miércoles, 21 de agosto de 2013

Capítulo 7 — La Chica en Llamas.


«Un hombre puede poseer una mujer o puede poseer un cuchillo, pero nunca a la vez.
—Ygritte.»

El Dragón de Hielo y la Espada del Amanecer destacaban en el cielo aquella noche.
El firmamento estaba cubierto de estrellas aquel día, que destacaba respecto a los otros que habían tenido noches nubladas. Eran como pequeños y distantes copos de nieve que caían constantemente, y si te quedabas mucho tiempo mirando, se caían sobre ti. 
La Luna era casi inexistente, un arco fino y brillante que girado parecía una sonrisa. Era tan pequeña que costaba diferenciarla en el cielo. Al día siguiente ya habría desaparecido. Ygritte estaba tumbada en las capas de ella y Jon, esperándole. Él había ido a junto de Fantasma… A avisarle sobre el Muro. Iban a escalarlo, y él no podía ir con ellos. «Separar a Jon de Fantasma es de las cosas más crueles que he visto…» Él estaba hablando con el lobo, a bastantes pasos lejos de ella. 
A veces veía a Jon sentado a su lado, en la hoguera, o mirando las estrellas, como entonces, pero a la vez no estaba con ella. Eran momentos en los que Jon Nieve era literalmente lo que su nombre indicaba, Frío, como la nieve, distante, ausente… Tenía la mirada de Tabit cuando observaba todo desde la cima de un árbol. «Piensa. Piensa en su pasado. Pero yo soy su presente.», pensaba. Jon dirigía su mirada hacia un punto intermedio en el horizonte y se sumergía en un mar tan hondo que ella no podía alcanzarle. Pensaba que si se alejaba y le dejaba solo ni lo notaría. «Son sus momentos de hombre de la Guardia de la Noche», se daba cuenta. Cuando le preguntaba lo que podía pasarle el respondía 'Nada, Ygritte', y ella le replicaba 'No sabes nada, Jon Nieve'. Entonces se besaban y se iban a un lugar alejado para estar a solas.

La primera vez que lo hicieron Ygritte se acercó a donde Jon estaba tumbado lentamente. Sin hablar, se sentó encima de él y apoyó los codos en el suelo para poder bajar la cabeza hacia Jon. 
Él se quedó atrapado debajo de ella y la miraba, mientras la cortina de pelo que se había formado alrededor de ellos les tapaba. Entonces ella le besó.
En ese beso se había todo el deseo que tenía ella y Jon también, por lo visto, cosa que sorprendió a Ygritte. Ambos eran conscientes de que era eso lo que había salvado a Jon antes, y teína la obligación de hacerlo, pero Ygritte lo habría hacho de todas formas. «Le estoy salvando», se decía, para no pensar que le había engañado para hacerlo. «Pero también me estoy salvando a mí.» Ardían. Ygritte había sido besada por el fuego, pero ahora estaba en llamas.
Sus labios le acariciaron mientras los de él permanecían impasibles, pero después de un par de segundos se pusieron en movimiento también. Jon puso sus manos alrededor de su cara y la atrajo más hacia sí, mientras que ella se arqueaba un poco. Estaban en un lugar apartado, porque Jon había intuido lo que iba a pasar aquella noche y, como Ygritte pensaba, decidió que sería mejor que nadie los viese. Se esforzó tanto que a la pelirroja incluso le costó un poco encontrarle. 
Después de un tiempo besándose fue Ygritte la que consiguió subir un poco más las calientes pieles encima de ellos para no pasar frío y empezó a quitar la cazadora, camisa y demás cosas que tenía puestas Jon, todo sin dejar de besarse. Después se quitó su camisa de piel de cervatillo… Entonces Jon empezó a participar más activamente. 
Ygritte consideró que Jon era un buen acompañante, después de todo. No tenía mucha experiencia, «Excepto sus propias manos», se burlaba Ygritte; pero la sorprendió agradablemente cuando ella le desnudó, y respondió a sus besos y caricias con pasión, y algo que era casi ternura. 
Al terminar, se quedó durmiendo encima de su pecho después de decirle un 'No sabes nada', en vez de un 'buenas noches' o un 'te quiero', y aunque todas eran ciertas, la primera era la más adecuada para la situación.
En mitad de la noche, Ygritte se despertó y intentó moverse, con lo que despertó a Jon.
—¿Estás dormido?
—Ya no —dijo, bostezando.
Ygritte aprovechó el momento y volvió a besarle en la boca mientras bostezaba, sorprendiéndole. Jon se apartó entre risas, pero después le devolvió el beso, y otro, y otro… Ygritte pensaba que iba a parar y volver a dormir en cualquier momento, pero Jon le cogió el pecho con las manos. Al final ninguno de los dos durmió.

Las estrellas empezaban a caer encima suya, y Jon se había ido. Ygritte se levantó y caminó hacia donde estaba el resto de la gente. Ella y Jon habían ido a observar las estrellas juntos siempre que el cielo estaba despejado, cosa que no sucedía muy a menudo. Por ahora habían ido cuatro veces. Aún faltaban unos días para llegar al Muro, cada día descendían más y más al Sur, aunque no dejaba de hacer frío. «El invierno nos alcanza», pensaba Ygritte. 
Ella también pensaba en el Muro. Más bien, lo odiaba. Separaba a unos hombres de otros, «¿Por qué? ¿Porque somos distintos? ¿Porque unos nacimos al otro lado?» En el fondo tenía algo de miedo. 'Es como un árbol muy muy alto', decía Tabit. 'Podemos escalarlo, pero tiene vida. El Muro se protege'. Era una construcción de hielo, alto como una montaña, y completamente vertical. Lo contrario a un árbol. ¿Cuántos habían muerto escalándolo? «¿Por qué no nos dejan pasar a nosotros? Somos hombres y mujeres, como ellos. Deberían defenderse de otras cosas. Para eso fue creado el estúpido Muro.»
Desearía poder tener el cuerno de Joramun, o el Cuerno del Invierno, para poder derrumbarlo, oh, cómo lo deseaba. A veces recordaba cómo habían estado meses y meses en las montañas, donde hacía más frío de todo, abriendo tumbas y buscando entre los cadáveres, cuya aparición aún no tenía un motivo lógico. Tenía pesadillas de vez en cuando con hombres muertos sonriendo con el cuerno de Joramun en la mano, diciendo 'Toma, pelirroja, ven aquí. Cógelo'. Ella andaba y andaba, pero empezaba a arder, y a quemarse… La última vez que soñó eso fue días antes de conocer a Jon. 
Los mitos decían que si soplabas el cuerno de Joramun el Muro caería. 'El cuerno soplar, y a los gigantes de la tierra despertar', decía la canción. Sólo los gigantes podían derrumbar el Muro. Era verdad, tenía que serlo. Pero no lo habían encontrado, y Ygritte odiaba el Muro con más fuerza cada día.

Cruzó la colina andando y llegó al campamento. A un lado había una gran roca. Cuando se acercó, escucho el sonido de agua goteando. Se guió por el sonido y llegó a la entrada de una cueva, oculta a simple vista. Encendió una antorcha, lo que le llevó algo de tiempo, y entró. 
Una vez dentro de la cueva la iluminó con la antorcha en su inmensa totalidad. Había varias galerías y pasillos, unos más estrechos y otros más amplios. Algunos se adentraban muy adentro en la cueva y se sumergían en una oscuridad completamente negra, sin fin. «Los hijos de Gendel», pensó Ygritte. Era una de sus historias favoritas. Trataba de dos hermanos. Gendel y Gorne, los Reyes Más Allá del Muro. Gorne quería llevar a su pueblo a través del Muro, y consiguió cavar un túnel para conseguirlo, estuvo toda su vida trabajando en ello. Cuando lo atravesaron, los lobos de Invernalia les esperaban al otro lado, y Gorne murió. Su hermano Gendel consiguió escapar con el pueblo, pero no conocía bien el camino para conseguir llegar a la salida, y se perdió, junto a los varios millares de salvajes que le acompañaron. Caminaron durante días… Pero no volvieron a salir nunca. «Ahora estáis ahí adentro. Buscando la salida. Pero vuestros ojos son azules, vuestra piel fría, y vuestro corazón… Helado».

 Las llamas de la antorcha le daban a la piedra un toque rojizo más oscuro que su pelo, pero en realidad era una piedra sólida y gris. Al final se decantó por ir por la galería más amplia y más cercana, que era de donde procedía el sonido del agua. Cuando entró, vio un espacio amplio con el suelo liso y plano, casi parecía suave. En el lado izquierdo había una pequeña cascada que caía en un lago de agua negra que estaba sumergido en la roca. Se acercó a él y metió la mano dentro. El agua estaba muy fría. Se mantuvo de cuclillas mirando cómo las llamas de la antorcha se reflejaban en el agua. Así fue cómo la encontró Jon cuando, tiempo después, entró en la cueva chocándose con las paredes.

—…Y los hijos de Gendel siempre están hambrientos —le dijo a Jon, después de contarle la historia—. En la oscuridad no hay nada que comer. Sólo carne.
—Pareces la Vieja Tata contándole a Bran un cuento de monstruos.
Bran era el hermano tullido de Jon, o eso recordaba Ygritte. Él le hablaba a menudo de sus hermanos y hermanas. Eran muchos. Ygritte había conseguido distinguirlos a todos: Robb, el mayor, amigo de Jon. Rey en el Norte, algo bastante distinto al Rey Más Allá del Muro, según le explicó Jon Nieve. Sansa, la hija mayor. No le parecía interesante a Ygritte. Arya, la pequeña salvaje. Le recordaba a ella cuando era pequeña. Bran, el tullido; y Rickon, el pequeño. Eran la familia de Jon, aunque él fuese un bastardo. También estaba su padre Eddard Stark, pero murió. Jon no conocía a su madre y su madrastra le odiaba. Ygritte nunca conseguía acordarse de su nombre.
—¿Y tú? ¿Tienes hermanos, Ygritte? —le había preguntado Jon tiempo atrás, cuando estaban a días de distancia de la cueva.
—No —respondió ella—. Ahora no.
—¿Ahora?
Ygritte suspiró y contestó.
—Antes tenía una hermana pequeña. Pero Ellos se la llevaron.
—Ellos… ¿Los Otros?
—No sabes nada, Jon Nieve. Ellos son los Dioses. Hay una cosa más horrible que los Otros —siguió—, y eso son los Dioses. Crearon esto.
Y 'esto' era el mundo.

—¿Qué haces? —preguntó Jon mientras ella empezaba a quitarse la camisa por la cabeza, después de tirar al suelo el chaleco.
—Demostrarte lo vieja que soy —le respondió. «Me ha llamado Vieja Tata. Vamos a ver quién es la vieja, Jon Nieve». Las tres camisas de lana que llevaba por debajo se cayeron rápidamente al suelo.
Mientras se desnudaba, observó con una sonrisa la cara de alucinación de Jon. Debería de ser bastante divertido cuando, medio-vestida, empezó a saltar sobre la pierna derecha para poder quitarse una bota. 
—No deberíamos…
—Deberíamos —le cortó. Entonces consiguió sacar la pierna izquierda del pantalón—. Tú también. A ver qué tenemos.
Jon se había levantado del sitio y se acercó a ella, lentamente, cuando ya estuvo preparada. Ella bajó la cabeza para mirarse a si misma. Cuando ella y Jon estaban juntos, normalmente era debajo de múltiples capas, donde nadie les veía, ni siquiera ellos mismos. Ygritte no sabía cómo exactamente era el cuerpo de Jon. Tampoco sabía por qué había decidido que quería desnudarse completamente delante de él en una cueva fría sin luz excepto una antorcha, colocada estratégicamente para que no se cayese. Pero ella simplemente lo había hecho, y ahora Jon la miraba, fascinado, y vio cómo su mirada recorría todo su cuerpo, parándose en el pecho. Ella soltó una carcajada por lo bajo.
—No sabes nada, Jon Nieve…
—Sé que te quiero —dijo, dando un paso y cogiéndola entre sus brazos. Ella soltó un suspiro teatral—. Adoro tu olor. Adoro tu pelo rojo —dijo entre besos en el cuello—. Adoro tu boca y tu manera de besarme. Adoro tu sonrisa. Adoro tus tetas —las cogió y besó ambas—. Adoro tus piernas delgadas y lo que hay entre ellas.
Esto último hizo que Ygritte se sonrojase. 
Ya estaban tumbados en el suelo, y Jon había ido besando todo su cuerpo hasta llegar a donde se juntaban sus piernas, pero ella las separó y él siguió.
—Si tanto me amas… —dijo, entre jadeos—, ¿qué haces todavía vestido? No sabes nada, Jon Nieve. Na… Ah… Ah… Aaahh.
Y luego Jon estaba dentro de Ygritte, o era ella la que estaba dentro de él, dejó de saberlo hace mucho tiempo.

Tiempo después, ella estaba apoyada sobre su pecho, como la primera vez. La antorcha se había apagado y estaban solos en la oscuridad, pero no les improtaba, o simplemente no se habían dado cuenta. Ygritte se acercó a la oreja de Jon y le susurró 'te amo'. Entonces se volvieron a besar y resultó que aún no habían terminado.
Al principio, lo habían hecho rápido y con energía. Pero habían pasado mucho tiempo juntos desde entonces, y cada vez que sucedía los movimientos eran más lentos y profundos, y las caricias más agradables y suaves. Aquella vez fue como si el mundo se hubiese parado a su alrededor y tuviesen todo el tiempo existente, y por eso ellos lo desperdiciaban casi sin movimiento. 'Te amo. Te amo, Jon Nieve', pensó Ygritte.
Horas después buscaron su ropa en la oscuridad, entre risas y caídas dolorosas contra las rocas. Cuando Ygritte tenía puesta la camisa y una bota, se resbaló con una piedra mojada y se cayó al estanque de agua helada. Chilló al roce con el agua, que parecía ser más fría que la nieve o el hielo. Mientras tanto, Jon empezó a reir, y Ygritte, entre insultos y amenazas, consiguió cogerle por un pié y hacerle caer justo encima de ella, y después de echarse agua mutuamente y luchar, se dieron cuenta de que aún no habían terminado.
—Jon Nieve —le dijo después de que derramara su semilla dentro de ella—, no te muevas, mi amor. Me gusta sentirte dentro, me gusta mucho. No volvamos con Styr ni con Jarl. Sigamos por los túneles, vayamos con los hijos de Gendel. No quiero salir de esta cueva nunca, Jon Nieve. Nunca.
Pero salieron; Ygritte sonriendo y mirando hacia delante, y Jon un poco más serio con la cara girada para poder mirarla a ella. Nada podía salir mal.

lunes, 12 de agosto de 2013

LOS JUEGOS DEL MANGO.

Annie abrió los ojos y vio… Una bañera.
Una bañera enorme, mucho más grande que la que tenía en casa. Pero no tanto como el mar. Estaba en el centro de la cueva a la que Finnick la había llevado, llena de agua hasta el borde, con muchas pompas de jabón y patitos de goma flotando. Pequeños patitos amarillos que parecían sonreírle. Había diecisiete… Annie los contó. Soltó una risita por lo bajo. Iba a comentarle a Finnick que qué era lo que estaba pasando, pero entonces se fijó en algo más que había en la bañera… Frutas. Había una manzana, una pera, un albaricoque (a Annie le gustaba mucho como sonaba esa palabra) y un tomate… También había pepinos y nabos, cosa que Annie no entendió, los nabos crudos no estaban tan ricos como las manzanas.
—¿Qué es esto, Finn? ¿Vamos a comer nabos?
—Sí, Annie, vamos a comer nabos.
—Oh…
—Pero antes…
Finnick se acercó al fondo de la habitación y saco un disfraz de… sirena. Como el que Yaden le había hecho. Era un poco más distinto, con un sujetador de cocos que Annie le parecieron un poco pequeños para su pecho...
—Póntelo para mi, Annie. Sé mi sirena.
—Vale… Pero, ayúdame entonces.
Finnick cogió su cara con ambas manos y comenzó a besarla como un salmón mientras la desnudaba. Consiguió quitarle la camiseta con una mano mientras le sujetaba el pelo (sí, el pelo) con la otra. La camiseta cayó al suelo y Annie se quedó en ropa interior… Con su sujetador de ranas y las braguitas de gallinas que le había regalado Dexter. Finnick empezó a reírse.
—Vaya, todo una granjera, ¿eh? Será mejor que te cambies de distrito…
—Sólo si es contigo, Finn.
Él le sonrió. Annie miró a Finnick, completamente vestido, con su camiseta azul y sus pantalones vaqueros. Entonces giró la cabeza un momento, y al volver a mirar al chico, él no llevaba ninguna clase de ropa excepto los calzoncillos. Le guiñó el ojo. Lo más raro del suceso era que Annie no podía encontrar la ropa del chico en ninguna parte de la cueva.
Finnick le entregó el sujetador de cocos.
—Póntelo, An.
—Sólo si no miras.
—¿Vas en serio? Vamos a restregarnos el uno contra el otro y ahora…
–QUE NO MIRES.
Finnick se giró y Annie tiró un sujetador al suelo y se puso el otro. Le apretaba bastante y le recordaba a unas pequeñas montañitas.
—Mira.
—Oh… Wow —Finnick parecía conmocionado—. Puedo… ¿Puedo tocarlas?
—Finnick, empótrame.
El chico puso ambas manos en los cocos, empujándola contra la pared y besando su cuello. Su cara se iluminó, de pronto.
—POR FIN UNAS TETAS SIN OPERAR —exclamó—. POR FIN.
Annie se rió. 
–¿Cuantas tetas has visto en tu vida, Finn?
—Bueno… No es que las cuente… 61.
—¿Qué, impares?
—Bueno, me giré un poquito mientras te cambiabas y vi una…
—BASTARDO.
—No te enfades, An… Son bonitas.
Ella arrugó su nariz, como hacía cuando algo le gustaba.
—Eres un… Eres un mentiroso. Un pequeño mentiroso.
—Y tú eres la sirena del mentiroso. Ponte la cola, sirena. Esta vez no me giro.
—Oh, mierda...
Annie cogió el trozo de prenda con aletas al final de color azul verdoso y se lo puso lo más rápido que pudo.
En la cueva había un espejo, intentó girarse para verse a sí misma, y… Se cayó encima de Finnick Odair.
—Sirena patosa. Déjame que te lleve a tu reino.
—¿La bañera?
—La bañera. 

Una vez allí, Annie vio que Finnick seguía en calzoncillos. Unos bonitos calzoncillos de patitos, como los que había en la bañera.
—¿Por qué no te los quitas, Finn?
—Es que… Esto… ¿Te distrae?
Annie empezó a reirse y le besó.
—Me distraería si no los llevases puestos.
Entonces Finn se empezó a reír, y Annie aprovechó el momento para acercarse a él en el agua y sacarle el mango…
—¡Eh! —Finnick se rió— Espera, sirena. Tengo una sorpresa para ti…
Entonces el chico se levantó, esta vez sin calzoncillos, y salió de la bañera hacia el fondo de la cueva. Annie miraba la desnudez con los ojos muy abiertos.
—¡Eh, bonito trasero, Odair!
Entonces se fijó realmente en la cueva. Al lado de la bañera, había una especie de mesa de cristal, y en ella…
—Kit.
—¿Qué? ¿Annie, qué pasa?
Finnick estaba mirándola con un montón de cosas en las manos, que Annie no llegó a distinguir.
—Hay un Kit de maquillaje en la mesa.
—Oh, dios… —Todas las cosas se cayeron de las manos de Finnick, y el corrió a junto suya y la miró a los ojos.
—UN KIT DE MAQUILLAJE. 
—Annie, ya pasó, ya pasó…
—QUÍTALO.
Entonces Finnick cogió el Kit de Maquillaje y lo tiró por el retrete, que, casualmente, estaba cerca de la bañera. 'Por si acaso', pensó Annie.
El chico se acerco a la bañera, le cogió de la mano y la cogió en brazos para sostener su cola de sirena. Después la acercó a la mesa. 
—Mira.
Había un bote extraño con una tapa que ponía 'disfrútalo, es bueno para tu salud'.
—¿Habla de sexo? —preguntó Annie.
—No… —Finnick la miró con cara rara—. Es paté.
—Mmmmm… Parece rico.
—Bien, An. Bien.
Al lado del paté, en la mesa había un reproductor de música que parecía muy antiguo. Al lado había un disco de música, ahora no se usaban, pero Annie vio algunos que pertenecieron a su familia hace muchos años. En la portaba había dos chicos y una chica pelirroja, al lado ponía 'Paramore'.
—Vamos a escuchar música, ¿quieres?

La primera canción en el disco hablaba sobre una chica que iba muy rápido en un coche, y eso le recordó a Annie lo que estaban a punto de hacer con Finn. Sólo que iban a ir muy rápido en una bañera…
Finnick le quitó de un tirón el sujetador de cocos, y ella la cola de sirena. Él le volvió a guiñar un ojo, y se inclinó para besarla, pero Annie fue más rápida, cogió un mango de las frutas que flotaban en la bañera y se lo metió en la boca. 
Finnick lo tiró al suelo mientras se reía, la atrapó y empezaron a besarse.
—¿Estás preparada, Annie?
—Como siempre.
—¿Segura?
—Vamos, Finn.
—¿Segura del todo?
—QUE SÍ, VENGA, SACA… Eh… METE EL MANGO.
Finn tomó aire y la penetró.
Annie sólo podía pensar en una cosa mientras miraba a FInnick:
METESACAMETESACAMETESACAMETESACAMETESACAMETESACAMETESACAMETESACAMETESACAMETESACA… Y mete.
Annie se arqueaba y gemía, y Finnick susurraba su nombre. Cuando paró la chica escuchó que estaba sonando una canción, diciendo 'I'm still into you', Annie la encontró divertida, como si alguien se hubiese comido a la cantante, y empezó a tararearla. El chico la miro, divertido.
—SIGO DEEEENTROOOO DE TIIIIIIII —cantó Finnick junto a la voz de la chica pelirroja de 'Paramore', exactamente lo que estaba haciendo. Annie se rió y le besó mientras seguía con la boca abierta.

De pronto Finnick dejó de besarla y giró su cabeza hacia un lado, hacia la puerta de la entrada de la cueva, rodeada de velas. Allí estaba… No, no podía ser.
—MASON, BITCHES.
Era Johanna. Llevaba una camiseta de tirantes blanca y un pantalón ajustado, y en su mano un hacha.
—Hola, Mason… Te estaba esperando —dijo Finn, sentado en la bañera, rodeado de tomates — En realidad no, pero… Quedaba bien.
Entonces Annie vio que detrás de Johanna sobresalía una cabeza, que lógicamente no era de ella. Era una chica con una frente enorme y unos ojos casi igual de grandes.
Annie se asustó y cogió un pepinillo del agua, entonces lo sacó y se lo tiró a la chica que estaba detrás de Johanna. Esta cogió el hacha y partió el pepinillo por la mitad.
—Hola —dijo tranquilamente—. Esta es Victoria. Empezó a acosarme por el camino.
Annie estaba en shock.
—Jo, ¿qué haces aquí? Estamos… Ajam.
—Oh —replicó la muchacha— Shit up.
Annie empezó a sumergirse en el agua. Finnick se había apartado de ella cuando Johanna entró.
—Quiero unirme, ¿te importa?
—¡Y yo! —gritó Victoria.
—FUERA, PALETA —explotó Johanna y le lanzó el hacha, que falló por varios centímetros. Victoria empezó a correr, mientras Annie le miraba con los ojos desorbitados—. Bueno, chicos… ¿Qué estamos haciendo aquí?
Se acercó a la bañera y se quitó la camisa, quedándose en sujetador. 
—Así que… Esto es lo que tiene locas a las chicas del Capitolio, —dijo, mirando a través del agua hacia la cintura de Finnick —Oh, —añadió, mirando hacia el sitio donde Finnick había dejado caer las cosas cuando Annie vio el Kit. Se acercó y cogió una de ellas.
Annie pensó que era como un nabo, pero de plástico.
—¿Para qué sirve eso? —preguntó.
Finnick la miró con una mirada muy significativa.
—An, es…
—Oh, entiendo —esbozó su sonrisa más perversa.
—Os dejo con esto, chicos— dijo, Johanna, y se fue, tirando a Finnick del moflete y haciendo que dijese 'au', como un niño pequeño.
«Hacerlo hard, sólo para disfrutar, y repetir otro día», pensó Annie. Es lo que habría anotado en su libreta si esta estuviese allí.
—¿Qué vamos a hacer ahora, Annie? —Preguntó Finnick.
Ella sonrió, mientras atrapaba el nabo que Johanna le había lanzado.
—Ajam.

By Lalasá and Shenia.
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Bueno, antes de nada, ¡feliz cumpleaños, Pato! Esto es un 'pequeño regalo' que Lalasá y yo hemos querido hacerte, you know… Algo bonito. No tan bonito por las paridas, pero es algo. Nos hemos esforzado (despitorrado) mucho escribiéndolo, and… Creo que es lo mejor que se puede hacer como regalo virtual (?). Hemos mezclado todas las paridas que hemos pensado, recordado, dicho alguna vez and… Se puede pensar que somos unas salidas tremendas (que es verdad) pero también que tenemos que quererte mucho para hacer esta… Well, estos Juegos del Mango. (Esto está pareciendo un sermón porque no sé escribir seriamente, ¿vale?) La cosa es que disfrutes de le lectura y puedas recordar esto cuando te sientas triste y despitorrarte, o algo así. No se lo enseñes a tu familia porque te quitan el Twitter. Just saying…
En fin, que eres de las mejores personas que conozcemos, lo digo en serio. En la vida real y todo. De mayor, cuando tengamos media estantería llena con tus libros (todos bestsellers, claramente), podremos presumir de que éramos tus fans antes de que se pusiera de moda, cual hipsters ejemplares. Gracias por los fics y por el resto, Pato.
Lalasá approves and loves ya.