lunes, 25 de noviembre de 2013

Capítulo 8 — Más Allá del Muro.

«¿Por qué será que, cuando un hombre construye un Muro, 
su vecino quiere saber lo que hay al otro lado? 
—Tyrion Lannister.»

El Muro era más alto que cualquier árbol que ella pudiese escalar. Horriblemente alto. Ni siquiera tenía nada en común con cualquier árbol que conociese, pues no estaba vivo. Tampoco estaba muerto, porque para morir tenía que haber vivido alguna vez. Ygritte esperaba que el Muro no haya estado ni estuviese vivo. Aunque sabía que estaba hecho de piedra, una sólida capa de hielo y nieve lo cubría por todas partes dándole un aspecto majestuoso, reflejando los colores del amanecer; naranja, amarillo y rojo. La visión más amenazadora se producía cuando miraba hacia arriba, y veía lo alto que era. Tal vez lo odiaba por eso; era alto e inalcanzable.

Habían acampado en los árboles que crecían cerca. Primero iba a subir la patrulla de Jarl, que lo había hecho medio millar de veces. Después la de Errok y Grigg. El resto esperaría abajo, con el Magnar, que, parecía tan impresionado como ella. 
Aún era muy temprano en el amanecer, pero se sabía que aquel día iba a haber mucho sol. El hielo del Muro brillaba en algunos sitios y ascendía hasta el cielo, sin importarle nada. Aquel Muro estaba hecho para subir a él y mirar hacia abajo, no para que los de abajo lo mirasen a él. O tal vez sí.
Habían encontrado una especie de punto débil en el Muro; los árboles crecían demasiado cerca y subiendo por ellos hacia él se podía alcanzar la cima más rápidamente. Había una pendiente pequeña de hielo. El grupo de Jarl ya estaba empezando a escalar, unos atados a otros. Jon observaba el proceso con una impasibilidad amenazadora. Tal vez estuviese evaluando la gravedad de la situación, porque veía que, prácticamente, el Muro no tenía guardias. 
—Un muro es tan fuerte como los hombres que lo defienden —le dijo, con la mirada perdida, tal vez por eso.
«Entonces eso no es un Muro, en una piedra de mi altura con una cara dibujada» —pensó divertida.
—¿Y son fuertes, Jon Nieve? Los hombres. —contestó, sin embargo.
La palabra «son» pareció ofenderle, como si él fuese uno de ellos. Porque, ¿qué era Jon en realidad? Pero él no contestó.
—No son tan fuertes como nosotros —añadió ella—. Ya lo verás.
Sonrió. La sonrisa era su mejor arma contra un miedo: el suyo propio.

Seis horas después sucedió el fallo. Habían pasado gran parte del día sin hacer nada, simplemente observando a  los escaladores subir incansablemente. Para entonces era mediodía, el Muro brillaba tanto reflejando el sol que dolía mirarlo. Primero oyó el crujido. Era como si el propio Muro rugiese, defendiéndose de aquellos que se atrevieron a escalarlo. Gritó y apretó las orejas con las manos, mientras Jon la cogió por la cintura, abrazándola, y la tiró al suelo.
Cuando pudieron levantarse y Ygritte abrió los ojos, uno de los grupos de los escaladores no estaba en el Muro. En su lugar, había un pequeño agujero en la sólida pendiente vertical. El lugar que se había derrumbado, llevándolos consigo. Más abajo había manchas de sangre. Los otros dos grupos estaban a los lados, aún subiendo. 
La avalancha había llegado hasta el sitio donde estaban ella y Jon, en el bosque, bastante alejados del Muro, lo cual hizo que cada parte de su cuerpo se estremeciese. Luego Jon le contó que uno de los escaladores sobrevivió, pero con la columna y todas las costillas rotas. Pidió misericordia. «La misericordia de los salvajes es la muerte.»

Durante todo el día los salvajes no hacían nada salvo observar, como, imbatiblemente, los escaladores subían uno tras otro hasta llegar a algún saliente para descansar cinco minutos. Después seguían.
La idea de tener que repetir eso, volver a subir, la hacía estremecerse. «No», era el más fuerte de los pensamientos que pasaban por la mente de Ygritte. En los brazos de Jon se sentía fuerte, capaz, pero, ¿cuando estuviese ahí arriba? Eran horas subiendo. Luchando por no caer. Estaría sola. «¿Y tú, de qué tienes miedo, chica besada por el fuego?».

Cuando llegó su turno era de noche en el cielo. El plan de Mance consistía en bajar escaleras desde la cima del Muro, para que el resto pudiese subir. Tardarían una o dos horas, pero era mejor que simplemente escalarlo. Se sentía agradecida. Dejó a su caballo atrás, y subió a las escaleras después de Jon. 
—Te veo arriba —le dijo él.
—Eso espero, si no eres tan torpe como para caerte.
—Espero que no, porque entonces caerías conmigo, recuerda que vas a estar subiendo justo debajo.
—No sabes nada, Jon Nieve, soy más astuta que tú y te esquivaría, ya lo verás. Y si cayésemos juntos, ¿qué más da? 
—¿No te preocupa la idea de caer?
—Me preocuparía si no cayese contigo.
No hablaron más durante el trayecto, pero esa conversación reconfortó a Ygritte. Sólo al principio, porque cuando miró hacia arriba para ver a lo que tendría que enfrentarse, se sintió desfallecer.
Escaló por la larga escalera, deseando que se rompiese ahora y no después. Podría sobrevivir a la caída, podría volver. Después empezó a centrarse en los escalones. Uno, dos, tres. Cien. ¿Cuántos había? 
Al llegar al doscientos cincuenta y ocho resbaló, y cayó uno hacia abajo. El Muro quería desprenderse de ella, dejarla caer, deshacerse de su carga. «Me odia, como yo a él. Está tan vivo como yo. Y también quiere hacerme caer. ¡Vamos a ver quién gana esta vez!» Jon, que iba bastante adelantado, miró hacia ella al escuchar su grito ahogado, pero Ygritte consiguió sonreír para calmarle, sin darle importancia. Entonces vió como un hombre, también de su grupo, cayó a su izquierda, gritando. Era el segundo. Jon se paró unos segundos, pero luego siguió subiendo. Ella tampoco dijo nada y, aferrándose a la escalera, subió peldaño a peldaño como si fuese su única esperanza de sobrevivir. Y en realidad, lo era.
Seguía subiendo una hora después, y dos, dos y media. Apoyó la mano en el final del Muro «¡El final del Muro!» y Jon le ayudó a subir. Sólo entonces se sintió liberada, y gritó. Gritó porque odiaba el Muro, sus paredes, el hielo, y las piedras que había debajo. Odiaba su esencia. El odio le daba fuerzas, por tanto se levantó y se acercó peligrosamente al borde para mirar hacia abajo. No se veía nada, sólo la oscuridad, aunque estaba amaneciendo. Le habría gustado escupir ahí abajo.
Sintió como Jon le tocaba la pierna, y cayó temblando encima suya. Su cuerpo no le dejaba moverse más, estaba sin fuerzas.
—He estado a punto de caerme —le dijo con los ojos llenos de lágrimas—. Dos veces. Tres veces. El Muro intentaba sacudirme, lo he notado.
—No tengas miedo —Jon hablaba con una voz tranquila, queriendo calmarla. Pero ella no quería calmarse. Le dio un golpe en el pecho. 
—No tenía miedo. No sabes nada, Jon Nieve.
—Entonces, ¿por qué lloras?
Eso la enfureció, no se había dado cuenta de que estaba llorando. «Es el Muro, el Muro.». Estaba tan enfadada que arrancó un pedazo de hielo que sobresalía, y lo tiró al vacío con furia. Sabía que no iba a escuchar cómo caía, pero esperó. Habría podido derribarlo, no habría necesidad de subir a él, de sufrir... Se giró hacia Jon, enfurecida.
—Lloro porque no encontramos el Cuerno del Invierno. ¡Abrimos medio centenar de tumbas, dejamos todas esas sombras sueltas por el mundo y no encontramos el Cuerno de Joramun para derribar este maldito Muro!
Él no respondió, sólo la abrazó y le dejó desahogarse en su pecho.

Cuando abrió los ojos, el Sol se había levantado y brillaba débilmente sobre ellos. Ygritte tenía fuerzas suficientes para levantarse, y mirar otra vez hacia abajo. Blanco. Pero esta vez no sintió amargura, no, porque comenzó a levantar la vista, y la imagen de lo que tenía delante la dejó sin aliento. 
Una vez Tabit la había subido a un árbol con él, el árbol más alto que pudieron encontrar. Cincuenta veces la altura de Ygritte, si no sesenta. Sin embargo, tenía un montón enorme de ramas sueltas, gruesas y estables por donde escalar. 'Árbol de la Tierra', lo había llamado Tabit. Cuando llegaron a la cima (y Ygritte intentaba no mirar hacia abajo para no marearse, caerse, o al menos no vomitar) Tabit le dijo al oído 'Esto es nuestra Tierra, Ygritte. Somos nosotros.' Y ella le creyó. Entonces aún era verano, relativamente, aunque allí siempre había nieve. Era un amanecer, de color azul pálido. Todo parecía intentar decirle a la chica que esa era la felicidad, la paz, la tranquilidad. Todo. Después de una hora arriba, no quería bajar.
Todo ese tiempo, pensaba que nada podría igualar una vista como aquella. Hasta que levantó la mirada y vio lo que el Muro podía mostrarle. Miles de árboles, de un verde oscuro que se mezclaba con la luz del sol, creando un montón de tonos distintos. Estaba mirando a su hogar, donde ella había crecido, el lugar del que creía conocer cada pequeño detalle, pero desde ahí arriba la perspectiva era completamente distinta. Entonces se acordó de que el Muro tenía dos lados: ahora estaba mirando el suyo. Toda su vida había deseado ver lo que había en el otro. Se dio la vuelta, y no pudo contener un ligero suspiro; era hermoso. En realidad el paisaje no se diferenciaba tanto. los mismos árboles, la misma nieve. Sólo que, cuanto más al Sur, menos nieve había. Las montañas en el horizonte aún tenían árboles completamente verdes. «Es tan distinto y tan igual», pensó. No sabía cuanto tiempo se pasó observándolo, pero de pronto se dio cuenta de que Jon se había levantado y estaba a su lado, mirándola. Ella le miró a su vez, y después le abrazó con todas sus fuerzas. A su alrededor, el resto de los escaladores ya estaban colocando las escaleras para volver a bajar, después de su breve descanso, pero le daba igual. Era probablemente el único momento de su vida en el que no odiaba el Muro. 
—Es tan bonito cómo me habías prometido —consiguió susurrar, con su boca a pocos centímetros de la de Jon, que la besó, sin dejar de mirarla a los ojos.
—Oh, si supieses, Ygritte… —dijo cuando pararon—. Ahora sólo te falta ir al Sur y ver lo que hay más allá.
—Más allá del Muro —asintió.


7 comentarios:

  1. MAN.
    MAAAAAAAAAAAAN.
    No puedo con los pensamientos que le pones a Ygritte. Me has hecho revivir mi época de Tormenta de Espadas y lo que shippeaba a estos dos y.. Gracias, man.
    SRSLY. PARA AQUÍ. NO SIGAS ESCRIBIENDO. LO QUE QUEDA DUELE MÁS. MUCHO. Bueno, no, qué mierdas, sigue escribiendo porque es genial. Ña <3

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  2. Resumen: Sigue escribiendo.

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  3. Espero que sigas escribiendo as I told ya.

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  4. Menos cambios de estilo y más escribir, aborto.

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. Llevo diciéndote durante cuatro meses que sigas escribiendo y pasas de mi... You're hatable.

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  7. Seguirás escribiendo la historia????

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