lunes, 25 de noviembre de 2013

Capítulo 8 — Más Allá del Muro.

«¿Por qué será que, cuando un hombre construye un Muro, 
su vecino quiere saber lo que hay al otro lado? 
—Tyrion Lannister.»

El Muro era más alto que cualquier árbol que ella pudiese escalar. Horriblemente alto. Ni siquiera tenía nada en común con cualquier árbol que conociese, pues no estaba vivo. Tampoco estaba muerto, porque para morir tenía que haber vivido alguna vez. Ygritte esperaba que el Muro no haya estado ni estuviese vivo. Aunque sabía que estaba hecho de piedra, una sólida capa de hielo y nieve lo cubría por todas partes dándole un aspecto majestuoso, reflejando los colores del amanecer; naranja, amarillo y rojo. La visión más amenazadora se producía cuando miraba hacia arriba, y veía lo alto que era. Tal vez lo odiaba por eso; era alto e inalcanzable.

Habían acampado en los árboles que crecían cerca. Primero iba a subir la patrulla de Jarl, que lo había hecho medio millar de veces. Después la de Errok y Grigg. El resto esperaría abajo, con el Magnar, que, parecía tan impresionado como ella. 
Aún era muy temprano en el amanecer, pero se sabía que aquel día iba a haber mucho sol. El hielo del Muro brillaba en algunos sitios y ascendía hasta el cielo, sin importarle nada. Aquel Muro estaba hecho para subir a él y mirar hacia abajo, no para que los de abajo lo mirasen a él. O tal vez sí.
Habían encontrado una especie de punto débil en el Muro; los árboles crecían demasiado cerca y subiendo por ellos hacia él se podía alcanzar la cima más rápidamente. Había una pendiente pequeña de hielo. El grupo de Jarl ya estaba empezando a escalar, unos atados a otros. Jon observaba el proceso con una impasibilidad amenazadora. Tal vez estuviese evaluando la gravedad de la situación, porque veía que, prácticamente, el Muro no tenía guardias. 
—Un muro es tan fuerte como los hombres que lo defienden —le dijo, con la mirada perdida, tal vez por eso.
«Entonces eso no es un Muro, en una piedra de mi altura con una cara dibujada» —pensó divertida.
—¿Y son fuertes, Jon Nieve? Los hombres. —contestó, sin embargo.
La palabra «son» pareció ofenderle, como si él fuese uno de ellos. Porque, ¿qué era Jon en realidad? Pero él no contestó.
—No son tan fuertes como nosotros —añadió ella—. Ya lo verás.
Sonrió. La sonrisa era su mejor arma contra un miedo: el suyo propio.

Seis horas después sucedió el fallo. Habían pasado gran parte del día sin hacer nada, simplemente observando a  los escaladores subir incansablemente. Para entonces era mediodía, el Muro brillaba tanto reflejando el sol que dolía mirarlo. Primero oyó el crujido. Era como si el propio Muro rugiese, defendiéndose de aquellos que se atrevieron a escalarlo. Gritó y apretó las orejas con las manos, mientras Jon la cogió por la cintura, abrazándola, y la tiró al suelo.
Cuando pudieron levantarse y Ygritte abrió los ojos, uno de los grupos de los escaladores no estaba en el Muro. En su lugar, había un pequeño agujero en la sólida pendiente vertical. El lugar que se había derrumbado, llevándolos consigo. Más abajo había manchas de sangre. Los otros dos grupos estaban a los lados, aún subiendo. 
La avalancha había llegado hasta el sitio donde estaban ella y Jon, en el bosque, bastante alejados del Muro, lo cual hizo que cada parte de su cuerpo se estremeciese. Luego Jon le contó que uno de los escaladores sobrevivió, pero con la columna y todas las costillas rotas. Pidió misericordia. «La misericordia de los salvajes es la muerte.»

Durante todo el día los salvajes no hacían nada salvo observar, como, imbatiblemente, los escaladores subían uno tras otro hasta llegar a algún saliente para descansar cinco minutos. Después seguían.
La idea de tener que repetir eso, volver a subir, la hacía estremecerse. «No», era el más fuerte de los pensamientos que pasaban por la mente de Ygritte. En los brazos de Jon se sentía fuerte, capaz, pero, ¿cuando estuviese ahí arriba? Eran horas subiendo. Luchando por no caer. Estaría sola. «¿Y tú, de qué tienes miedo, chica besada por el fuego?».

Cuando llegó su turno era de noche en el cielo. El plan de Mance consistía en bajar escaleras desde la cima del Muro, para que el resto pudiese subir. Tardarían una o dos horas, pero era mejor que simplemente escalarlo. Se sentía agradecida. Dejó a su caballo atrás, y subió a las escaleras después de Jon. 
—Te veo arriba —le dijo él.
—Eso espero, si no eres tan torpe como para caerte.
—Espero que no, porque entonces caerías conmigo, recuerda que vas a estar subiendo justo debajo.
—No sabes nada, Jon Nieve, soy más astuta que tú y te esquivaría, ya lo verás. Y si cayésemos juntos, ¿qué más da? 
—¿No te preocupa la idea de caer?
—Me preocuparía si no cayese contigo.
No hablaron más durante el trayecto, pero esa conversación reconfortó a Ygritte. Sólo al principio, porque cuando miró hacia arriba para ver a lo que tendría que enfrentarse, se sintió desfallecer.
Escaló por la larga escalera, deseando que se rompiese ahora y no después. Podría sobrevivir a la caída, podría volver. Después empezó a centrarse en los escalones. Uno, dos, tres. Cien. ¿Cuántos había? 
Al llegar al doscientos cincuenta y ocho resbaló, y cayó uno hacia abajo. El Muro quería desprenderse de ella, dejarla caer, deshacerse de su carga. «Me odia, como yo a él. Está tan vivo como yo. Y también quiere hacerme caer. ¡Vamos a ver quién gana esta vez!» Jon, que iba bastante adelantado, miró hacia ella al escuchar su grito ahogado, pero Ygritte consiguió sonreír para calmarle, sin darle importancia. Entonces vió como un hombre, también de su grupo, cayó a su izquierda, gritando. Era el segundo. Jon se paró unos segundos, pero luego siguió subiendo. Ella tampoco dijo nada y, aferrándose a la escalera, subió peldaño a peldaño como si fuese su única esperanza de sobrevivir. Y en realidad, lo era.
Seguía subiendo una hora después, y dos, dos y media. Apoyó la mano en el final del Muro «¡El final del Muro!» y Jon le ayudó a subir. Sólo entonces se sintió liberada, y gritó. Gritó porque odiaba el Muro, sus paredes, el hielo, y las piedras que había debajo. Odiaba su esencia. El odio le daba fuerzas, por tanto se levantó y se acercó peligrosamente al borde para mirar hacia abajo. No se veía nada, sólo la oscuridad, aunque estaba amaneciendo. Le habría gustado escupir ahí abajo.
Sintió como Jon le tocaba la pierna, y cayó temblando encima suya. Su cuerpo no le dejaba moverse más, estaba sin fuerzas.
—He estado a punto de caerme —le dijo con los ojos llenos de lágrimas—. Dos veces. Tres veces. El Muro intentaba sacudirme, lo he notado.
—No tengas miedo —Jon hablaba con una voz tranquila, queriendo calmarla. Pero ella no quería calmarse. Le dio un golpe en el pecho. 
—No tenía miedo. No sabes nada, Jon Nieve.
—Entonces, ¿por qué lloras?
Eso la enfureció, no se había dado cuenta de que estaba llorando. «Es el Muro, el Muro.». Estaba tan enfadada que arrancó un pedazo de hielo que sobresalía, y lo tiró al vacío con furia. Sabía que no iba a escuchar cómo caía, pero esperó. Habría podido derribarlo, no habría necesidad de subir a él, de sufrir... Se giró hacia Jon, enfurecida.
—Lloro porque no encontramos el Cuerno del Invierno. ¡Abrimos medio centenar de tumbas, dejamos todas esas sombras sueltas por el mundo y no encontramos el Cuerno de Joramun para derribar este maldito Muro!
Él no respondió, sólo la abrazó y le dejó desahogarse en su pecho.

Cuando abrió los ojos, el Sol se había levantado y brillaba débilmente sobre ellos. Ygritte tenía fuerzas suficientes para levantarse, y mirar otra vez hacia abajo. Blanco. Pero esta vez no sintió amargura, no, porque comenzó a levantar la vista, y la imagen de lo que tenía delante la dejó sin aliento. 
Una vez Tabit la había subido a un árbol con él, el árbol más alto que pudieron encontrar. Cincuenta veces la altura de Ygritte, si no sesenta. Sin embargo, tenía un montón enorme de ramas sueltas, gruesas y estables por donde escalar. 'Árbol de la Tierra', lo había llamado Tabit. Cuando llegaron a la cima (y Ygritte intentaba no mirar hacia abajo para no marearse, caerse, o al menos no vomitar) Tabit le dijo al oído 'Esto es nuestra Tierra, Ygritte. Somos nosotros.' Y ella le creyó. Entonces aún era verano, relativamente, aunque allí siempre había nieve. Era un amanecer, de color azul pálido. Todo parecía intentar decirle a la chica que esa era la felicidad, la paz, la tranquilidad. Todo. Después de una hora arriba, no quería bajar.
Todo ese tiempo, pensaba que nada podría igualar una vista como aquella. Hasta que levantó la mirada y vio lo que el Muro podía mostrarle. Miles de árboles, de un verde oscuro que se mezclaba con la luz del sol, creando un montón de tonos distintos. Estaba mirando a su hogar, donde ella había crecido, el lugar del que creía conocer cada pequeño detalle, pero desde ahí arriba la perspectiva era completamente distinta. Entonces se acordó de que el Muro tenía dos lados: ahora estaba mirando el suyo. Toda su vida había deseado ver lo que había en el otro. Se dio la vuelta, y no pudo contener un ligero suspiro; era hermoso. En realidad el paisaje no se diferenciaba tanto. los mismos árboles, la misma nieve. Sólo que, cuanto más al Sur, menos nieve había. Las montañas en el horizonte aún tenían árboles completamente verdes. «Es tan distinto y tan igual», pensó. No sabía cuanto tiempo se pasó observándolo, pero de pronto se dio cuenta de que Jon se había levantado y estaba a su lado, mirándola. Ella le miró a su vez, y después le abrazó con todas sus fuerzas. A su alrededor, el resto de los escaladores ya estaban colocando las escaleras para volver a bajar, después de su breve descanso, pero le daba igual. Era probablemente el único momento de su vida en el que no odiaba el Muro. 
—Es tan bonito cómo me habías prometido —consiguió susurrar, con su boca a pocos centímetros de la de Jon, que la besó, sin dejar de mirarla a los ojos.
—Oh, si supieses, Ygritte… —dijo cuando pararon—. Ahora sólo te falta ir al Sur y ver lo que hay más allá.
—Más allá del Muro —asintió.


domingo, 6 de octubre de 2013

«Interludio – El Muro».

Bueeeeeeno, hola. Ya sé que he dejado esto un poco (mucho) abandonado, pero... En teoría quiero terminar el fic, asique intentaré subir más a menudo. Repito: Intentaré. La cosa es que os voy a dejar un trocito que tendría que ser del principio del capítulo 8, pero os lo pongo por adelantado como compensación por haber dejado esto tan solitario y eso. Es muy corto, pero... Ña. Ala, ya os he avisado. Enjoy it.
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—Ahí está —dijo uno de los jinetes del principio de su improvisado campamento.
Lo habían visto venir desde hacía días, una barrera blanca sin límites en el horizonte, aún muy borrosa y distante que se fundía con el cielo, y aún así amenazadora. Una barrera que Ygritte odiaba. Al fin y al cabo, el Muro era el fin del mundo, no importaba en qué lado estuvieses.
 A veces, cuando pasaban por un tramo de bosque, desaparecía, y por la noche no podía distinguirse. Hasta entonces habían pasado cinco o seis días sin verlo, mientras rodeaban una cordillera bastante alta con mucha niebla. Ahora, después de haber salido a la última de las cimas, podía verse en su total amplitud. Enorme. Una línea material, blanca, no muy recta, que cruzaba el cielo de un extremo a otro. Era hermoso, tan hermoso como letal. Se habían acercado mucho. «Demasiado», pensó. Jon, a su lado, parecía pensar lo mismo, pero sólo sujetó su mano y la apretó muy fuerte.
Estaban cerca del fin.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Capítulo 7 — La Chica en Llamas.


«Un hombre puede poseer una mujer o puede poseer un cuchillo, pero nunca a la vez.
—Ygritte.»

El Dragón de Hielo y la Espada del Amanecer destacaban en el cielo aquella noche.
El firmamento estaba cubierto de estrellas aquel día, que destacaba respecto a los otros que habían tenido noches nubladas. Eran como pequeños y distantes copos de nieve que caían constantemente, y si te quedabas mucho tiempo mirando, se caían sobre ti. 
La Luna era casi inexistente, un arco fino y brillante que girado parecía una sonrisa. Era tan pequeña que costaba diferenciarla en el cielo. Al día siguiente ya habría desaparecido. Ygritte estaba tumbada en las capas de ella y Jon, esperándole. Él había ido a junto de Fantasma… A avisarle sobre el Muro. Iban a escalarlo, y él no podía ir con ellos. «Separar a Jon de Fantasma es de las cosas más crueles que he visto…» Él estaba hablando con el lobo, a bastantes pasos lejos de ella. 
A veces veía a Jon sentado a su lado, en la hoguera, o mirando las estrellas, como entonces, pero a la vez no estaba con ella. Eran momentos en los que Jon Nieve era literalmente lo que su nombre indicaba, Frío, como la nieve, distante, ausente… Tenía la mirada de Tabit cuando observaba todo desde la cima de un árbol. «Piensa. Piensa en su pasado. Pero yo soy su presente.», pensaba. Jon dirigía su mirada hacia un punto intermedio en el horizonte y se sumergía en un mar tan hondo que ella no podía alcanzarle. Pensaba que si se alejaba y le dejaba solo ni lo notaría. «Son sus momentos de hombre de la Guardia de la Noche», se daba cuenta. Cuando le preguntaba lo que podía pasarle el respondía 'Nada, Ygritte', y ella le replicaba 'No sabes nada, Jon Nieve'. Entonces se besaban y se iban a un lugar alejado para estar a solas.

La primera vez que lo hicieron Ygritte se acercó a donde Jon estaba tumbado lentamente. Sin hablar, se sentó encima de él y apoyó los codos en el suelo para poder bajar la cabeza hacia Jon. 
Él se quedó atrapado debajo de ella y la miraba, mientras la cortina de pelo que se había formado alrededor de ellos les tapaba. Entonces ella le besó.
En ese beso se había todo el deseo que tenía ella y Jon también, por lo visto, cosa que sorprendió a Ygritte. Ambos eran conscientes de que era eso lo que había salvado a Jon antes, y teína la obligación de hacerlo, pero Ygritte lo habría hacho de todas formas. «Le estoy salvando», se decía, para no pensar que le había engañado para hacerlo. «Pero también me estoy salvando a mí.» Ardían. Ygritte había sido besada por el fuego, pero ahora estaba en llamas.
Sus labios le acariciaron mientras los de él permanecían impasibles, pero después de un par de segundos se pusieron en movimiento también. Jon puso sus manos alrededor de su cara y la atrajo más hacia sí, mientras que ella se arqueaba un poco. Estaban en un lugar apartado, porque Jon había intuido lo que iba a pasar aquella noche y, como Ygritte pensaba, decidió que sería mejor que nadie los viese. Se esforzó tanto que a la pelirroja incluso le costó un poco encontrarle. 
Después de un tiempo besándose fue Ygritte la que consiguió subir un poco más las calientes pieles encima de ellos para no pasar frío y empezó a quitar la cazadora, camisa y demás cosas que tenía puestas Jon, todo sin dejar de besarse. Después se quitó su camisa de piel de cervatillo… Entonces Jon empezó a participar más activamente. 
Ygritte consideró que Jon era un buen acompañante, después de todo. No tenía mucha experiencia, «Excepto sus propias manos», se burlaba Ygritte; pero la sorprendió agradablemente cuando ella le desnudó, y respondió a sus besos y caricias con pasión, y algo que era casi ternura. 
Al terminar, se quedó durmiendo encima de su pecho después de decirle un 'No sabes nada', en vez de un 'buenas noches' o un 'te quiero', y aunque todas eran ciertas, la primera era la más adecuada para la situación.
En mitad de la noche, Ygritte se despertó y intentó moverse, con lo que despertó a Jon.
—¿Estás dormido?
—Ya no —dijo, bostezando.
Ygritte aprovechó el momento y volvió a besarle en la boca mientras bostezaba, sorprendiéndole. Jon se apartó entre risas, pero después le devolvió el beso, y otro, y otro… Ygritte pensaba que iba a parar y volver a dormir en cualquier momento, pero Jon le cogió el pecho con las manos. Al final ninguno de los dos durmió.

Las estrellas empezaban a caer encima suya, y Jon se había ido. Ygritte se levantó y caminó hacia donde estaba el resto de la gente. Ella y Jon habían ido a observar las estrellas juntos siempre que el cielo estaba despejado, cosa que no sucedía muy a menudo. Por ahora habían ido cuatro veces. Aún faltaban unos días para llegar al Muro, cada día descendían más y más al Sur, aunque no dejaba de hacer frío. «El invierno nos alcanza», pensaba Ygritte. 
Ella también pensaba en el Muro. Más bien, lo odiaba. Separaba a unos hombres de otros, «¿Por qué? ¿Porque somos distintos? ¿Porque unos nacimos al otro lado?» En el fondo tenía algo de miedo. 'Es como un árbol muy muy alto', decía Tabit. 'Podemos escalarlo, pero tiene vida. El Muro se protege'. Era una construcción de hielo, alto como una montaña, y completamente vertical. Lo contrario a un árbol. ¿Cuántos habían muerto escalándolo? «¿Por qué no nos dejan pasar a nosotros? Somos hombres y mujeres, como ellos. Deberían defenderse de otras cosas. Para eso fue creado el estúpido Muro.»
Desearía poder tener el cuerno de Joramun, o el Cuerno del Invierno, para poder derrumbarlo, oh, cómo lo deseaba. A veces recordaba cómo habían estado meses y meses en las montañas, donde hacía más frío de todo, abriendo tumbas y buscando entre los cadáveres, cuya aparición aún no tenía un motivo lógico. Tenía pesadillas de vez en cuando con hombres muertos sonriendo con el cuerno de Joramun en la mano, diciendo 'Toma, pelirroja, ven aquí. Cógelo'. Ella andaba y andaba, pero empezaba a arder, y a quemarse… La última vez que soñó eso fue días antes de conocer a Jon. 
Los mitos decían que si soplabas el cuerno de Joramun el Muro caería. 'El cuerno soplar, y a los gigantes de la tierra despertar', decía la canción. Sólo los gigantes podían derrumbar el Muro. Era verdad, tenía que serlo. Pero no lo habían encontrado, y Ygritte odiaba el Muro con más fuerza cada día.

Cruzó la colina andando y llegó al campamento. A un lado había una gran roca. Cuando se acercó, escucho el sonido de agua goteando. Se guió por el sonido y llegó a la entrada de una cueva, oculta a simple vista. Encendió una antorcha, lo que le llevó algo de tiempo, y entró. 
Una vez dentro de la cueva la iluminó con la antorcha en su inmensa totalidad. Había varias galerías y pasillos, unos más estrechos y otros más amplios. Algunos se adentraban muy adentro en la cueva y se sumergían en una oscuridad completamente negra, sin fin. «Los hijos de Gendel», pensó Ygritte. Era una de sus historias favoritas. Trataba de dos hermanos. Gendel y Gorne, los Reyes Más Allá del Muro. Gorne quería llevar a su pueblo a través del Muro, y consiguió cavar un túnel para conseguirlo, estuvo toda su vida trabajando en ello. Cuando lo atravesaron, los lobos de Invernalia les esperaban al otro lado, y Gorne murió. Su hermano Gendel consiguió escapar con el pueblo, pero no conocía bien el camino para conseguir llegar a la salida, y se perdió, junto a los varios millares de salvajes que le acompañaron. Caminaron durante días… Pero no volvieron a salir nunca. «Ahora estáis ahí adentro. Buscando la salida. Pero vuestros ojos son azules, vuestra piel fría, y vuestro corazón… Helado».

 Las llamas de la antorcha le daban a la piedra un toque rojizo más oscuro que su pelo, pero en realidad era una piedra sólida y gris. Al final se decantó por ir por la galería más amplia y más cercana, que era de donde procedía el sonido del agua. Cuando entró, vio un espacio amplio con el suelo liso y plano, casi parecía suave. En el lado izquierdo había una pequeña cascada que caía en un lago de agua negra que estaba sumergido en la roca. Se acercó a él y metió la mano dentro. El agua estaba muy fría. Se mantuvo de cuclillas mirando cómo las llamas de la antorcha se reflejaban en el agua. Así fue cómo la encontró Jon cuando, tiempo después, entró en la cueva chocándose con las paredes.

—…Y los hijos de Gendel siempre están hambrientos —le dijo a Jon, después de contarle la historia—. En la oscuridad no hay nada que comer. Sólo carne.
—Pareces la Vieja Tata contándole a Bran un cuento de monstruos.
Bran era el hermano tullido de Jon, o eso recordaba Ygritte. Él le hablaba a menudo de sus hermanos y hermanas. Eran muchos. Ygritte había conseguido distinguirlos a todos: Robb, el mayor, amigo de Jon. Rey en el Norte, algo bastante distinto al Rey Más Allá del Muro, según le explicó Jon Nieve. Sansa, la hija mayor. No le parecía interesante a Ygritte. Arya, la pequeña salvaje. Le recordaba a ella cuando era pequeña. Bran, el tullido; y Rickon, el pequeño. Eran la familia de Jon, aunque él fuese un bastardo. También estaba su padre Eddard Stark, pero murió. Jon no conocía a su madre y su madrastra le odiaba. Ygritte nunca conseguía acordarse de su nombre.
—¿Y tú? ¿Tienes hermanos, Ygritte? —le había preguntado Jon tiempo atrás, cuando estaban a días de distancia de la cueva.
—No —respondió ella—. Ahora no.
—¿Ahora?
Ygritte suspiró y contestó.
—Antes tenía una hermana pequeña. Pero Ellos se la llevaron.
—Ellos… ¿Los Otros?
—No sabes nada, Jon Nieve. Ellos son los Dioses. Hay una cosa más horrible que los Otros —siguió—, y eso son los Dioses. Crearon esto.
Y 'esto' era el mundo.

—¿Qué haces? —preguntó Jon mientras ella empezaba a quitarse la camisa por la cabeza, después de tirar al suelo el chaleco.
—Demostrarte lo vieja que soy —le respondió. «Me ha llamado Vieja Tata. Vamos a ver quién es la vieja, Jon Nieve». Las tres camisas de lana que llevaba por debajo se cayeron rápidamente al suelo.
Mientras se desnudaba, observó con una sonrisa la cara de alucinación de Jon. Debería de ser bastante divertido cuando, medio-vestida, empezó a saltar sobre la pierna derecha para poder quitarse una bota. 
—No deberíamos…
—Deberíamos —le cortó. Entonces consiguió sacar la pierna izquierda del pantalón—. Tú también. A ver qué tenemos.
Jon se había levantado del sitio y se acercó a ella, lentamente, cuando ya estuvo preparada. Ella bajó la cabeza para mirarse a si misma. Cuando ella y Jon estaban juntos, normalmente era debajo de múltiples capas, donde nadie les veía, ni siquiera ellos mismos. Ygritte no sabía cómo exactamente era el cuerpo de Jon. Tampoco sabía por qué había decidido que quería desnudarse completamente delante de él en una cueva fría sin luz excepto una antorcha, colocada estratégicamente para que no se cayese. Pero ella simplemente lo había hecho, y ahora Jon la miraba, fascinado, y vio cómo su mirada recorría todo su cuerpo, parándose en el pecho. Ella soltó una carcajada por lo bajo.
—No sabes nada, Jon Nieve…
—Sé que te quiero —dijo, dando un paso y cogiéndola entre sus brazos. Ella soltó un suspiro teatral—. Adoro tu olor. Adoro tu pelo rojo —dijo entre besos en el cuello—. Adoro tu boca y tu manera de besarme. Adoro tu sonrisa. Adoro tus tetas —las cogió y besó ambas—. Adoro tus piernas delgadas y lo que hay entre ellas.
Esto último hizo que Ygritte se sonrojase. 
Ya estaban tumbados en el suelo, y Jon había ido besando todo su cuerpo hasta llegar a donde se juntaban sus piernas, pero ella las separó y él siguió.
—Si tanto me amas… —dijo, entre jadeos—, ¿qué haces todavía vestido? No sabes nada, Jon Nieve. Na… Ah… Ah… Aaahh.
Y luego Jon estaba dentro de Ygritte, o era ella la que estaba dentro de él, dejó de saberlo hace mucho tiempo.

Tiempo después, ella estaba apoyada sobre su pecho, como la primera vez. La antorcha se había apagado y estaban solos en la oscuridad, pero no les improtaba, o simplemente no se habían dado cuenta. Ygritte se acercó a la oreja de Jon y le susurró 'te amo'. Entonces se volvieron a besar y resultó que aún no habían terminado.
Al principio, lo habían hecho rápido y con energía. Pero habían pasado mucho tiempo juntos desde entonces, y cada vez que sucedía los movimientos eran más lentos y profundos, y las caricias más agradables y suaves. Aquella vez fue como si el mundo se hubiese parado a su alrededor y tuviesen todo el tiempo existente, y por eso ellos lo desperdiciaban casi sin movimiento. 'Te amo. Te amo, Jon Nieve', pensó Ygritte.
Horas después buscaron su ropa en la oscuridad, entre risas y caídas dolorosas contra las rocas. Cuando Ygritte tenía puesta la camisa y una bota, se resbaló con una piedra mojada y se cayó al estanque de agua helada. Chilló al roce con el agua, que parecía ser más fría que la nieve o el hielo. Mientras tanto, Jon empezó a reir, y Ygritte, entre insultos y amenazas, consiguió cogerle por un pié y hacerle caer justo encima de ella, y después de echarse agua mutuamente y luchar, se dieron cuenta de que aún no habían terminado.
—Jon Nieve —le dijo después de que derramara su semilla dentro de ella—, no te muevas, mi amor. Me gusta sentirte dentro, me gusta mucho. No volvamos con Styr ni con Jarl. Sigamos por los túneles, vayamos con los hijos de Gendel. No quiero salir de esta cueva nunca, Jon Nieve. Nunca.
Pero salieron; Ygritte sonriendo y mirando hacia delante, y Jon un poco más serio con la cara girada para poder mirarla a ella. Nada podía salir mal.

lunes, 12 de agosto de 2013

LOS JUEGOS DEL MANGO.

Annie abrió los ojos y vio… Una bañera.
Una bañera enorme, mucho más grande que la que tenía en casa. Pero no tanto como el mar. Estaba en el centro de la cueva a la que Finnick la había llevado, llena de agua hasta el borde, con muchas pompas de jabón y patitos de goma flotando. Pequeños patitos amarillos que parecían sonreírle. Había diecisiete… Annie los contó. Soltó una risita por lo bajo. Iba a comentarle a Finnick que qué era lo que estaba pasando, pero entonces se fijó en algo más que había en la bañera… Frutas. Había una manzana, una pera, un albaricoque (a Annie le gustaba mucho como sonaba esa palabra) y un tomate… También había pepinos y nabos, cosa que Annie no entendió, los nabos crudos no estaban tan ricos como las manzanas.
—¿Qué es esto, Finn? ¿Vamos a comer nabos?
—Sí, Annie, vamos a comer nabos.
—Oh…
—Pero antes…
Finnick se acercó al fondo de la habitación y saco un disfraz de… sirena. Como el que Yaden le había hecho. Era un poco más distinto, con un sujetador de cocos que Annie le parecieron un poco pequeños para su pecho...
—Póntelo para mi, Annie. Sé mi sirena.
—Vale… Pero, ayúdame entonces.
Finnick cogió su cara con ambas manos y comenzó a besarla como un salmón mientras la desnudaba. Consiguió quitarle la camiseta con una mano mientras le sujetaba el pelo (sí, el pelo) con la otra. La camiseta cayó al suelo y Annie se quedó en ropa interior… Con su sujetador de ranas y las braguitas de gallinas que le había regalado Dexter. Finnick empezó a reírse.
—Vaya, todo una granjera, ¿eh? Será mejor que te cambies de distrito…
—Sólo si es contigo, Finn.
Él le sonrió. Annie miró a Finnick, completamente vestido, con su camiseta azul y sus pantalones vaqueros. Entonces giró la cabeza un momento, y al volver a mirar al chico, él no llevaba ninguna clase de ropa excepto los calzoncillos. Le guiñó el ojo. Lo más raro del suceso era que Annie no podía encontrar la ropa del chico en ninguna parte de la cueva.
Finnick le entregó el sujetador de cocos.
—Póntelo, An.
—Sólo si no miras.
—¿Vas en serio? Vamos a restregarnos el uno contra el otro y ahora…
–QUE NO MIRES.
Finnick se giró y Annie tiró un sujetador al suelo y se puso el otro. Le apretaba bastante y le recordaba a unas pequeñas montañitas.
—Mira.
—Oh… Wow —Finnick parecía conmocionado—. Puedo… ¿Puedo tocarlas?
—Finnick, empótrame.
El chico puso ambas manos en los cocos, empujándola contra la pared y besando su cuello. Su cara se iluminó, de pronto.
—POR FIN UNAS TETAS SIN OPERAR —exclamó—. POR FIN.
Annie se rió. 
–¿Cuantas tetas has visto en tu vida, Finn?
—Bueno… No es que las cuente… 61.
—¿Qué, impares?
—Bueno, me giré un poquito mientras te cambiabas y vi una…
—BASTARDO.
—No te enfades, An… Son bonitas.
Ella arrugó su nariz, como hacía cuando algo le gustaba.
—Eres un… Eres un mentiroso. Un pequeño mentiroso.
—Y tú eres la sirena del mentiroso. Ponte la cola, sirena. Esta vez no me giro.
—Oh, mierda...
Annie cogió el trozo de prenda con aletas al final de color azul verdoso y se lo puso lo más rápido que pudo.
En la cueva había un espejo, intentó girarse para verse a sí misma, y… Se cayó encima de Finnick Odair.
—Sirena patosa. Déjame que te lleve a tu reino.
—¿La bañera?
—La bañera. 

Una vez allí, Annie vio que Finnick seguía en calzoncillos. Unos bonitos calzoncillos de patitos, como los que había en la bañera.
—¿Por qué no te los quitas, Finn?
—Es que… Esto… ¿Te distrae?
Annie empezó a reirse y le besó.
—Me distraería si no los llevases puestos.
Entonces Finn se empezó a reír, y Annie aprovechó el momento para acercarse a él en el agua y sacarle el mango…
—¡Eh! —Finnick se rió— Espera, sirena. Tengo una sorpresa para ti…
Entonces el chico se levantó, esta vez sin calzoncillos, y salió de la bañera hacia el fondo de la cueva. Annie miraba la desnudez con los ojos muy abiertos.
—¡Eh, bonito trasero, Odair!
Entonces se fijó realmente en la cueva. Al lado de la bañera, había una especie de mesa de cristal, y en ella…
—Kit.
—¿Qué? ¿Annie, qué pasa?
Finnick estaba mirándola con un montón de cosas en las manos, que Annie no llegó a distinguir.
—Hay un Kit de maquillaje en la mesa.
—Oh, dios… —Todas las cosas se cayeron de las manos de Finnick, y el corrió a junto suya y la miró a los ojos.
—UN KIT DE MAQUILLAJE. 
—Annie, ya pasó, ya pasó…
—QUÍTALO.
Entonces Finnick cogió el Kit de Maquillaje y lo tiró por el retrete, que, casualmente, estaba cerca de la bañera. 'Por si acaso', pensó Annie.
El chico se acerco a la bañera, le cogió de la mano y la cogió en brazos para sostener su cola de sirena. Después la acercó a la mesa. 
—Mira.
Había un bote extraño con una tapa que ponía 'disfrútalo, es bueno para tu salud'.
—¿Habla de sexo? —preguntó Annie.
—No… —Finnick la miró con cara rara—. Es paté.
—Mmmmm… Parece rico.
—Bien, An. Bien.
Al lado del paté, en la mesa había un reproductor de música que parecía muy antiguo. Al lado había un disco de música, ahora no se usaban, pero Annie vio algunos que pertenecieron a su familia hace muchos años. En la portaba había dos chicos y una chica pelirroja, al lado ponía 'Paramore'.
—Vamos a escuchar música, ¿quieres?

La primera canción en el disco hablaba sobre una chica que iba muy rápido en un coche, y eso le recordó a Annie lo que estaban a punto de hacer con Finn. Sólo que iban a ir muy rápido en una bañera…
Finnick le quitó de un tirón el sujetador de cocos, y ella la cola de sirena. Él le volvió a guiñar un ojo, y se inclinó para besarla, pero Annie fue más rápida, cogió un mango de las frutas que flotaban en la bañera y se lo metió en la boca. 
Finnick lo tiró al suelo mientras se reía, la atrapó y empezaron a besarse.
—¿Estás preparada, Annie?
—Como siempre.
—¿Segura?
—Vamos, Finn.
—¿Segura del todo?
—QUE SÍ, VENGA, SACA… Eh… METE EL MANGO.
Finn tomó aire y la penetró.
Annie sólo podía pensar en una cosa mientras miraba a FInnick:
METESACAMETESACAMETESACAMETESACAMETESACAMETESACAMETESACAMETESACAMETESACAMETESACA… Y mete.
Annie se arqueaba y gemía, y Finnick susurraba su nombre. Cuando paró la chica escuchó que estaba sonando una canción, diciendo 'I'm still into you', Annie la encontró divertida, como si alguien se hubiese comido a la cantante, y empezó a tararearla. El chico la miro, divertido.
—SIGO DEEEENTROOOO DE TIIIIIIII —cantó Finnick junto a la voz de la chica pelirroja de 'Paramore', exactamente lo que estaba haciendo. Annie se rió y le besó mientras seguía con la boca abierta.

De pronto Finnick dejó de besarla y giró su cabeza hacia un lado, hacia la puerta de la entrada de la cueva, rodeada de velas. Allí estaba… No, no podía ser.
—MASON, BITCHES.
Era Johanna. Llevaba una camiseta de tirantes blanca y un pantalón ajustado, y en su mano un hacha.
—Hola, Mason… Te estaba esperando —dijo Finn, sentado en la bañera, rodeado de tomates — En realidad no, pero… Quedaba bien.
Entonces Annie vio que detrás de Johanna sobresalía una cabeza, que lógicamente no era de ella. Era una chica con una frente enorme y unos ojos casi igual de grandes.
Annie se asustó y cogió un pepinillo del agua, entonces lo sacó y se lo tiró a la chica que estaba detrás de Johanna. Esta cogió el hacha y partió el pepinillo por la mitad.
—Hola —dijo tranquilamente—. Esta es Victoria. Empezó a acosarme por el camino.
Annie estaba en shock.
—Jo, ¿qué haces aquí? Estamos… Ajam.
—Oh —replicó la muchacha— Shit up.
Annie empezó a sumergirse en el agua. Finnick se había apartado de ella cuando Johanna entró.
—Quiero unirme, ¿te importa?
—¡Y yo! —gritó Victoria.
—FUERA, PALETA —explotó Johanna y le lanzó el hacha, que falló por varios centímetros. Victoria empezó a correr, mientras Annie le miraba con los ojos desorbitados—. Bueno, chicos… ¿Qué estamos haciendo aquí?
Se acercó a la bañera y se quitó la camisa, quedándose en sujetador. 
—Así que… Esto es lo que tiene locas a las chicas del Capitolio, —dijo, mirando a través del agua hacia la cintura de Finnick —Oh, —añadió, mirando hacia el sitio donde Finnick había dejado caer las cosas cuando Annie vio el Kit. Se acercó y cogió una de ellas.
Annie pensó que era como un nabo, pero de plástico.
—¿Para qué sirve eso? —preguntó.
Finnick la miró con una mirada muy significativa.
—An, es…
—Oh, entiendo —esbozó su sonrisa más perversa.
—Os dejo con esto, chicos— dijo, Johanna, y se fue, tirando a Finnick del moflete y haciendo que dijese 'au', como un niño pequeño.
«Hacerlo hard, sólo para disfrutar, y repetir otro día», pensó Annie. Es lo que habría anotado en su libreta si esta estuviese allí.
—¿Qué vamos a hacer ahora, Annie? —Preguntó Finnick.
Ella sonrió, mientras atrapaba el nabo que Johanna le había lanzado.
—Ajam.

By Lalasá and Shenia.
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Bueno, antes de nada, ¡feliz cumpleaños, Pato! Esto es un 'pequeño regalo' que Lalasá y yo hemos querido hacerte, you know… Algo bonito. No tan bonito por las paridas, pero es algo. Nos hemos esforzado (despitorrado) mucho escribiéndolo, and… Creo que es lo mejor que se puede hacer como regalo virtual (?). Hemos mezclado todas las paridas que hemos pensado, recordado, dicho alguna vez and… Se puede pensar que somos unas salidas tremendas (que es verdad) pero también que tenemos que quererte mucho para hacer esta… Well, estos Juegos del Mango. (Esto está pareciendo un sermón porque no sé escribir seriamente, ¿vale?) La cosa es que disfrutes de le lectura y puedas recordar esto cuando te sientas triste y despitorrarte, o algo así. No se lo enseñes a tu familia porque te quitan el Twitter. Just saying…
En fin, que eres de las mejores personas que conozcemos, lo digo en serio. En la vida real y todo. De mayor, cuando tengamos media estantería llena con tus libros (todos bestsellers, claramente), podremos presumir de que éramos tus fans antes de que se pusiera de moda, cual hipsters ejemplares. Gracias por los fics y por el resto, Pato.
Lalasá approves and loves ya.

domingo, 21 de julio de 2013

Capítulo 6 — Una Oportunidad.


«¡La muerte es tan... definitiva!, mientras que la vida está llena de posibilidades.
—Tyrion Lannister.»


Había cadáveres por todas partes. 
La nieve estaba teñida en tonos rosas y rojos. Encima de ella había cuerpos de hombres y caballos, echados en el suelo con un último grito en sus labios y una súplica silenciosa en sus ojos, elevados hacia el cielo. Los caballos tenían las patas torcidas y echadas en el suelo en posiciones grotescas y antinaturales. Más de la mitad tenía las entrañas fuera del vientre, y estaban enterrados en grandes acumulaciones de nieve, pero estaban muertos. Asesinados, podía verse. Los estómagos e intestinos de los animales caían hacia afuera. A través de los caballos se podían ver las costillas, los pulmones y el corazón muerto. Con los hombres no era mejor. Tenían las cabezas arrancadas, manos dispersas por el suelo y uno o dos tenían incluso sólo la mitad de su cuerpo, de cintura para arriba. Desde un gran montón de nieve sobresalía un brazo con una mano en posición abierta, como si intentase agarrar algo, y había un cadáver solitario en el que se veía claramente cómo alguien había metido la mano y sacado el corazón, creando un agujero negro en su pecho. Ygritte sintió un escalofrío al verlo. Los cuerpos estaban tumbados en charcos de sangre semicongelados. La muerte rodeaba el lugar en una intensa agonía, y susurraba a las personas allí presentes al oído. 'Están aquí', decía. 'Están aquí, y vienen a por vosotros'.

La cara de Jon sangraba mucho. Cabalgaron hacia el Puño de los Primeros Hombres durante media hora, en silencio. Ella, Jon y Casaca de Matraca. Tromund Matagiganes se unió a ellos a mitad del camino.
—Jon, chico —dijo—. ¿Qué ha pasado con tu cara?
—Orell le atacó —replicó Ygritte, mientras rodeaban otro cadáver al que le faltaba la mitad de la cabeza—. Asqueroso pájaro.
—¡Ja! El águila ataca al cuervo. ¿No sois amigos, los pájaros?
Ella levantó una mano, furiosa. «Cállate». Jon simplemente miró hacia otro lado.
—No es un cuervo. Es un salvaje. ¡Se rindió, y está con nosotros!
—Eso ya lo veremos, chica. Un salvaje… —Interfirió Casaca de Matraca. Ygritte no consiguió entender a qué se refería, pero supuso que lo averiguaría pronto. «Mance llamó a Jon, ahora sabré por qué». Tormund siguió hablando—. Das asco. Quítate la sangre de la cara. ¿Sabías que Orell es el cuervo de Tabit, el chico al que has matado en el Paso Aullante? Ahora tiene su pequeña venganza. ¡Ja!
Ygritte le lanzó una mirada hostil y él dejó de hablar, susurrando por lo bajo, algo como 'Mujeres…'.
La verdad era que Tormund tenía razón, la cara de Jon no era agradable. Orell atacó a Jon mientras estaban cabalgando hacia el Puño, desfigurándole la cara completamente. El águila aterrizó de pleno sobre su cara, intentando sacarle un ojo. El chico tenía arañazos con marcas de las garras del pájaro por las mejillas, y tenía cortado el labio, que se había hinchado. Después era peor. Tenía la piel desgarrada debajo de los ojos y en la nariz. En la frente tenía moretones por los golpes de las alas. La cara de Jon estaba llena de sangre. Orell desistió cuando Jon se cayó finalmente del caballo, golpeándose en la cara. De milagro, no se rompió la nariz. Al final el chico atractivo con el que había estado sentada al lado de la hoguera sonriendo la noche anterior parecía tan solo un fantasma.
A Ygritte no le importaba el aspecto físico ante todo, claro. En el mes (o tal vez menos de un mes, pero a Ygritte se le hizo eterno por la impasibilidad de Jon hacia ella) que llevaban juntos, ella descubrió muchas cosas acerca de él. Por ejemplo, el cariño especial que sentía hacia Fantasma. El lobo huargo era más que una mascota para Jon, era su mejor amigo. Se notaba en cómo le acariciaba cuando venía. También se había fijado en que a veces el pelo de Jon se metía en sus ojos, como el de ella. Se fijó sus manos, ni grandes ni pequeñas, tampoco con los dedos muy largos, pero firmes, estables. Parecían listos para atrapar algo o coger su espada, Garra, a la menor alarma. Varias semanas después de cabalgar con él, también empezó a apreciar la manera en la que sonreía cuando ella le decía algo gracioso, o, a veces, simplemente al verla acercarse a él; y cómo se sonrojaba lentamente cuando ella decía alguna insinuación. Un par de veces incluso le pilló mirándola sonriendo con cariño cuando ella se acurrucaba muy al lado del fuego, abrazando sus rodillas con sus pequeñas manos. Todos esos pequeños detalles que construían a una persona. «¿Él se fijará en mi del mismo modo?», se preguntó. 

A su lado había una pierna enterrada, pero Ygritte no le hizo caso. Seguía enfadada con Tormund, y Jon, pero aún así eso no le impidió querer acompañarle a junto de Mance. Recordó la canción que había entonado su grupo con Tormund hace menos de una hora, aún.

«Oooh, yo soy el último de los gigantes y los míos han desaparecido de la tierra. 
El último de los grandes gigantes de la montaña que el mundo gobernaban cuando nací…» 

Esa parte deprimía mucho a Ygritte. Los gigantes eran una raza noble, dentro de lo que cabía, y desaparecían día a día. Les admiraba por su fuerza, pero también eran muy inteligentes. A su modo, claro.
La última parte de la canción decía:

«Ooooh, yo soy el último de los gigantes, aprende de memoria lo que yo cante.
  Pues cuando me vaya y mi canto se hiele, un silencio muy largo será lo que quede.
»

Siempre que cantaba eso los ojos de Ygritte se llenaban de lágrimas. Muchos hombres, aún dentro de los salvajes , no entendían la importancia de esa raza, y eso la enfurecía y la deprimía al mismo tiempo.  «Porque quien es pequeño teme a los altos». Era una estrofa de la canción.
—¿Por qué lloras? Aún hay cientos —había preguntado Jon Nieve.
—Bah, cientos. No sabes nada, Jon Nieve —respondó ella—. ¡No...!
Entonces fue cuando Orell atacó.
 'El último de los gigantes' era una canción hermosa que ella había decidido cantar para Jon, aunque se necesitaba una voz más grave que la de ella. Ygritte, como todos los salvajes, amaba cantar con todo el grupo junto a la hoguera. Habitualmente era 'Cazando al conejo', 'La luz de la roja Luna' o 'Los niños del Bosque' (aunque esa canción era para niños pequeños). A muchos salvajes le gustaba 'La Doncella y el Oso', una canción del sur que Mance les había enseñado, le gustaba mucho a la mayoría, y por las noches se cantaba por lo menos una vez. Lanzalarga solía cantarla en voz baja. También estaba 'La mujer del Dorniense', que era la que Mance cantaba en la tienda cuando entraron con Jon la anterior vez. «¿Qué querrá ahora?».

Casaca de Matraca les había llamado justo después del ataque de Orell para ir a junto de Mance.
—Vamos, cuervo, te llama Mance —había dicho, cuando Jon aún se estaba recuperando de su caída de la silla del caballo. Orell se sentó en su hombro, complacido.
—¿Mance?
—Sí, ya me has oído.
Comenzaron a cabalgar cuando Ygritte se unió a ellos.
—Voy con vosotros.
—Lárgate. Me han mandado a por un cuervo, no a por niñas entrometidas.
—Soy una mujer del pueblo libre, y voy a donde quiero —dijo. Y al final fue con ellos.
 La enorme tienda de Mance estaba situada casi en medio del sangriento campo de batalla que estaban presenciando. Según lo que parecía, los Otros, los Caminantes Blancos, habían atacado el campamento de la Guardia de la Noche. «Jon no le dijo a Mance que había un campamento aquí. Es eso. Por eso le llamó. ¿Y si no lo sabía?» La razón de la mentira de Jon se escapaba de su mente. «No», pensó. «Es uno de nosotros». Mientras caminaban rodeando los cadáveres, el pueblo libre se encargaba de saquear y quitar los objetos del valor de los hombres y caballos. Capas, espadas, anillos, herraduras, monturas, bolsas… En total no habría más de doscientos jinetes y sus respectivos caballos. Jon miraba hacia la nieve con amargura. «Eran sus hermanos», comprendió. «Eran…».
Entraron en la tienda de Mance dejando atrás la visión de los cuerpos muertos. El Rey Más Allá del Muro estaba hecho una furia, pero su voz sonó tranquila cuando habló.
—¿Cuántos eran, Jon?
—Mi señor… ¿Qué…?
—No soy tu señor. ¿Qué ha pasado? Tus hermanos han muerto. Eso ha pasado. Ahora me vas a decir cuántos eran.
La cara de Jon estaba tremendamente roja. Junto a Mance estaban Styr y Varamyr, el cambiapieles. Todos le miraban con odio. Jon abrió la boca y respondió cinco segundos después.
—Éramos trescientos —«Trescientos», pensó. «¿Y el resto? Ahí sólo había doscientos como mucho…». Se estremeció en el sitio con la idea de lo que pudo haber pasado.
—¿Éramos? —la voz de Mance implicaba una amenaza directa.
—Eran —corrigió—. Eran trescientos.
Mance se acercó un paso. Luego otro.
—¿Quién estaba al mando?
—¿Habéis encontrado su cadáver? —preguntó el medio salvaje medio cuervo. «¡No sabes nada, Jon Nieve!» pensó Ygritte.
«¿Qué está haciendo?», pensó Ygritte. «¿Por qué no responde? ¡Le van a matar!». Mance repitió la pregunta, casi gritando.
—Vamos, díselo. No importa, ya está muerto —le apremió Ygritte. «No puede negarse. No puede hacer esto. No puede HACERME esto.»
Jon parpadeó dos veces.
—El Viejo Oso —dijo. Mance se rió con satisfacción. Después de eso, las siguientes respuestas de Jon salían más fluidas. Ygritte estaba muy rígida. No sabía qué hacer. Salvar a Jon. Cueste lo que cueste. «¡No sabe nada! ¿Cómo voy a ayudarle?»

 La expresión de Casaca de Matraca empeoraba cada vez que Jon hablaba. Al final, casi gritó:
—Mance, quiero un par de huesos de Cuervo —El corazón de Ygritte palpitó una vez, pero eso ya era demasiado.
—No se puede matar a un hombre por proteger a quienes fueron sus hermanos —dijo atropelladamente mientras daba un paso hacia delante. Sujetó a Jon del brazo.
—No —dijo Styr—. Pero todavía son hermanos.
Ante esa respuesta se oyeron unos cuantos murmullos de aprobación. Mance seguía mirando a Jon, enfadado. «Si esto sigue así van a matarle».
—Es mentira. Él… Tenía que matarme, y no me mató, y a Qhorin sí. Le mató. Lo vimos todos. No es un cuervo, él… —ya no sabía que decir. «Pero si hace falta, mentiré por él.» Aún no había soltado el brazo de Jon.  Él miró a Mance Rayder directamente a los ojos.
—Tengo la capa que me disteis vos, Alteza.
Mance abrió levemente la boca, y parecía que iba a sonreír, pero si lo hiciese, sería una sonrisa malvada. Esa sonrisa que tiene un hombre antes de matar a otro. No podía permitirlo. «No es suficiente. No lo es. Tengo que decirlo. Para salvar a Jon.»
—¡Una capa de Piel de Oveja! —gritó—. ¡Y más de una noche bailamos debajo de ella!
Las carcajadas estallaron antes de que nadie pudiese responder o replicar. Hasta Mance sonrió, pero esta vez era una sonrisa tranquilizadora.
—¿Así estamos, Jon Nieve? Con que… Tú y ella... —dijo, divertido.
Jon no hizo muestra de sorprenderse. «Bien», pensó. «Ahora tiene que responder. Por favor, dioses, por favor…»
—Sí —dijo.
«No sabes nada, Jon Nieve. Aún no sabes.»
—Entonces partiréis los dos con Styr hacia el Muro, entonces. No se me ocurriría separar dos corazones que laten como uno.
'Dos corazones que laten como uno'. «Me gusta como suena eso…»
Después, se fueron.

Jon camino y luego cabalgó a su lado durante un cuarto de hora, en silencio. Volvieron a cruzar el campo plagado de cadáveres. Aquella vez había menos, Mance se había encargado de que se organizase una hoguera para quemarlos a todos. «Nadie quiere que los muertos revivan y nos ataquen por la espalda», pensó. 
Observó el enorme fuego durante mucho tiempo. El pueblo libre se encargaba de levantar a los muertos y llevarlos ahí. Era una escena horrible. En el centro, la enorme hoguera con personas muertas ardiendo, y al rededor restos de cadáveres, como una mano o un estómago. No había casi nadie, la mayoría del pueblo libre había preferido evitar ver la escena. La nieve era roja alrededor, pero no era por el fuego, si no que por la sangre. «Sangre y fuego. No son tan distintos, a pesar de todo.»
Se dio cuenta de que estaba parada en el sitio observando cuando Jon gritó su nombre cincuenta pasos más allá, le dio una pequeña patada a su caballo y avanzó al galope hacia él, aliviada.
Llegaron rápidamente a Agualechosa, y Jon se giró hacia ella.
—No te he pedido que mintieras por mi. —«¿Y así es cómo me agradeces que no haya dejado que te maten, Jon Nieve?»
—No he mentido. He omitido algunas cosas, nada más —dijo, con una sonrisa. Ya había pensado en la explicación que le iba a dar a Jon, y también en la oportunidad que acababa de adquirir. 
—Pero has dicho…
Ygritte sonrió, y casi consiguió evitar sonrojarse.
—Que más de una noche follamos como locos debajo de tu capa —puntualizó—. Pero no he dicho cuándo empezamos. Basta de palabras, Jon Nieve. Dile a Fantasma que se vaya a dormir a otro sitio hoy... —le acarició levemente la mejilla en un lugar donde Orell le había arañado—, pasemos a la acción.
Él asintió con la cabeza sin sonreír.

Aquella noche Ygritte se acercó lentamente a las capas de Jon. El lobo huargo no estaba allí.
Suspiró y comenzó a andar hacia él.

miércoles, 10 de julio de 2013

Capítulo 5 — El Cuervo.


«Nunca olvides qué eres, porque desde luego el mundo no lo va a olvidar. Conviértelo en tu mejor arma, así nunca será tu punto débil. Úsalo como armadura y nadie podrá utilizarlo para herirte.

—Tyrion Lannister.»


Ygritte recordaría muchas veces durante el resto de su vida las palabras que salieron por la boca de Jon en aquel momento.
—¡No! Nos rendimos —había dicho. Pero no era 'nos' porque Qhorin Mediamano no se rindió.
Casaca de Matraca no le creyó. 'El pueblo libre no necesita cobardes', dijo, sin saber que él mismo era uno. Ygritte no pudo mantener la boca cerrada.
—No es ningún cobarde —protestó —. Me salvó la vida. Es el Bastardo de Invernalia. Déjalo vivir.
Mientras hablaba se quitó el yelmo y sacudió la cabeza mostrando su hermoso cabello rojo. Jon la reconoció. Le miró a los ojos, lentamente y con sorpresa, pero no habló. Casi parecía tan desesperado como ella, pero por motivos distintos. «No me has salvado en vano, Jon Nieve», consideró. «Ahora te voy a salvar yo a ti.»
Casaca de Matraca  se volvió hacia Jon, de nuevo. 'Mata a Mediamano', dijo. Ygritte asintió para sus adentros y se preparó para ver la muerte de Qhorin. «De Qhorin, no de Jon. Recuerda.» 

La rapidez y eficacia de Jon fueron probablemente la única salvación que tenía luchando contra Mediamano, que peleaba con maestría y experiencia. Se movían muy rápido, pero con seguridad. El espadón de Qhorin parecía estar en todas partes, reduciendo las escasas posibilidades que Jon tenía de ganar, mientras que la espada del otro atacaba puntos concretos que parecían estar mal defendidos.  Por supuesto, nada estaba más lejos de la realidad. Ambos cruzaban su mirada en una confusa y estratégica danza, basada en sangre. El pueblo salvaje apreciaría eso. Jon luchaba bien. Si conseguía ganar... En un momento consiguió ver su cara, decidida en una parte, confusa en otra, y cansada; llena de contradicción. A su alrededor, los salvajes gritaban frases sueltas, sobre todo gritos de ánimo. Ygritte no decía nada. 
Cuando al fin una de las estocadas arañó a Jon en el hombro izquierdo, cerca del corazón, Ygritte supo que le quería. 
La pelirroja no utilizaba las palabras 'amar' o 'querer' con facilidad. Podía decir 'desear', pero era algo completamente distinto. Ygritte era lo suficientemente inteligente para ver la diferencia. «Deseaba a Tabit, pero quiero a Jon. Le quiero conmigo.» En cambio, no le amaba. Cuando veía al cuervo, si podía llamarle así después de su rendición, observaba algo más que a un chico deseable y a la vez impasivo a todo lo que sucedía a su alrededor. En Jon veía una calma y seguridad que ella no tenía ni tendría nunca. Le quería. Quería tenerle cerca. Hablar con él. Sentirle. Tal vez besarle. Tal vez algo más. Pero no le amaba. No podía amarle porque no le conocía, sólo lo suficientemente para quererle, pero eso eran cosas distintas también. Ygritte lo sabía. 'Las personas inteligentes, son inteligentes hasta que aman', eran palabras que la madre de Ygritte solía decir. Por eso ella no amaba, sólo quería.
Aún así, cuando vio la muerte de Jon tan cerca que podría susurrarle al oído, rezó. Rezó en su mente, bajito, a todos los dioses de los que había oído hablar, con tal de que le dejasen a Jon. Al Dios Ahogado y a los que seguían vivos. Quería a Jon, vivo, y con ella. ¿Acaso había algo más necesario que eso? «Por favor.»
Entonces el lobo blanco de Jon saltó, y consiguió introducirse entre su amo y Qhorin mordiendo a este en la pierna. La cara del lobo se llenó inmediatamente de sangre, que destacaba sobre su pelaje blanco. Era una imagen viva y aterradora. Qhorin consiguió mantenerse en pié durante varios segundos, desconcertado, pero Jon no compartió su duda. Levantó su espada e hizo un gesto rápido y piadoso sobre la garganta de su enemigo. Mediamano cayó de rodillas mientras la sangre comenzaba a brotar de su cuello. Un mar de sangre roja, como el fuego. O como el pelo de Ygritte. «¿Y si mi pelo es sangre y no fuego? La sangre sólo trae muerte. Como la nieve.». La idea no le hacía mucha gracia. «Jon Nieve y la Chica besada por el Fuego» sonrió. «Sería digno de ver.»
Mientras tanto, Jon se apartó del cadáver de Qhorin, asombrado, mirando la punta de su espada. Se giró lentamente hacia ellos. Casaca de Matraca asintió en silencio. A lo lejos, escuchó a un cuervo gritar 'Bastardo', como en su sueño; pero Ygritte sabía que no era real.

Quemaron a Qhorin Mediamano en el sitio, en una hoguera humeante, dejando de él sólo los huesos que Casaca no se quiso llevar. Ygritte se había quedado con su capa. Una buena capa negra que la protegía del frío en su camino.
Tras la muerte de Qhorin, Jon pudo vivir.

El mundo estaba lleno de sombras frías y llenas de odio, rodeándoles a su paso. La Luna era Un Cuarto de Luna, y los escasos árboles altos a los que a Tabit le habría gustado subirse para observar la tierra a su alrededor estaban completamente congelados, casi muertos.
Habían pasado once días desde que Jon traicionó a los cuervos y se unió a los salvajes. Caminaron justos no de vuelta por el Paso Aullante, como había creído Jon, si no que por un camino alternativo. hacia Agualechosa. Mance viajaba hacia el Muro, y ellos iban a alcanzarle. Ygritte y Ryk Lanzalarga fueron los vigilantes de Jon durante todo el camino. Ryk, al contrario de lo que ella había esperado, hablaba con Jon con total naturalidad, incluso haciendo bromas que podían llegar a ser obscenas. A Ygritte eso no la incomodaba ni la intimidaba, pero se esperaba otra reacción por parte de Lanza. 'Prométeme que le matarás', había dicho. Pero él, en vez de convencer a Ygritte a matar a Jon actuaba como si fuese un salvaje más. «¿Es porque se rindió? ¿Confía en él?». Nunca le preguntó, y él no le dijo nada al respecto. 

Ygritte iba cabalgando justo detrás de Jon durante todo el camino, mirándole la espalda y trazando preguntas en su mente que no acababa de atreverse a preguntarle. Cuando no cabalgaban, acampaban y dormían. Ella llevó puesta la capa de Qhorin Mediamano durante todo el camino. En el poco tiempo que su grupo pasaba cenando frente a una hoguera, unos días grande y caliente y otros pequeña, húmeda y fría, Ygritte se sentaba al lado de Jon, pero él no se sentaba al lado de Ygritte. Eran cosas muy distintas para alguien que tenía la paciencia suficiente para ponerse a pensar en ello. También traía sus pieles para dormir cerca de él, pero si a veces conseguía mantener una conversación con el cuervo, nunca podía acercarse ni sentarse completamente a su lado por la presencia de su lobo huargo. Fantasma, Jon había dicho que se llamaba. Era un nombre adecuado teniendo en cuenta su pelaje completamente blanco y sus ojos rojos y enfurecidos, como los de un alma muerta y sedienta de venganza.
Su grupo tenía muchas personas. Demasiadas, pensaba. Había muchos hombres, y mujeres. Era un pequeño gran clan lleno de personas del pueblo libre. Más que un clan que viajaba dentro de otro, como era en realidad, parecía un pueblo nómada separado. Tenían caballos y perros. Cazaban. En cierto modo se notaba que no estaban solos, si no que dirigiéndose a otro lugar con población mayor, pero Ygritte no lo notaba. Sin embargo, como pueblo libre que eran, se imaginaba que mantenían un comportamiento y actitud bastante distinto al que Jon estaba acostumbrado. Ygritte quería, en el fondo, que Jon tuviese ese mismo comportamiento. «Sigue siendo un cuervo, aún», se daba cuenta cada día, cuando el muchacho la rechazaba con la mirada. «Hemos vivido en lados opuestos durante toda nuestra vida. Ahora que estamos en el mismo, no hay un muro material que nos separe. Sólo nuestra conciencia.»
Muchas veces, cuando era completamente de noche y la gente se iba a dormir, estando sentada junto a Jon cerca de la hoguera, si miraba hacia los lados, fijándose, podía ver varias capas, a veces muy cerca del fuego y de ellos. Estaban en constante movimiento, que se percibía claramente, aunque estuviesen completamente tapadas. A veces se podía escuchar algún susurro o gemido proveniente de ellas.. Ygritte, al igual que Jon, entendían perfectamente lo que pasaba debajo. El pueblo libre no tenía prejuicios al respecto, pero tal vez Jon Nieve sí. En esos casos el silencio incómodo trazaba un gran muro entre ellos. «Más grande que el otro Muro. Mucho más grande». Ygritte encontraba la situación desesperante. «Ojalá estuviese yo debajo de una de esas capas», pensaba a menudo, pero nunca encontraba el coraje suficiente para hacerlo. Al menos sin que Jon fuese el que estuviese ahí con ella. Llegando a un punto, la situación se volvía tan incómoda que uno de los dos acababa por levantarse e irse. Normalmente Jon. «Cuervo, cuervo, cuervo. Maldito cuervo.», pensaba con enfado. Pero al final ella también se cansaba de los pequeños gritos  provenientes de debajo de las capas y se iba. 
De todos modos, Ygritte no dudaba de que Jon se daba cuenta de sus insinuaciones, pero seguía rechazándola. «Nadie deja de lado a la chica besada por el fuego. Nadie.» Ygritte no había dejado de lado su forma de ser por Jon. Nunca lo habría hecho, pero, más que por otra cosa, nunca nadie se lo había exigido. Muchas veces el orgullo de ella salía herido en estas incómodas situaciones. «¿No quiere tomarme porque sigue pensando en cumplir su deber de cuervo, o es porque no me encuentra atractiva?». Pasase lo que pasase, la muchacha siempre se declinaba por la primera opción. 

Era la chica besada por el fuego. «¿Sangre o fuego?», recordó. «Puedo ser fuego, o puedo ser sangre. Pero, las dos juntas, nunca. Una mala combinación.» 'Sangre y Fuego' era el lema de alguna de las casas del sur, le sonaba, pero a Ygritte no le importaba en absoluto. Era otra razón para suponer que era una mala frase. «'Se acerca el invierno', es la única verdad de todo lo que piensan Más Allá del Muro.» El invierno se acercaba por las noches, lentamente, llevando consigo el frío y la muerte. Los caminantes blancos. «Se acerca el invierno» pensaba. Ya se había acercado demasiado. 
Y ni siquiera esa frase era del todo verdadera. «El invierno está siempre entre nosotros.», razonó, pero con 'nosotros' no sabía si se refería a los norteños, los salvajes, el clan de Casaca de Matraca o bien a ella y Jon.

Llegaron a Agualechosa varios días después. Con cada día que había pasado desde que Jon se rindió y se unió a ellos, Ygritte aprendía cosas nuevas sobre él, y procuraba asegurar que él aprendiese muchas de ella. Parecía que Jon no tenía ni el más mínimo interés en ella. Ni en nadie. A pesar de ser un hombre con… ¿Dieciséis, había dicho? ¿Quince? El chico no estaba interesado en las mujeres. O parecía no estarlo. «En todo caso, si segué llevando esos pantalones tan gruesos cuando estoy cerca suya, seguiré sin saberlo durante mucho tiempo.», razonó.
—¿Eres un Cuervo o eres un salvaje, Jon Nieve? —se moría de ganas de preguntarle.
A veces, cuando caminaban por terrenos pantanosos (cosa que no pasaba tan a menudo como a Ygritte le gustaría), tenía una excusa para acercarse a Jon, diciendo que sería mejor ir en compañía. Al menos en esas ocasiones le hacía más caso, pesando que estaba asustada por el pantano y la niebla. Una vez, Jon había mencionado algo acerca de tener un baño.
—Hay un río en Agualechosa, te lo enseño si quieres. Puedes ir a bañarte.
—Ni hablar, me congelaría —protestó Jon, riéndose. Su risa era agradable, baja y melodiosa. Ygritte sonrió al escucharla.
—Si tienes miedo de un poco de frío puedo bañarme contigo, ¿sabes?
La cara de Jon se mantuvo todo lo seria y dudosa que era posible mientras replicaba.
—¿Y luego iríamos con la ropa mojada durante todo el camino?
Ygritte se rió, y su risa hizo un pequeño hueco de luz en el día.
—Qué tonterías dices, Jon Nieve. Nadie se baña con ropa.
Sólo entonces Jon comprendió lo que ella estaba insinuando. 'Yo no me baño y punto', dijo. No volvieron a hablar durante todo el día.

Por la tarde ya habían llegado al lugar de su destino, un buen lugar donde situar su hoguera para poner sus cosas antes de que Jon fuese a junto de Mance Rayder.
—Cuando Mance se entere de lo que le hiciste a Qhorin Mediamano te tomará de inmediato.
—¿Me tomará? —Jon se rió.
—Te tomará entre los nuestros.
—¿Seré libre de irme, entonces? —la actitud de Jon no indicaba que tuviese planes de irse en serio, pero la pelirroja quiso asegurarse de que esa posibilidad se extinguía. Formó una media sonrisa antes de responder.
—Y nosotros seremos libres de matarte. —«Jon Nieve», añadió en su mente—. Te gustará esto.

Cabalgaron junto a Casaca de Matraca hacia la gran y majestuosa tienda de Mance, durante más de media hora. Hacía un día frío, pero no tan frío como algunos, ni tan caliente como otros. Cuando llegaron Casaca fue el primero en entrar. En una esquina, Mance estaba tocando el laúd junto al fuego. Cantaba 'La mujer del Dorniense'. Ygritte inclinó levemente la cabeza en señal de aprobación Le gustaba esa canción. La mirada de Jon estaba fija, sin embargo, en Styr, Magnar de Thenn. A su lado estaba Tormund Matagigantes. Tormund era de los pocos salvajes con alto mando e importancia que le caían bien a Ygritte.
—Su Alteza —dijo Jon, cuando Mance acabó la canción, pero mirando hacia Styr.
Éste, en cambio, comenzó a reír.
—Fíjate, me toma por un Rey.
—¡Un rey sin orejas! —se rió Tormund—. Se le caería la corona, chico. Aquí tienes al verdadero Rey —concluyó, señalado al Bardo.
—Soy Mance Rayder —confirmó el otro —, Jon Nieve. Has matado a Qhorin Mediamano, según dicen.
—Así es —replicó Jon.
«Fue Fantasma», habría querido decir Ygritte. Pero no habló.
—Qhorin era mi enemigo, pero también mi hermano. Antes. ¿Debería agradecértelo o maldecirte?
Por la cara de Jon, Ygritte pudo intuir que se esperaba cualquier cosa menos eso. «El Rey salvaje se burla del cuervo.» 
Después, siguieron hablando mucho rato, hasta que Tormund hizo una introducción inoportuna y Mance mandó salir a todos menos a Jon.
Ygritte se quedó afuera, esperando. Pasó mucha gente a su lado, todos mirando con disgusto, admiración o interrogación a la tienda donde estaba 'El Cambiacapas'. Así le llamaban. 
Nunca sabría lo que pasó en aquel largo momento en el que estuvo firme esperando a Jon, pero cuando el chico volvió a salir, era un salvaje del pueblo libre, y no llevaba una capa negra. Sonreía.

domingo, 30 de junio de 2013

Capítulo 4 — 'Corre'.


«El pueblo llano, cuando reza, pide lluvia, hijos sanos y un verano que no acabe jamás. No les importa que los grandes señores jueguen a su juego de tronos, mientras a ellos los dejen en paz. Pero nunca lo hacen. –  Ser Jorah


'Corre', le había dicho. Y ella corrió. Atravesó lo que le había parecido más de la mitad del bosque, con los susurros de los muertos persiguiéndola. El amanecer naranja entregaba un toque tétrico a las escasas hojas de los árboles, que intentaban caer sobre su cabeza y aún así no la alcanzaban, porque ella corría. «Me observan», pensó. «Los árboles tienen ojos, los muertos tienen vida y los lobos pueden ser domesticados.»
En el bosque reinaba un silencio que llenaba sus pulmones, salía por su nariz y después llenaba el mundo de angustia y agonía. Al principio el sonido de las palabras de Jon Nieve retumbaban violentamente en su oído. 'Corre. Antes de que recupere el juicio. Corre. Corre. ¡Corre!'. Pero después de repetir la palabra varias veces pareció que dejaba de tener sentido, y Ygritte se calmó. Siguió corriendo, y apreció que el susurro era el crujido que producían sus propios pies al romper ramitas finas tiradas en el suelo entre hojas desgastadas. Pero ahora había parado para tomar aire, apoyándose en un árbol cinco veces más viejo que ella misma. El silencio era enorme, y presionaba contra su alma. No sabía que ese era el mismo silencio que guardaba Jon Nieve, cabalgando a millas de distancia.


Había llegado al clan de Casaca de Matraca hacía siete días, sin sus acompañantes. Nadie preguntó. 'Cuervos' fue la única palabra que dijo como saludo, y el clan volvió a acogerla entre risas y susurros. Desde entonces, comenzaron a perseguir a Qhorin Mediamano, el cuervo grande y los otros dos que iban con ellos; pero a Ygritte sólo le preocupaba Jon. «¿Por qué?», quería preguntarle. Cada mañana y cada tarde mandaban a su águila al cielo a vigilarles, y Casaca hacía sonar su cuerno de huesos, parecido al que había tenido Rot.
Dos días atrás, habían cogido a uno de ellos. «Edd», recordó Ygritte. «Dijo que se llamaba Edd. Antes de morir». Ese Cuervo no había asesinado a sus amigos, pero de haberle sido posible lo habría hecho, y a ella también se la habría llevado por delante. Es más, cuando le acorralaron consiguió llevarse a Tom el Huesos y a Tasim consigo al otro lado. Finalmente fue Lanzalarga quién le atravesó el corazón con un puñal, y Ygritte se quedó sus guantes. Lo quemaron al anochecer e hicieron sonar el cuerno, sólo para avisar al resto de los cuervos que estaban perdidos. «Los mataremos a todos», pensaba. «Incluso a Jon. Si no está muerto ya».
Los días pasaban simultaneamente, sin reclamar atención sobre si mismos. Ahora Ygritte tenía tiempo de pensar en lo que había sucedido, y ni siquiera con diez días para pensar en ello consiguió verle alguna lógica. «Me dejó escapar. Sabiendo que yo iba a revelar su posición. Poniéndoles en peligro. Podría haberme matado con una sola palabra. Y no lo hizo.»
'Corre', le había dicho. Y ella corrió...


Cada día se despertaba dándole un empujón a Lanzalarga, que siempre se acostaba a su lado, que a su vez le daba un empujón a Ryk, que también quería acostarse al lado de Ygritte, pero Lanzalarga siempre llegaba antes.
Lanzalarga era más o menos un buen amigo de Ygritte y casi que el único que le caía bien del clan de Casaca, por lo tanto fue al primero al que le contó lo que hizo Jon Nieve, desde el principio hasta el final.
Él escuchó atentamente durante toda la historia, pero nada más terminar declaró:
—Prométeme que nada más veas a ese chicho lo matarás.
—¿Por qué? —Ygritte se podía esperar muchas cosas de su amigo, pero aquella no.
—Ha matado a Tabit, Ygritte. A Tabit. Era un buen guerrero. Luchaba conmigo, y yo salía perdiendo. Y sabes lo bien que sé pelear. 
La chica sabía que era verdad, Tabit era de los mejores guerreros del clan, y Jon lo mató en cuestión de escasos minutos. ¿Cuánta influencia habría tenido el hecho de que le atacase por sorpresa?
—Tú no estás muerta de milagro, pelirroja —continuó—. Se compadeció de ti, ¿no lo ves? Por ser una mujer. Y te dejó escapar. No sabe nada de nosotros. Le habrán echado una buena reprimenda por haberlo hecho, seguro que la próxima vez se lo piensa mejor. Te cortará la garganta en un segundo si tú dudas entre matarle y dejarle con vida por lo que ha hecho en vez de defenderte.
»Así que, Ygritte. Prométeme que le matarás la próxima vez que le veas.
Las palabras de su amigo le dolieron, pero una promesa no era eterna.
—Te lo prometo. —dijo, mientras sonreía inocentemente, como si le hiciese gracia que su amigo se preocupase tanto por ella.
—No. Júramelo.
«Esto ya es otra cosa.»
—Te lo juro —dijo, sin embargo—. Te lo juro por el Dios Ahogado.
Había escuchado mencionar a ese Dios en una conversación con Thorn, el jefe de otro clan. Tenía sangre de los hombres de hierro, que se inclinaban ante ese Dios. Para ella, en cambio, no significaba nada. Por eso lo dijo. Pero Lanzalarga la conocía, y ante su expresión de asombro, confusión e incredulidad Ygritte se rió levemente y arqueó una ceja. Ella no tenía en sus planes matar a Jon Nieve, aún que lo hubiese jurado por un dios. Un dios en el que ella no creía.
—Bastarda —masculló su amigo entre dientes—. No te creo.
—En ese caso, te lo juro por el Dios No Ahogado.
En ese momento ambos se rieron con fuerza del chiste sin gracia, y Lanzalarga se fue, casi decepcionado, sin hacerle jurar nada finalmente. «Pero una promesa es una promesa». Y Ygritte se juró a si misma que, si alguna vez Jon Nieve intentaba herirla o matarla, ella lo haría antes. Cumplió esa promesa. O, al menos, lo intentó.


Ygritte tuvo un sueño esa noche. No era una pesadilla, pero aún así ella temblaba al recordarlo por la mañana. Ella y Jon estaban encima de dos acantilados, cada uno en el suyo, separados por un inmenso vacío de color negro del que no alcanzaban a ver el fondo. Es más, era como si estuviese ellos solos en dos cimas de montañas consecutivas, sin poder bajar ni hacer nada más que mirarse el uno a otro.
'¡Ayúdame!', grito Ygritte, pero hasta Jon sólo llegó el eco.
«Údame… Dame… Ame…. Ame…»
Y el le despondió;
—¡No puedo! 
«Edo… Edo… edo…»
—¡Ven conmigo! 
«Conmigo… conmigo… conmigo…»
En cambio, Jon sacó su espada, y a su lado apareció su lobo blanco, difuminado en la niebla. Ygritte se apartó de nuevo, el pelo del cuello. «Seguiré siendo la chica besada por el fuego, quieras o no…»
Ua voz extraña la sorprendió, de pronto. Era más grave que la de Jon, pero increíblemente similar.
—Puedes hacerlo, Jon —dijo—. ¿Eres mi hijo o no? ¿Eres un Stark, o eres un Nieve?
Jon tiró la espada al vacío y grito. Ygritte escuchó claramente las palabras, como si se las estuviese susurrando al oído.
—¡Cállate, estas muerto! 
Y después la miró a ella.
—Corre. Antes de que recupere el juicio —las palabras de Jon salían entrecortadas. Cogía velocidad a medida que hablaba—. Corre. ¡Corre! ¡CORRE!
Y Ygritte corrió, pero no tenía a dónde y empezó a caer al mismo vacío al que se había precipitado hace varios segundos la espada de Jon. Encima de ella volaba un cuervo, gritando 'Bastardo, bastardo, bastardo', y la voz de Lanzalarga le decía 'Prométemelo', y Rot hacía sonar su cuerno, y Tabit miraba al horizonte desde donde ella había estado parada.
La figura de Jon se alzaba, majestuosa con su capa negra ondeando con el viento. Sobresalía entre la niebla junto a su lobo, que empezó a aullar una canción triste, el estribillo de 'La Rosa Invernal'.


Ya llevaban días y días persiguiendo a los cuervos, tantos que Ygritte dejó de contarlos, cuando consiguieron acorralarles en una pequeña cueva, dejando atrás el Paso Aullante.
Para entonces sólo quedaban dos cuervos, Jon y Qhorin Mediamano. Casaca de Matraca, o, El señor de los Huesos, dio la orden, y entre todos cogieron los arcos, lanzas, flechas y puñales; y con un inmenso barullo se encaminaron hacia donde ellos estaban situados.
—Casaca de Matraca —dijo Qhorin Mediamano, con un tono de voz que podía mostrar asco o respeto, pero nunca al mismo tiempo. Estaba claro cuál elegiría Casaca.
Jon seguía mirándoles sin creerse lo que estaba viendo, como si estuviese un un sueño. A su lado su lobo le miraba. Por un momento Ygritte pensó que la reconoció, pero se dió cuenta de que llevaba el yelmo de madera, como la mayoría de sus compañeros. Ygritte odiaba ponerse los yelmos, prefería que se viese su cara, y su pelo, pero se la puso aquella vez por precaución. Como dedujo, Jon no la reconoció en ella. Probablemente tampoco entendía por qué los llevaban. «No sabe nada de nosotros», pensó, recordando la frase de Lanzalarga.
Entonces él la miró a ella, y sólo a ella, pero sin saber quién era. Las manos de ambos se movieron inconscientemente hacia la espada y el arco, respectivamente. Jon no veía el pelo rojo, no veía los ojos grises y azules de ella. Tampoco veía a la chica menuda a la que salvó, días atrás. Veía a un enemigo del que tenía que deshacerse. Aún así ella podía ver la duda en su mirada, y también vio cómo su mano se cerraba, pero no alrededor de la espada, sino que en el aire. De pronto parecía un hombre decidido y fuerte, pero Ygritte sabía que en realidad no lo era.
«No sabes nada, Jon Nieve», pensó.
Entonces Jon habló. Ygritte no podía saber de qué modo cambiarían esas palabras su vida, pero lo hicieron. Y, si ella ahora pudiese volver a ese momento y actuar de otro modo, probablemente no lo haría.