues el chico podía entender mejor que ningún otro el lenguaje de señas que el viejo loco había desenvuelto a través de los años. Nunca más volverían a hablar.
   Giró su cabeza hacia el suelo y vió a aquel que la había amado. Ahora estaba muerto.
   Por primera vez en su vida, Ygritte deseó con todas sus fuerzas tener ese maldito cuerno en la mano.

viernes, 21 de junio de 2013

Kissed By Fire: Capítulo 1 — Dos Conejos.


«If we die, we die. But first we'll live. — Ygritte»

Tuvo que escalar durante varios minutos para llegar, y ya había oscuridad total cuando se acercó a la hoguera al borde del abismo. Ya se veía muy desde lejos, soltó una maldición por lo bajo cuando se dió cuenta. Al lado había un bulto muy grande, dormido. Lo observó con cautela. Allí arriba hacía mucho viento, lo suficiente como para mover su pelo rojo de un lado para otro, como si intentase meterse en sus ojos y sacarlos, pero no lo suficiente para apagar la hoguera, escondida bajo un saliente. Estaba muy oscuro y no conseguía ver nada, pero si estuviese en ese mismo lugar de día habría visto un paisaje completamente diferente, y más hermoso. Como la nieve al caer, trayendo la muerte a su paso. Ygritte se apartó al pelo de la boca y los ojos y volvió a prestar atención al gigante posado en el suelo.
—Eh, Tabit, ¿quieres hacer el favor de levantarte? Ayuda un poco —dijo mientras le daba una patada no muy fuerte en las costillas.
—Soy Rot, estúpida —exclamó junto a un quejido de dolor—. ¿Ya no sabes diferenciarnos? Aparta.
Ygritte sonrió y se sentó en el suelo, a su lado. Rot era un chico no mucho mayor que ella, pero aparentaba bastante más. Tenía mucho pelo en las cejas y la barba le crecía constantemente. Podría resultar atractivo de no ser por su nariz recta y sobresaliente. «Una pena» pensaba Ygritte. Era fuerte, útil... Pero nada agudo ni ágil a la hora de escoger las palabras. Le gustaba tomarle el pelo sin que se diese cuenta. Era el encargado de llevar el cuerno y soplar por el en caso de ataque. Era su obligación: el cuerno antes de la espada. La seguridad de todos antes de la suya. A cualquier señor del Sur, o incluso a un Cuervo, le habría parecido un acto honorable, muestra de coraje y valentía; pero Ygritte era una salvaje, y pensaba que era una estupidez. «Si nos atacasen, me defendería, y no me preocuparía por un cuerno. Puedo gritar y luchar a la vez, ¿no? ¿Qué persona no puede?». Incluso las damas del Sur, pensaba. «Las damas del Sur sobre todo. Todos dicen que gritan mucho en su guerra. Pero en vez de ser una guerra a cielo abierto, con espadas, arcos, lucha y muerte; era una lucha nocturna en la cama de su esposo.» Sin embargo, a Rot la idea del cuerno le parecía maravillosa y le gustaba hacerlo sonar de vez en cuando. Siempre lo llevaba atado a la cintura.
En cambio en ese momento la atención de Rot recaía sobre la pequeña bolsa que Ygritte se encargaba de llevar, con toda su comida.
—¿Sólo dos conejos? ¿Nos estás tomando el pelo? No llegará. Joder, ¿cómo has repartido la comida?
—Cállate —replicó —. Y a no ser que quieras hacerlo tú, te propongo que cierres...
En aquel momento se fijó en Tabit, estaba en el otro lado, afilando su cuchillo. El chico le sonrió y se acercó un todo lo que pudo, tampoco había mucho espacio.
Si Rot era desagradable a la vista, torpe y con rasgos de anciano, Tabit era más bien lo contrario. Era muy alto, firme y musculoso, con los ojos muy claros que parecían abarcar todo el universo, aunque Ygritte no sabía qué era el universo concretamete. Le gustaba subirse a la cima de una colina, o un árbol, y observarlo todo desde allí. Gracias a eso tenía pequeñas arrugas cerca de los ojos. Tenía una expresión firme en la cara, pero al ver a la chica se ablandó un poco.
—Eh, Tabit, mira quién ha llegado. Con sólo dos conejos. No llega ni para desayunar.
—Cierra el pico, Rot. Sólo piensas en comer, maldita sea. Estamos en pleno invierno... —replicó. Tabit tenía la voz  muy grave.
Y siempre se ponía del lado de Ygritte, en todas las discusiones.
—Aquí siempre es invierno, joder. Cruzamos el Muro más de una vez ya, ¿no lo recuerdas? Llaman invierno a esa mierda. ¿Qué saben ellos...? —pronunciaba las palabras con indignación, como si no acabase de creérselo—. No me engañas, Tabit, sólo lo dices para meterte debajo de su capa por la noche, cuando crees que estoy durmiendo.
Y era verdad. Tabit intentaba impresionar a Ygritte de todas las formas posibles, y siempre se insinuaba para meterse con ella cuando cogía su manta de piel de oso, o en su hora de guardia. Rot había desistido hacía mucho tiempo. Ygritte pensaba que intentaría forzarla... Pero nunca lo hizo, a pesar de ser un salvaje. Tal vez por eso sentía simpatía hacia Rot. Pero Tabit era distinto. Una vez, cuando aún estaban con Mance habían tenido algo, pero desde entonces siempre le rechazaba. Sin duda Rot lo había notado, y se aprovechaba de ello.
En lugar de enfadarse, Tabit sonrió. Pero fue Ygritte la que empezó a hablar antes de que le diese tiempo a replicar algo que sin duda empezaría una nueva pelea.
—¿Quieres centrarte? He estado horas ahí afuera, tengo frío. Y nos estamos quedando sin provisiones.
—Si tienes frío, podemos dormir juntos —puntualizó Tabit —. Y sobre lo de comer... —hizo un gesto obsceno con la mano, que daba a entender muchas cosas.
Rot se rió por lo bajo mientras Ygritte esbozó una especie de media sonrisa, un tanto cruel.
—Oh, ¿Te refieres a...? ¿En serio? ¿Te crees que eso me quitaría el hambre? —dijo, recalcando la palabra 'eso', tal vez más de lo necesario.
'Eso' hizo que Rot se riese aún mas, y Tabit le dió un puñetazo en la boca. Ygritte también se rió, sabiendo lo mal que se sentiría después.
«¿Y este es el hombre libre al que ví aquella noche? Casi parece que se esté desvaneciendo ante mis ojos.»
Aquel día Ygritte intentaba mejorar su puntería con el arco, sin conseguirlo. Tabit se había acercado por detrás. Estaba muy borracho, pero cuando estaba ebrio su ingenio se agudizaba.
—Buenos días, mi bella dama, ¿que hacéis tan sola por el bosque?
Ygritte trató de disimular un escalofrío que recorrió toda su espalda. No lo había visto venir, y tendría que haberlo hecho. Eso la puso de mal humor.
—Somos gente libre, no como los del sur, con sus Damas, Lords y Señores. Vuelve a llamarme 'mi bella dama' y creo que no podrás llamarle así a nadie nunca más con el mismo fin.
—¿Y cuál es ese fin?
Ella se dió la vuelta e iba a marcharse, airada, pero Tabit la siguió un par de metros y atrapó su brazo. Era un agarre fuerte, tan fuerte como ella. Fuerte como el fuego.
—Quiero besar... Besar el fuego.
Sus ojos brillaban.
Entonces él la cogió en brazos y cuando empezó ella ya no quiso que parase. Pensaba que la borrachera y la resaca le quitarían el recuerdo, pero era difícil olvidar su encuentro con la chica besada por el fuego. Tal vez por eso no lo había hecho.
—Eh, dos-conejos, te toca hacer la primera guardia —Rot se rió con su propio chiste.
—Mejor llámame dos-cojones, idiota, porque es lo que tú no tienes. Dame ese maldito conejo.
Rot le lanzó una mirada asesina, y Tabit, en cambio, una profundamente sorprendida. Ygritte le miró como si fuese un Cuervo. Entonces él empezó a reír. Tabit tenía una risa grave y profunda, pero lo mejor era que se reía sin ningún motivo. Rot maldijo en voz baja y empezaba a levantarse cuando, de pronto, simplemente se cayó al suelo y empezó a reírse también. La pelirroja no podría haber estado más sorprendida que entonces.
—¿Qué mierda estáis...? ¿Os creéis que es...?
No paraban de reírse. Ygritte les miró. Sonrió. Abrió la boca para decir algo hiriente como «bastardos», pero en su lugar salió una carcajada. Y luego otra.
Dos minutos después ya se había tranquilizado.
—Iros a la mierda.
Si hubiese sabido que esas iban a ser las últimas palabras que les llegaría a dedicar, tal vez habría cambiado la frase. Podría haber dicho «buenas noches», pero esa no sería la chica besada por el fuego. La chica de la que todos hablaban.
Ygritte se recostó sobre el tronco que quedaba, e intentó dormir con todas sus fuerzas, mientras los escuchaba despellejar a los conejos que había traído. «Al fin y al cabo te los vas a comer, ¿eh Rot? La próxima vez te mandaré a ti a por tu asquerosa comida.» Y se durmió, con su mente girando aún sobre ese pensamiento. Más bien, estuvo a punto de dormirse, arropada bajo sus múltiples capas.
Porque le despertó el sonido de un corte y una caída. La caída de alguien muerto.