«El pueblo llano, cuando reza, pide lluvia, hijos sanos y un verano que no acabe jamás. No les importa que los grandes señores jueguen a su juego de tronos, mientras a ellos los dejen en paz. Pero nunca lo hacen. – Ser Jorah.»
'Corre', le había dicho. Y ella corrió. Atravesó lo que le había parecido más de la mitad del bosque, con los susurros de los muertos persiguiéndola. El amanecer naranja entregaba un toque tétrico a las escasas hojas de los árboles, que intentaban caer sobre su cabeza y aún así no la alcanzaban, porque ella corría. «Me observan», pensó. «Los árboles tienen ojos, los muertos tienen vida y los lobos pueden ser domesticados.»
En el bosque reinaba un silencio que llenaba sus pulmones, salía por su nariz y después llenaba el mundo de angustia y agonía. Al principio el sonido de las palabras de Jon Nieve retumbaban violentamente en su oído. 'Corre. Antes de que recupere el juicio. Corre. Corre. ¡Corre!'. Pero después de repetir la palabra varias veces pareció que dejaba de tener sentido, y Ygritte se calmó. Siguió corriendo, y apreció que el susurro era el crujido que producían sus propios pies al romper ramitas finas tiradas en el suelo entre hojas desgastadas. Pero ahora había parado para tomar aire, apoyándose en un árbol cinco veces más viejo que ella misma. El silencio era enorme, y presionaba contra su alma. No sabía que ese era el mismo silencio que guardaba Jon Nieve, cabalgando a millas de distancia.
Había llegado al clan de Casaca de Matraca hacía siete días, sin sus acompañantes. Nadie preguntó. 'Cuervos' fue la única palabra que dijo como saludo, y el clan volvió a acogerla entre risas y susurros. Desde entonces, comenzaron a perseguir a Qhorin Mediamano, el cuervo grande y los otros dos que iban con ellos; pero a Ygritte sólo le preocupaba Jon. «¿Por qué?», quería preguntarle. Cada mañana y cada tarde mandaban a su águila al cielo a vigilarles, y Casaca hacía sonar su cuerno de huesos, parecido al que había tenido Rot.
Dos días atrás, habían cogido a uno de ellos. «Edd», recordó Ygritte. «Dijo que se llamaba Edd. Antes de morir». Ese Cuervo no había asesinado a sus amigos, pero de haberle sido posible lo habría hecho, y a ella también se la habría llevado por delante. Es más, cuando le acorralaron consiguió llevarse a Tom el Huesos y a Tasim consigo al otro lado. Finalmente fue Lanzalarga quién le atravesó el corazón con un puñal, y Ygritte se quedó sus guantes. Lo quemaron al anochecer e hicieron sonar el cuerno, sólo para avisar al resto de los cuervos que estaban perdidos. «Los mataremos a todos», pensaba. «Incluso a Jon. Si no está muerto ya».
Los días pasaban simultaneamente, sin reclamar atención sobre si mismos. Ahora Ygritte tenía tiempo de pensar en lo que había sucedido, y ni siquiera con diez días para pensar en ello consiguió verle alguna lógica. «Me dejó escapar. Sabiendo que yo iba a revelar su posición. Poniéndoles en peligro. Podría haberme matado con una sola palabra. Y no lo hizo.»
'Corre', le había dicho. Y ella corrió...
Cada día se despertaba dándole un empujón a Lanzalarga, que siempre se acostaba a su lado, que a su vez le daba un empujón a Ryk, que también quería acostarse al lado de Ygritte, pero Lanzalarga siempre llegaba antes.
Lanzalarga era más o menos un buen amigo de Ygritte y casi que el único que le caía bien del clan de Casaca, por lo tanto fue al primero al que le contó lo que hizo Jon Nieve, desde el principio hasta el final.
Él escuchó atentamente durante toda la historia, pero nada más terminar declaró:
—Prométeme que nada más veas a ese chicho lo matarás.
—¿Por qué? —Ygritte se podía esperar muchas cosas de su amigo, pero aquella no.
—Ha matado a Tabit, Ygritte. A Tabit. Era un buen guerrero. Luchaba conmigo, y yo salía perdiendo. Y sabes lo bien que sé pelear.
La chica sabía que era verdad, Tabit era de los mejores guerreros del clan, y Jon lo mató en cuestión de escasos minutos. ¿Cuánta influencia habría tenido el hecho de que le atacase por sorpresa?
—Tú no estás muerta de milagro, pelirroja —continuó—. Se compadeció de ti, ¿no lo ves? Por ser una mujer. Y te dejó escapar. No sabe nada de nosotros. Le habrán echado una buena reprimenda por haberlo hecho, seguro que la próxima vez se lo piensa mejor. Te cortará la garganta en un segundo si tú dudas entre matarle y dejarle con vida por lo que ha hecho en vez de defenderte.
»Así que, Ygritte. Prométeme que le matarás la próxima vez que le veas.
Las palabras de su amigo le dolieron, pero una promesa no era eterna.
—Te lo prometo. —dijo, mientras sonreía inocentemente, como si le hiciese gracia que su amigo se preocupase tanto por ella.
—No. Júramelo.
«Esto ya es otra cosa.»
—Te lo juro —dijo, sin embargo—. Te lo juro por el Dios Ahogado.
Había escuchado mencionar a ese Dios en una conversación con Thorn, el jefe de otro clan. Tenía sangre de los hombres de hierro, que se inclinaban ante ese Dios. Para ella, en cambio, no significaba nada. Por eso lo dijo. Pero Lanzalarga la conocía, y ante su expresión de asombro, confusión e incredulidad Ygritte se rió levemente y arqueó una ceja. Ella no tenía en sus planes matar a Jon Nieve, aún que lo hubiese jurado por un dios. Un dios en el que ella no creía.
—Bastarda —masculló su amigo entre dientes—. No te creo.
—En ese caso, te lo juro por el Dios No Ahogado.
En ese momento ambos se rieron con fuerza del chiste sin gracia, y Lanzalarga se fue, casi decepcionado, sin hacerle jurar nada finalmente. «Pero una promesa es una promesa». Y Ygritte se juró a si misma que, si alguna vez Jon Nieve intentaba herirla o matarla, ella lo haría antes. Cumplió esa promesa. O, al menos, lo intentó.
Ygritte tuvo un sueño esa noche. No era una pesadilla, pero aún así ella temblaba al recordarlo por la mañana. Ella y Jon estaban encima de dos acantilados, cada uno en el suyo, separados por un inmenso vacío de color negro del que no alcanzaban a ver el fondo. Es más, era como si estuviese ellos solos en dos cimas de montañas consecutivas, sin poder bajar ni hacer nada más que mirarse el uno a otro.
'¡Ayúdame!', grito Ygritte, pero hasta Jon sólo llegó el eco.
«Údame… Dame… Ame…. Ame…»
Y el le despondió;
—¡No puedo!
«Edo… Edo… edo…»
—¡Ven conmigo!
«Conmigo… conmigo… conmigo…»
En cambio, Jon sacó su espada, y a su lado apareció su lobo blanco, difuminado en la niebla. Ygritte se apartó de nuevo, el pelo del cuello. «Seguiré siendo la chica besada por el fuego, quieras o no…»
Ua voz extraña la sorprendió, de pronto. Era más grave que la de Jon, pero increíblemente similar.
—Puedes hacerlo, Jon —dijo—. ¿Eres mi hijo o no? ¿Eres un Stark, o eres un Nieve?
Jon tiró la espada al vacío y grito. Ygritte escuchó claramente las palabras, como si se las estuviese susurrando al oído.
—¡Cállate, estas muerto!
Y después la miró a ella.
—Corre. Antes de que recupere el juicio —las palabras de Jon salían entrecortadas. Cogía velocidad a medida que hablaba—. Corre. ¡Corre! ¡CORRE!
Y Ygritte corrió, pero no tenía a dónde y empezó a caer al mismo vacío al que se había precipitado hace varios segundos la espada de Jon. Encima de ella volaba un cuervo, gritando 'Bastardo, bastardo, bastardo', y la voz de Lanzalarga le decía 'Prométemelo', y Rot hacía sonar su cuerno, y Tabit miraba al horizonte desde donde ella había estado parada.
La figura de Jon se alzaba, majestuosa con su capa negra ondeando con el viento. Sobresalía entre la niebla junto a su lobo, que empezó a aullar una canción triste, el estribillo de 'La Rosa Invernal'.
Ya llevaban días y días persiguiendo a los cuervos, tantos que Ygritte dejó de contarlos, cuando consiguieron acorralarles en una pequeña cueva, dejando atrás el Paso Aullante.
Para entonces sólo quedaban dos cuervos, Jon y Qhorin Mediamano. Casaca de Matraca, o, El señor de los Huesos, dio la orden, y entre todos cogieron los arcos, lanzas, flechas y puñales; y con un inmenso barullo se encaminaron hacia donde ellos estaban situados.
—Casaca de Matraca —dijo Qhorin Mediamano, con un tono de voz que podía mostrar asco o respeto, pero nunca al mismo tiempo. Estaba claro cuál elegiría Casaca.
Jon seguía mirándoles sin creerse lo que estaba viendo, como si estuviese un un sueño. A su lado su lobo le miraba. Por un momento Ygritte pensó que la reconoció, pero se dió cuenta de que llevaba el yelmo de madera, como la mayoría de sus compañeros. Ygritte odiaba ponerse los yelmos, prefería que se viese su cara, y su pelo, pero se la puso aquella vez por precaución. Como dedujo, Jon no la reconoció en ella. Probablemente tampoco entendía por qué los llevaban. «No sabe nada de nosotros», pensó, recordando la frase de Lanzalarga.
Entonces él la miró a ella, y sólo a ella, pero sin saber quién era. Las manos de ambos se movieron inconscientemente hacia la espada y el arco, respectivamente. Jon no veía el pelo rojo, no veía los ojos grises y azules de ella. Tampoco veía a la chica menuda a la que salvó, días atrás. Veía a un enemigo del que tenía que deshacerse. Aún así ella podía ver la duda en su mirada, y también vio cómo su mano se cerraba, pero no alrededor de la espada, sino que en el aire. De pronto parecía un hombre decidido y fuerte, pero Ygritte sabía que en realidad no lo era.
«No sabes nada, Jon Nieve», pensó.
Entonces Jon habló. Ygritte no podía saber de qué modo cambiarían esas palabras su vida, pero lo hicieron. Y, si ella ahora pudiese volver a ese momento y actuar de otro modo, probablemente no lo haría.
Entonces Jon habló. Ygritte no podía saber de qué modo cambiarían esas palabras su vida, pero lo hicieron. Y, si ella ahora pudiese volver a ese momento y actuar de otro modo, probablemente no lo haría.