lunes, 25 de noviembre de 2013

Capítulo 8 — Más Allá del Muro.

«¿Por qué será que, cuando un hombre construye un Muro, 
su vecino quiere saber lo que hay al otro lado? 
—Tyrion Lannister.»

El Muro era más alto que cualquier árbol que ella pudiese escalar. Horriblemente alto. Ni siquiera tenía nada en común con cualquier árbol que conociese, pues no estaba vivo. Tampoco estaba muerto, porque para morir tenía que haber vivido alguna vez. Ygritte esperaba que el Muro no haya estado ni estuviese vivo. Aunque sabía que estaba hecho de piedra, una sólida capa de hielo y nieve lo cubría por todas partes dándole un aspecto majestuoso, reflejando los colores del amanecer; naranja, amarillo y rojo. La visión más amenazadora se producía cuando miraba hacia arriba, y veía lo alto que era. Tal vez lo odiaba por eso; era alto e inalcanzable.

Habían acampado en los árboles que crecían cerca. Primero iba a subir la patrulla de Jarl, que lo había hecho medio millar de veces. Después la de Errok y Grigg. El resto esperaría abajo, con el Magnar, que, parecía tan impresionado como ella. 
Aún era muy temprano en el amanecer, pero se sabía que aquel día iba a haber mucho sol. El hielo del Muro brillaba en algunos sitios y ascendía hasta el cielo, sin importarle nada. Aquel Muro estaba hecho para subir a él y mirar hacia abajo, no para que los de abajo lo mirasen a él. O tal vez sí.
Habían encontrado una especie de punto débil en el Muro; los árboles crecían demasiado cerca y subiendo por ellos hacia él se podía alcanzar la cima más rápidamente. Había una pendiente pequeña de hielo. El grupo de Jarl ya estaba empezando a escalar, unos atados a otros. Jon observaba el proceso con una impasibilidad amenazadora. Tal vez estuviese evaluando la gravedad de la situación, porque veía que, prácticamente, el Muro no tenía guardias. 
—Un muro es tan fuerte como los hombres que lo defienden —le dijo, con la mirada perdida, tal vez por eso.
«Entonces eso no es un Muro, en una piedra de mi altura con una cara dibujada» —pensó divertida.
—¿Y son fuertes, Jon Nieve? Los hombres. —contestó, sin embargo.
La palabra «son» pareció ofenderle, como si él fuese uno de ellos. Porque, ¿qué era Jon en realidad? Pero él no contestó.
—No son tan fuertes como nosotros —añadió ella—. Ya lo verás.
Sonrió. La sonrisa era su mejor arma contra un miedo: el suyo propio.

Seis horas después sucedió el fallo. Habían pasado gran parte del día sin hacer nada, simplemente observando a  los escaladores subir incansablemente. Para entonces era mediodía, el Muro brillaba tanto reflejando el sol que dolía mirarlo. Primero oyó el crujido. Era como si el propio Muro rugiese, defendiéndose de aquellos que se atrevieron a escalarlo. Gritó y apretó las orejas con las manos, mientras Jon la cogió por la cintura, abrazándola, y la tiró al suelo.
Cuando pudieron levantarse y Ygritte abrió los ojos, uno de los grupos de los escaladores no estaba en el Muro. En su lugar, había un pequeño agujero en la sólida pendiente vertical. El lugar que se había derrumbado, llevándolos consigo. Más abajo había manchas de sangre. Los otros dos grupos estaban a los lados, aún subiendo. 
La avalancha había llegado hasta el sitio donde estaban ella y Jon, en el bosque, bastante alejados del Muro, lo cual hizo que cada parte de su cuerpo se estremeciese. Luego Jon le contó que uno de los escaladores sobrevivió, pero con la columna y todas las costillas rotas. Pidió misericordia. «La misericordia de los salvajes es la muerte.»

Durante todo el día los salvajes no hacían nada salvo observar, como, imbatiblemente, los escaladores subían uno tras otro hasta llegar a algún saliente para descansar cinco minutos. Después seguían.
La idea de tener que repetir eso, volver a subir, la hacía estremecerse. «No», era el más fuerte de los pensamientos que pasaban por la mente de Ygritte. En los brazos de Jon se sentía fuerte, capaz, pero, ¿cuando estuviese ahí arriba? Eran horas subiendo. Luchando por no caer. Estaría sola. «¿Y tú, de qué tienes miedo, chica besada por el fuego?».

Cuando llegó su turno era de noche en el cielo. El plan de Mance consistía en bajar escaleras desde la cima del Muro, para que el resto pudiese subir. Tardarían una o dos horas, pero era mejor que simplemente escalarlo. Se sentía agradecida. Dejó a su caballo atrás, y subió a las escaleras después de Jon. 
—Te veo arriba —le dijo él.
—Eso espero, si no eres tan torpe como para caerte.
—Espero que no, porque entonces caerías conmigo, recuerda que vas a estar subiendo justo debajo.
—No sabes nada, Jon Nieve, soy más astuta que tú y te esquivaría, ya lo verás. Y si cayésemos juntos, ¿qué más da? 
—¿No te preocupa la idea de caer?
—Me preocuparía si no cayese contigo.
No hablaron más durante el trayecto, pero esa conversación reconfortó a Ygritte. Sólo al principio, porque cuando miró hacia arriba para ver a lo que tendría que enfrentarse, se sintió desfallecer.
Escaló por la larga escalera, deseando que se rompiese ahora y no después. Podría sobrevivir a la caída, podría volver. Después empezó a centrarse en los escalones. Uno, dos, tres. Cien. ¿Cuántos había? 
Al llegar al doscientos cincuenta y ocho resbaló, y cayó uno hacia abajo. El Muro quería desprenderse de ella, dejarla caer, deshacerse de su carga. «Me odia, como yo a él. Está tan vivo como yo. Y también quiere hacerme caer. ¡Vamos a ver quién gana esta vez!» Jon, que iba bastante adelantado, miró hacia ella al escuchar su grito ahogado, pero Ygritte consiguió sonreír para calmarle, sin darle importancia. Entonces vió como un hombre, también de su grupo, cayó a su izquierda, gritando. Era el segundo. Jon se paró unos segundos, pero luego siguió subiendo. Ella tampoco dijo nada y, aferrándose a la escalera, subió peldaño a peldaño como si fuese su única esperanza de sobrevivir. Y en realidad, lo era.
Seguía subiendo una hora después, y dos, dos y media. Apoyó la mano en el final del Muro «¡El final del Muro!» y Jon le ayudó a subir. Sólo entonces se sintió liberada, y gritó. Gritó porque odiaba el Muro, sus paredes, el hielo, y las piedras que había debajo. Odiaba su esencia. El odio le daba fuerzas, por tanto se levantó y se acercó peligrosamente al borde para mirar hacia abajo. No se veía nada, sólo la oscuridad, aunque estaba amaneciendo. Le habría gustado escupir ahí abajo.
Sintió como Jon le tocaba la pierna, y cayó temblando encima suya. Su cuerpo no le dejaba moverse más, estaba sin fuerzas.
—He estado a punto de caerme —le dijo con los ojos llenos de lágrimas—. Dos veces. Tres veces. El Muro intentaba sacudirme, lo he notado.
—No tengas miedo —Jon hablaba con una voz tranquila, queriendo calmarla. Pero ella no quería calmarse. Le dio un golpe en el pecho. 
—No tenía miedo. No sabes nada, Jon Nieve.
—Entonces, ¿por qué lloras?
Eso la enfureció, no se había dado cuenta de que estaba llorando. «Es el Muro, el Muro.». Estaba tan enfadada que arrancó un pedazo de hielo que sobresalía, y lo tiró al vacío con furia. Sabía que no iba a escuchar cómo caía, pero esperó. Habría podido derribarlo, no habría necesidad de subir a él, de sufrir... Se giró hacia Jon, enfurecida.
—Lloro porque no encontramos el Cuerno del Invierno. ¡Abrimos medio centenar de tumbas, dejamos todas esas sombras sueltas por el mundo y no encontramos el Cuerno de Joramun para derribar este maldito Muro!
Él no respondió, sólo la abrazó y le dejó desahogarse en su pecho.

Cuando abrió los ojos, el Sol se había levantado y brillaba débilmente sobre ellos. Ygritte tenía fuerzas suficientes para levantarse, y mirar otra vez hacia abajo. Blanco. Pero esta vez no sintió amargura, no, porque comenzó a levantar la vista, y la imagen de lo que tenía delante la dejó sin aliento. 
Una vez Tabit la había subido a un árbol con él, el árbol más alto que pudieron encontrar. Cincuenta veces la altura de Ygritte, si no sesenta. Sin embargo, tenía un montón enorme de ramas sueltas, gruesas y estables por donde escalar. 'Árbol de la Tierra', lo había llamado Tabit. Cuando llegaron a la cima (y Ygritte intentaba no mirar hacia abajo para no marearse, caerse, o al menos no vomitar) Tabit le dijo al oído 'Esto es nuestra Tierra, Ygritte. Somos nosotros.' Y ella le creyó. Entonces aún era verano, relativamente, aunque allí siempre había nieve. Era un amanecer, de color azul pálido. Todo parecía intentar decirle a la chica que esa era la felicidad, la paz, la tranquilidad. Todo. Después de una hora arriba, no quería bajar.
Todo ese tiempo, pensaba que nada podría igualar una vista como aquella. Hasta que levantó la mirada y vio lo que el Muro podía mostrarle. Miles de árboles, de un verde oscuro que se mezclaba con la luz del sol, creando un montón de tonos distintos. Estaba mirando a su hogar, donde ella había crecido, el lugar del que creía conocer cada pequeño detalle, pero desde ahí arriba la perspectiva era completamente distinta. Entonces se acordó de que el Muro tenía dos lados: ahora estaba mirando el suyo. Toda su vida había deseado ver lo que había en el otro. Se dio la vuelta, y no pudo contener un ligero suspiro; era hermoso. En realidad el paisaje no se diferenciaba tanto. los mismos árboles, la misma nieve. Sólo que, cuanto más al Sur, menos nieve había. Las montañas en el horizonte aún tenían árboles completamente verdes. «Es tan distinto y tan igual», pensó. No sabía cuanto tiempo se pasó observándolo, pero de pronto se dio cuenta de que Jon se había levantado y estaba a su lado, mirándola. Ella le miró a su vez, y después le abrazó con todas sus fuerzas. A su alrededor, el resto de los escaladores ya estaban colocando las escaleras para volver a bajar, después de su breve descanso, pero le daba igual. Era probablemente el único momento de su vida en el que no odiaba el Muro. 
—Es tan bonito cómo me habías prometido —consiguió susurrar, con su boca a pocos centímetros de la de Jon, que la besó, sin dejar de mirarla a los ojos.
—Oh, si supieses, Ygritte… —dijo cuando pararon—. Ahora sólo te falta ir al Sur y ver lo que hay más allá.
—Más allá del Muro —asintió.


domingo, 6 de octubre de 2013

«Interludio – El Muro».

Bueeeeeeno, hola. Ya sé que he dejado esto un poco (mucho) abandonado, pero... En teoría quiero terminar el fic, asique intentaré subir más a menudo. Repito: Intentaré. La cosa es que os voy a dejar un trocito que tendría que ser del principio del capítulo 8, pero os lo pongo por adelantado como compensación por haber dejado esto tan solitario y eso. Es muy corto, pero... Ña. Ala, ya os he avisado. Enjoy it.
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—Ahí está —dijo uno de los jinetes del principio de su improvisado campamento.
Lo habían visto venir desde hacía días, una barrera blanca sin límites en el horizonte, aún muy borrosa y distante que se fundía con el cielo, y aún así amenazadora. Una barrera que Ygritte odiaba. Al fin y al cabo, el Muro era el fin del mundo, no importaba en qué lado estuvieses.
 A veces, cuando pasaban por un tramo de bosque, desaparecía, y por la noche no podía distinguirse. Hasta entonces habían pasado cinco o seis días sin verlo, mientras rodeaban una cordillera bastante alta con mucha niebla. Ahora, después de haber salido a la última de las cimas, podía verse en su total amplitud. Enorme. Una línea material, blanca, no muy recta, que cruzaba el cielo de un extremo a otro. Era hermoso, tan hermoso como letal. Se habían acercado mucho. «Demasiado», pensó. Jon, a su lado, parecía pensar lo mismo, pero sólo sujetó su mano y la apretó muy fuerte.
Estaban cerca del fin.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Capítulo 7 — La Chica en Llamas.


«Un hombre puede poseer una mujer o puede poseer un cuchillo, pero nunca a la vez.
—Ygritte.»

El Dragón de Hielo y la Espada del Amanecer destacaban en el cielo aquella noche.
El firmamento estaba cubierto de estrellas aquel día, que destacaba respecto a los otros que habían tenido noches nubladas. Eran como pequeños y distantes copos de nieve que caían constantemente, y si te quedabas mucho tiempo mirando, se caían sobre ti. 
La Luna era casi inexistente, un arco fino y brillante que girado parecía una sonrisa. Era tan pequeña que costaba diferenciarla en el cielo. Al día siguiente ya habría desaparecido. Ygritte estaba tumbada en las capas de ella y Jon, esperándole. Él había ido a junto de Fantasma… A avisarle sobre el Muro. Iban a escalarlo, y él no podía ir con ellos. «Separar a Jon de Fantasma es de las cosas más crueles que he visto…» Él estaba hablando con el lobo, a bastantes pasos lejos de ella. 
A veces veía a Jon sentado a su lado, en la hoguera, o mirando las estrellas, como entonces, pero a la vez no estaba con ella. Eran momentos en los que Jon Nieve era literalmente lo que su nombre indicaba, Frío, como la nieve, distante, ausente… Tenía la mirada de Tabit cuando observaba todo desde la cima de un árbol. «Piensa. Piensa en su pasado. Pero yo soy su presente.», pensaba. Jon dirigía su mirada hacia un punto intermedio en el horizonte y se sumergía en un mar tan hondo que ella no podía alcanzarle. Pensaba que si se alejaba y le dejaba solo ni lo notaría. «Son sus momentos de hombre de la Guardia de la Noche», se daba cuenta. Cuando le preguntaba lo que podía pasarle el respondía 'Nada, Ygritte', y ella le replicaba 'No sabes nada, Jon Nieve'. Entonces se besaban y se iban a un lugar alejado para estar a solas.

La primera vez que lo hicieron Ygritte se acercó a donde Jon estaba tumbado lentamente. Sin hablar, se sentó encima de él y apoyó los codos en el suelo para poder bajar la cabeza hacia Jon. 
Él se quedó atrapado debajo de ella y la miraba, mientras la cortina de pelo que se había formado alrededor de ellos les tapaba. Entonces ella le besó.
En ese beso se había todo el deseo que tenía ella y Jon también, por lo visto, cosa que sorprendió a Ygritte. Ambos eran conscientes de que era eso lo que había salvado a Jon antes, y teína la obligación de hacerlo, pero Ygritte lo habría hacho de todas formas. «Le estoy salvando», se decía, para no pensar que le había engañado para hacerlo. «Pero también me estoy salvando a mí.» Ardían. Ygritte había sido besada por el fuego, pero ahora estaba en llamas.
Sus labios le acariciaron mientras los de él permanecían impasibles, pero después de un par de segundos se pusieron en movimiento también. Jon puso sus manos alrededor de su cara y la atrajo más hacia sí, mientras que ella se arqueaba un poco. Estaban en un lugar apartado, porque Jon había intuido lo que iba a pasar aquella noche y, como Ygritte pensaba, decidió que sería mejor que nadie los viese. Se esforzó tanto que a la pelirroja incluso le costó un poco encontrarle. 
Después de un tiempo besándose fue Ygritte la que consiguió subir un poco más las calientes pieles encima de ellos para no pasar frío y empezó a quitar la cazadora, camisa y demás cosas que tenía puestas Jon, todo sin dejar de besarse. Después se quitó su camisa de piel de cervatillo… Entonces Jon empezó a participar más activamente. 
Ygritte consideró que Jon era un buen acompañante, después de todo. No tenía mucha experiencia, «Excepto sus propias manos», se burlaba Ygritte; pero la sorprendió agradablemente cuando ella le desnudó, y respondió a sus besos y caricias con pasión, y algo que era casi ternura. 
Al terminar, se quedó durmiendo encima de su pecho después de decirle un 'No sabes nada', en vez de un 'buenas noches' o un 'te quiero', y aunque todas eran ciertas, la primera era la más adecuada para la situación.
En mitad de la noche, Ygritte se despertó y intentó moverse, con lo que despertó a Jon.
—¿Estás dormido?
—Ya no —dijo, bostezando.
Ygritte aprovechó el momento y volvió a besarle en la boca mientras bostezaba, sorprendiéndole. Jon se apartó entre risas, pero después le devolvió el beso, y otro, y otro… Ygritte pensaba que iba a parar y volver a dormir en cualquier momento, pero Jon le cogió el pecho con las manos. Al final ninguno de los dos durmió.

Las estrellas empezaban a caer encima suya, y Jon se había ido. Ygritte se levantó y caminó hacia donde estaba el resto de la gente. Ella y Jon habían ido a observar las estrellas juntos siempre que el cielo estaba despejado, cosa que no sucedía muy a menudo. Por ahora habían ido cuatro veces. Aún faltaban unos días para llegar al Muro, cada día descendían más y más al Sur, aunque no dejaba de hacer frío. «El invierno nos alcanza», pensaba Ygritte. 
Ella también pensaba en el Muro. Más bien, lo odiaba. Separaba a unos hombres de otros, «¿Por qué? ¿Porque somos distintos? ¿Porque unos nacimos al otro lado?» En el fondo tenía algo de miedo. 'Es como un árbol muy muy alto', decía Tabit. 'Podemos escalarlo, pero tiene vida. El Muro se protege'. Era una construcción de hielo, alto como una montaña, y completamente vertical. Lo contrario a un árbol. ¿Cuántos habían muerto escalándolo? «¿Por qué no nos dejan pasar a nosotros? Somos hombres y mujeres, como ellos. Deberían defenderse de otras cosas. Para eso fue creado el estúpido Muro.»
Desearía poder tener el cuerno de Joramun, o el Cuerno del Invierno, para poder derrumbarlo, oh, cómo lo deseaba. A veces recordaba cómo habían estado meses y meses en las montañas, donde hacía más frío de todo, abriendo tumbas y buscando entre los cadáveres, cuya aparición aún no tenía un motivo lógico. Tenía pesadillas de vez en cuando con hombres muertos sonriendo con el cuerno de Joramun en la mano, diciendo 'Toma, pelirroja, ven aquí. Cógelo'. Ella andaba y andaba, pero empezaba a arder, y a quemarse… La última vez que soñó eso fue días antes de conocer a Jon. 
Los mitos decían que si soplabas el cuerno de Joramun el Muro caería. 'El cuerno soplar, y a los gigantes de la tierra despertar', decía la canción. Sólo los gigantes podían derrumbar el Muro. Era verdad, tenía que serlo. Pero no lo habían encontrado, y Ygritte odiaba el Muro con más fuerza cada día.

Cruzó la colina andando y llegó al campamento. A un lado había una gran roca. Cuando se acercó, escucho el sonido de agua goteando. Se guió por el sonido y llegó a la entrada de una cueva, oculta a simple vista. Encendió una antorcha, lo que le llevó algo de tiempo, y entró. 
Una vez dentro de la cueva la iluminó con la antorcha en su inmensa totalidad. Había varias galerías y pasillos, unos más estrechos y otros más amplios. Algunos se adentraban muy adentro en la cueva y se sumergían en una oscuridad completamente negra, sin fin. «Los hijos de Gendel», pensó Ygritte. Era una de sus historias favoritas. Trataba de dos hermanos. Gendel y Gorne, los Reyes Más Allá del Muro. Gorne quería llevar a su pueblo a través del Muro, y consiguió cavar un túnel para conseguirlo, estuvo toda su vida trabajando en ello. Cuando lo atravesaron, los lobos de Invernalia les esperaban al otro lado, y Gorne murió. Su hermano Gendel consiguió escapar con el pueblo, pero no conocía bien el camino para conseguir llegar a la salida, y se perdió, junto a los varios millares de salvajes que le acompañaron. Caminaron durante días… Pero no volvieron a salir nunca. «Ahora estáis ahí adentro. Buscando la salida. Pero vuestros ojos son azules, vuestra piel fría, y vuestro corazón… Helado».

 Las llamas de la antorcha le daban a la piedra un toque rojizo más oscuro que su pelo, pero en realidad era una piedra sólida y gris. Al final se decantó por ir por la galería más amplia y más cercana, que era de donde procedía el sonido del agua. Cuando entró, vio un espacio amplio con el suelo liso y plano, casi parecía suave. En el lado izquierdo había una pequeña cascada que caía en un lago de agua negra que estaba sumergido en la roca. Se acercó a él y metió la mano dentro. El agua estaba muy fría. Se mantuvo de cuclillas mirando cómo las llamas de la antorcha se reflejaban en el agua. Así fue cómo la encontró Jon cuando, tiempo después, entró en la cueva chocándose con las paredes.

—…Y los hijos de Gendel siempre están hambrientos —le dijo a Jon, después de contarle la historia—. En la oscuridad no hay nada que comer. Sólo carne.
—Pareces la Vieja Tata contándole a Bran un cuento de monstruos.
Bran era el hermano tullido de Jon, o eso recordaba Ygritte. Él le hablaba a menudo de sus hermanos y hermanas. Eran muchos. Ygritte había conseguido distinguirlos a todos: Robb, el mayor, amigo de Jon. Rey en el Norte, algo bastante distinto al Rey Más Allá del Muro, según le explicó Jon Nieve. Sansa, la hija mayor. No le parecía interesante a Ygritte. Arya, la pequeña salvaje. Le recordaba a ella cuando era pequeña. Bran, el tullido; y Rickon, el pequeño. Eran la familia de Jon, aunque él fuese un bastardo. También estaba su padre Eddard Stark, pero murió. Jon no conocía a su madre y su madrastra le odiaba. Ygritte nunca conseguía acordarse de su nombre.
—¿Y tú? ¿Tienes hermanos, Ygritte? —le había preguntado Jon tiempo atrás, cuando estaban a días de distancia de la cueva.
—No —respondió ella—. Ahora no.
—¿Ahora?
Ygritte suspiró y contestó.
—Antes tenía una hermana pequeña. Pero Ellos se la llevaron.
—Ellos… ¿Los Otros?
—No sabes nada, Jon Nieve. Ellos son los Dioses. Hay una cosa más horrible que los Otros —siguió—, y eso son los Dioses. Crearon esto.
Y 'esto' era el mundo.

—¿Qué haces? —preguntó Jon mientras ella empezaba a quitarse la camisa por la cabeza, después de tirar al suelo el chaleco.
—Demostrarte lo vieja que soy —le respondió. «Me ha llamado Vieja Tata. Vamos a ver quién es la vieja, Jon Nieve». Las tres camisas de lana que llevaba por debajo se cayeron rápidamente al suelo.
Mientras se desnudaba, observó con una sonrisa la cara de alucinación de Jon. Debería de ser bastante divertido cuando, medio-vestida, empezó a saltar sobre la pierna derecha para poder quitarse una bota. 
—No deberíamos…
—Deberíamos —le cortó. Entonces consiguió sacar la pierna izquierda del pantalón—. Tú también. A ver qué tenemos.
Jon se había levantado del sitio y se acercó a ella, lentamente, cuando ya estuvo preparada. Ella bajó la cabeza para mirarse a si misma. Cuando ella y Jon estaban juntos, normalmente era debajo de múltiples capas, donde nadie les veía, ni siquiera ellos mismos. Ygritte no sabía cómo exactamente era el cuerpo de Jon. Tampoco sabía por qué había decidido que quería desnudarse completamente delante de él en una cueva fría sin luz excepto una antorcha, colocada estratégicamente para que no se cayese. Pero ella simplemente lo había hecho, y ahora Jon la miraba, fascinado, y vio cómo su mirada recorría todo su cuerpo, parándose en el pecho. Ella soltó una carcajada por lo bajo.
—No sabes nada, Jon Nieve…
—Sé que te quiero —dijo, dando un paso y cogiéndola entre sus brazos. Ella soltó un suspiro teatral—. Adoro tu olor. Adoro tu pelo rojo —dijo entre besos en el cuello—. Adoro tu boca y tu manera de besarme. Adoro tu sonrisa. Adoro tus tetas —las cogió y besó ambas—. Adoro tus piernas delgadas y lo que hay entre ellas.
Esto último hizo que Ygritte se sonrojase. 
Ya estaban tumbados en el suelo, y Jon había ido besando todo su cuerpo hasta llegar a donde se juntaban sus piernas, pero ella las separó y él siguió.
—Si tanto me amas… —dijo, entre jadeos—, ¿qué haces todavía vestido? No sabes nada, Jon Nieve. Na… Ah… Ah… Aaahh.
Y luego Jon estaba dentro de Ygritte, o era ella la que estaba dentro de él, dejó de saberlo hace mucho tiempo.

Tiempo después, ella estaba apoyada sobre su pecho, como la primera vez. La antorcha se había apagado y estaban solos en la oscuridad, pero no les improtaba, o simplemente no se habían dado cuenta. Ygritte se acercó a la oreja de Jon y le susurró 'te amo'. Entonces se volvieron a besar y resultó que aún no habían terminado.
Al principio, lo habían hecho rápido y con energía. Pero habían pasado mucho tiempo juntos desde entonces, y cada vez que sucedía los movimientos eran más lentos y profundos, y las caricias más agradables y suaves. Aquella vez fue como si el mundo se hubiese parado a su alrededor y tuviesen todo el tiempo existente, y por eso ellos lo desperdiciaban casi sin movimiento. 'Te amo. Te amo, Jon Nieve', pensó Ygritte.
Horas después buscaron su ropa en la oscuridad, entre risas y caídas dolorosas contra las rocas. Cuando Ygritte tenía puesta la camisa y una bota, se resbaló con una piedra mojada y se cayó al estanque de agua helada. Chilló al roce con el agua, que parecía ser más fría que la nieve o el hielo. Mientras tanto, Jon empezó a reir, y Ygritte, entre insultos y amenazas, consiguió cogerle por un pié y hacerle caer justo encima de ella, y después de echarse agua mutuamente y luchar, se dieron cuenta de que aún no habían terminado.
—Jon Nieve —le dijo después de que derramara su semilla dentro de ella—, no te muevas, mi amor. Me gusta sentirte dentro, me gusta mucho. No volvamos con Styr ni con Jarl. Sigamos por los túneles, vayamos con los hijos de Gendel. No quiero salir de esta cueva nunca, Jon Nieve. Nunca.
Pero salieron; Ygritte sonriendo y mirando hacia delante, y Jon un poco más serio con la cara girada para poder mirarla a ella. Nada podía salir mal.